Destapamos la olla de Master Chef

¡Ay de mí! Ya prepararás en daño mío indignos artificios

Eurípides, Las Bacantes

El popular programa de cocina Master Chef, presentado por el prestigioso master del cucharón de madera Sergio Puglia y dos tremendos turros más, fue objeto de un atentado terrorista durante la grabación del episodio a ser emitido el próximo lunes.

Todo transcurría con normalidad (excepto por el malestar gástrico que afectaba al conductor desde el comienzo de la grabación y que tendría consecuencias posteriores) cuando un mercenario del tuco, un sedicioso del wok pegoteado, irrumpió en el estudio exigiendo ser admitido en el concurso bajo amenaza de liberar un gas letal… fruto de un guiso guerrillero acometido en el almuerzo horas antes, en la olla popular del sindicato del metal. Tras una breve reflexión por parte del jurado, se lo aceptó, considerando que la ejecución de la amenaza suponía un riesgo mayor que la presencia del intruso en la cocina.

Mientras los muchachos procedían a guisar sus platos como de costumbre para presentarlos al jurado, la producción seguía con atención los movimientos del invitado, y Puglia expelía una plétora de gases por todos los orificios de su cuerpo, que intentaba disimular sin éxito con un improvisado beat box nada sutil.

El desafío propuesto consistía en cocinar un pulpo subacuático (único tipo que se conoce, por otra parte) del mar del Norte (estado de conservación reservado) en una salsa de arándanos rechazados por Corea del Norte por entender que no se ajustaban a las normas elementales de higiene (reclamo completamente legítimo de acuerdo a los informes bromatológicos encargados por el compañero Jong Un) con una guarnición de polenta Puritas vencida.

En tanto los participantes desplegaban todas sus habilidades culinarias cual pulpo subacuático, si se me permite la burda comparación, para complacer el refinado paladar de los jueces, el maoista empeñaba todos sus recursos en algo que nadie conseguía comprender con qué se comía, si se me permite esta poco inspirada concesión al refranero popular.

Cumplido el plazo fijado por la organización, todos, incluido el montonero, entregaron sus trabajos; los jurados comenzaron a deliberar, mientras la indisposición de Puglia crecía cual soufflé excedido de polvo de hornear.

El estanciero de Tacuarembosta naufragó: su ignorancia de los productos del mar le jugó una mala pasada y sufrió una justa repulsa; el milico fue condenado por un crimen que sí cometió, comerse, al menos, cuatro tentáculos crudos de la criatura (no nos referimos al pulpo, ojo); la chica de los tatuajes también fue reprobada, en este caso por extraer la tinta del pulpo para dibujarse un Puglia búdico por demás irrespetuoso; y así hasta llegar al barbado, que emergió de unos arbustos con una vianda bastante sospechosa. El franchute y la turra delegaron la responsabilidad en la inflexiva crítica del maestro pizzero, que a estas alturas estaba sometido a una crisis gástrica brutal, a la que poco iba a contribuir el artefacto diseñado por el subversivo.

Puglia sumergió su cuchara en el ensopado, la alzó, llevándola lentamente, con cautela, hacia su boca, y probó, si así puede llamársele a la fugaz acción efectuada, el preparado servido por el intruso. Se descompuso de inmediato, víctima de una diarrea instantánea que, honrado es decirlo, se sumó al antecedente ya mencionado. En ese momento el participante anónimo, seguro ya del éxito de su misión, reveló su identidad: el infame «Chef» Guevara, jefe de cocina del no menos infame Marx Donalds.

The Muffs, or how I learned to love the bomb

No se deshace el muro ni cuando están unidos unos a los otros y ajustados, ni cuando ya están separados; entonces, no es posible deshacer un muro

Sexto Empírico, Adversus mathematicos

Cuando los griegos comenzaron a razonar sobre lo Uno y lo Múltiple, el Ser y el Devenir, lo Necesario y lo Contingente, se hallaron frente a paradojas como la que ilustra el epígrafe, que, invertida, también permite demostrar la imposibilidad del muro: si este aún no es cuando sus partes están separadas, tampoco puede llegar a ser; en conclusión, no hay muro y Trump no tiene a quién pasarle la factura, o hay muro y Europa del Este aún pertenece a nuestro bando.

No pretendo desentrañar en estas breves líneas la corrección o incorrección del argumento, que hasta donde llega mi examen bibliográfico mantiene toda su vigencia y cuya resolución sólo ha sido aplazada por la utilización de la Madre de Todas las Bombas (tema que merecería un tratamiento apropiado, ya que si Trotsky se jugó sus últimos boletos a una revolución como consecuencia de la Segunda Guerra mundial, que no se produjo, nuestra generación tiene todo el derecho de hacer su propia apuesta entre socialismo o barbarie y abandonar cobardemente el primero cuando lo considere irrealizable -larga digresión que, lamento decirlo y defraudar sus esperanzas, no tiene más objeto que este alegato a favor de la indeterminación y, por qué no, la imprudencia en el manejo de la política exterior de las potencias nucleares -)

(Paréntesis al paréntesis anterior: recordemos que Bertrand Russell observó justamente que, tras un conflicto nuclear, el único socialismo posible sería uno basado en la remolacha azucarera; algo no previsto por el filósofo-matemático es que ALUR sería el partido único en esta distopía cañera, y Raúl Sendic su dictador perpetuo, dando así la razón a las denuncias de la oposición, que tampoco preveían, sin embargo, este escenario de tiranía preparado por el vicepresidente Lysenko para su beneficio personal).

Pero un argumento tan sutil y poderoso (como la bomba y su promesa de barbarie, de la que quisiera abstraerme por un instante si su presencia no fuera tan ubicua como la banalidad de quienes pretenden ignorarla) puede operar en terrenos menos abstrusos y  usarse, por qué no, para vindicar en forma retroactiva el honor de alguna persona, mancillado décadas atrás. El mío más precisamente.

Si la tesis, el ser, es una banda de pop punk californiano, careta, cuya propiedad de tal se transfiere sin mediaciones al poseedor de uno de sus discos (adquirido por el réprobo a mediados de los ’90 y repudiado desde entonces por dicho acto), la antítesis es lo que sonó el pasado 20 de abril en Bluzz Live, que no fue otra cosa que el más auténtico  panroc escuchado en estas tierras desde que Darby Crash se dejó crecer el bigote y la melena y cambió su nombre a Jaime Roos allá por 1981, para desertar de ese modo del estilo que cultivara hasta entonces (sólo para convertirse en el emperador de todos los estilos, tranquilos, insensatos).

Si en cada uno de esos pequeños, y perfectos a su modo, artefactos de la industria cultural había más actitud que en la horda de punkies parmenídeos que aún se empeña en continuar su batalla y tacharlos de caretas, ¿dónde está el error? ¿En qué punto fallaron sus categorías interpretativas? ¿Cómo es posible que esas lindas melodías vayan acompañadas de una total indiferencia hacia los sellos, los medios y el mainstream, de presentaciones caóticas que incluyen peleas y violencia frecuentes, como las de Jaime y el Canario Luna? ¿Cuándo se deshizo el muro? ¿Será casual que Oh, Nina, del imprescindible Blonder and Blonder, su album más redondo (tanto que cabe perfectamente en cualquier reproductor de CD) rime con Colombina?

Quizá sea una capitulación frente a la barbarie, lado de la balanza en el que al parecer ha caído nuestra elección, pero al menos me queda el consuelo de que Rosa Luxemburgo (y Bertrand Russell con sus remolachas posnucleares) podría corear con aprobación estos versos: «So maybe if I fade away/ There’ll be no sad tomorrow.»

Steeled in the school of old Aquinas

La humanización integral del animal coincide con la animalización integral del hombre.

Giorgio Agamben

Que los hippies tienen la culpa de todo lo que ocurre (y asumiendo la falacia argumental que implica tomar como ejemplo al representante con menos luces de la manada, allí está Cordera y su violación en nombre del reino vegetal) no es novedad para nadie, ni siquiera para ellos mismos; que la situación de Venezuela esté directamente relacionada con esta circunstancia puede parecer, a algún desprevenido, un poco traído de los pelos. No es así, y la razón no es, desde luego, que Maduro haya desconocido el reclamo de la pacha mama, haciéndose acreedor a la maldición de los pueblos originarios y la venganza de los espíritus de los arbustos, arándanos y demás.

Lo que sucede, más bien, es que la operación ideológica (ideología es, en palabras de Paul de Man, la naturalización de la problemática relación signo-referente) que dio voz a las hortalizas y otras fuerzas elementales, presupone la negación de esa dimensión simbólica que es constitutiva del ser humano y que lo distancia de la materialidad primaria de su condición para ubicarlo en el territorio de la cultura, que no es otro que la naturaleza (y no en sentido metafórico) social, política en definitiva, del hombre.

Este cambio implica a su vez la conversión de la historia y del sujeto, categorías del discurso político que permiten el análisis e interpretación de los hechos («hecho» que es determinado por la teoría) caóticos observados, en cosas, en «Pelados» Cordera asimilados al yuyo (y suelen estar asimilados al «yuyo», sobre todo desde que se los habilitaron y se consigue en la farmacia, en el quiosco, en la dependencia policial, en el convento de la esquina) que ya no actúan en el espacio discursivo de las razones sino en el ciclo natural de lo orgánico, de las leyes inexorables de los procesos físico-químicos que demandan la violación y la escucha indiscriminada de cumbia cheta ya que estos son una respuesta adecuada al estímulo no mediado por el logos.

Nada más alejado de la Justicia, del Bien, de la Verdad, del conjunto de postulados éticos platónicos que este apego a la copia infiel de la Idea que es la naturaleza, pura representación desorganizada previa al sentido y al concepto, apariencia o, para decirlo con Plotino, pobreza e indigencia de la vida: el mal. Según Kant, la libertad no es algo tangible, que pueda hallarse en alguna parte, sino la posibilidad misma del sujeto; sencillamente, no podemos pensarnos como un fenómeno natural entre otros sino como límite que hace posible el mundo fenoménico.

¿Cómo conduce esta adhesión de la palabra al objeto, esta renuncia a la instancia crítica del metalenguaje, esta peladocorderización del pensamiento, al apoyo del golpismo, alentado por el fan de la Bersuit, Luis Almagro, en Venezuela?

No sé si Venezuela sea una idea subsistente plotiniana, pero tampoco es algo que se vaya a resolver confinando la discusión a la democracia de los hippies cuando el problema es precisamente ese, la democracia, demasiada democracia en su sentido natural y despojado de concepto. En otro estadio del orden del Ser, mucho más próximo a la verdad y casi realizando la totalidad hegeliana, se encuentra Corea del Norte, participando plenamente de su concepto. ¿Y alguien puede imaginarse, acaso, al compañero Kim Jong-un de bermudas y chancletas en Valizas?

Deepest web

Cruzar la última frontera, llegar al extremo, empujar los límites: lugares comunes que podrían explicar la tentación a la que sucumbí y que, incluso, me empujó al delito.

Como suele suceder, al menos cuando uno no está reflexionando sobre abstracciones como los límites de la ética y sus fundamentos, comenzó con un problema práctico que demandaba una respuesta categórica: cómo renovar un teléfono celular de última generación sin erogar el precio que el mercado exige. Luego de considerar distintas alternativas legales o casi legales (contrabando, importación libre de impuestos y algunas no tan aceptadas ni difundidas), llegó a mis oídos una opción que ofrecía todas las garantías que pueden esperarse de un trato de este tipo: anonimato, ausencia de intermediarios y penas poco severas en el peor de las casos. Me pareció un riesgo aceptable y decidí explorar el asunto.

Instalé, tal como me fue indicado, un motor de búsqueda que no deja rastros binarios, esas migajas digitales utilizadas por las autoridades para reconstruir los pasos del infractor electrónico. El objetivo, desde luego, era acceder a la deep web, lugar no menos célebre que el Hades en cuanto a propiedades misteriosas y truculencia inframundana. No resultó difícil, y pronto me encontré navegando en las aguas del Aqueronte informático.

Me sentía inquieto, necesitaba algo de música para amenizar el viaje; busqué en la discoteca algo que me resultara apropiado para la ocasión; Possessed, no; Morbid Angel, quizá; Kreator, muy blandito, hasta que extraje Last of the Independents de los Pretenders y me pareció adecuado. Mientras cantaba I’ll Stand by You con furia alienígena llegué a mi primer destino, el sitio de compraventa Merca Libre, donde inmediatamente entré en tratos con un vendedor que tenía el producto que yo buscaba. Oferté una cantidad de dinero razonable, él contraofertó uno de mis riñones y el negocio se frustró; mala suerte, nada que no me haya ocurrido en tratos comerciales pretendidamente lícitos.

Cantando mi cancioncita llegué a la red social Fasobook, donde avisos espurios de mercaderes inescrupulosos conviven con naturalidad con pederastas, femicidas, nigromantes, sarracenos, traficantes de armas y fanáticos de la cumbia cheta. Hice algunos amigos pero ninguno de ellos pudo suministrarme el bendito teléfono y, entre promesas de mantenernos en contacto y deseos de prosperidad, dicha duradera y regenaración celular, nos despedimos.

Agotadas las oportunidades de negocios (introduje una nota mental: El Observador, las charlas TED y el emprendedurismo no tienen aplicación en el Hades. Curioso. Contrario a la evidencia. Investigar más tarde) me dediqué a vagar sin propósito por distintas páginas en las que vi cosas que preferiría no haber visto, aprendí cosas que mejor sería ignorar, conocí personas cuya indecencia sólo creí admisible en el Partido de la Gente; en fin, toqué con mis manos la vileza y pronuncié con mi boca palabras de deshonra y degradación. Pero como seguía cantando The Pretenders nada de esto me importó.

Mi atención se dirigió entonces a un portal de información alternativa donde, de acuerdo con la presentación, se alojaban los secretos mejor protegidos de gobiernos y corporaciones, Whisky Licks, gestionado por Julian Ass-Ange. Hace un momento hablé de abyecciones y vileza a propósito de ciertos individuos; pues bien, eso era la familia del taxi al lado de Al Capone; esto era serio.

Recorriendo sus directorios descubrí quién tenía la bomba, quién había vendido la bomba, a cambió de qué favores carnales se había negociado la bomba y cómo planeaba su actual propietario utilizar la bomba; y eso solamente en un pequeño capítulo dedicado, justamente, a la bomba. Entré en conocimiento del chanchullo electoral, la campaña de difamación, la desestabilización de la democracia a través de ONG’s protectoras de animales, la mafia gay, la verdad acerca del calentamiento global (es real, sí, pero por razones que ud., querido lector, jamás imaginaría) la auténtica amenaza que supone el koala, lo que esconde el TPP (no es para tanto, se lo aseguro), lo que motiva a Netanyahu (no es la expansión territorial ni el sionismo radical), y el origen del poder del Pato Celeste (nada que ver con el triángulo Venezuela-MPP-Tenfield).

De pronto, la pantalla se puso negra y la transferencia de datos se interrumpió. Una figura amenazante, con capucha, me dijo que había hecho algo muy malo. Su voz nasal me sonaba familiar, pero el miedo me impedía proseguir la asociación de datos sensoriales. ¿Acaso importaba su identidad?

Seguidamente me interrogó acerca de lo que había visto y leído, y empezó a extorsionarme; por primera vez en mi vida sentí que enfrentaba al poder descarnado, la arbitrariedad y la opresión supremas. Dijo que tenían material que me incriminaba, que me harían pedazos, y, en un rápido repaso de mi vida, tuve que admitir, sin saber exactamente a qué se refería, que era cierto, que mi conducta en ocasiones había sido condenable; alguna vez impuse la muerte, pecado banal comparado con el de imponer la vida*. En lugar de someterme a sus demandas, apagué la computadora y traté de olvidar todo aquello.

La noche de insomnio se disolvió en una mañana que no mostraba huellas de aquel experimento demencial; nada a mi alrededor, nada al encender la computadora, me hacía sospechar que mis perseguidores habían ejecutado su venganza. Ya tranquilo, procedí a ir hasta el kiozcar a comprar cigarros.

El titular del principal diario de la capital me azotó con el poder de la impunidad criminal: «Metalero careta fanático de The Pretenders expuesto. Toda la información en página 2.»

* Aforismo que habría engrosado la fama de Sófocles** mas no parece obrar efecto análogo sobre la mía. Explorar si la autoría de Antígona o Electra tiene alguna relación con eso.

** Al igual que al Forro Batllista, el concepto de pecado es ajeno a Sófocles, sin embargo***.

*** Si no me cree (porque ya veo que va a saltar como pelota de goma) consulte, por ejemplo, Werner Jaeger, Paideia, o Bruno Snell, El descubrimiento del espíritu**** o alguna cosa de esas.

**** Luego de descubierto el espíritu occidental, de todos modos, puede hallarse la misma idea gnóstica en diversos lugares, tales como Borges*****: «… los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.» (Tlön, Uqbar, Orbis Tertius), o como dice Lear a Gloucester: «When we are born, we cry that we are come/ To this great stage of fools.» (El ReyLear, acto 4, escena 6).

***** O en esta sentencia digna quizá de una posteridad similar: «…alguna vez impuse la muerte, pecado banal comparado con el de imponer la vida.»

Disciplina partidaria

Así pues, los americanos viven como niños, que se limitan a existir, lejos de todo lo que signifique pensamientos y fines elevados.

Georg Wilhelm Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal.

Cuando la discusión sobre el mantenimiento de las tropas uruguayas en Haití se auguraba monótona y acaso interminable, un parlamentario oficialista, cuyo nombre y señas particulares ahorraremos al lector, tomó un curso tan imprevisto como el de la Tercera Internacional después de Lenin, citando la imprescindible obra de su adlátere Bronstein.

Como recordará el lector, ya que de otro modo no estaría interrogando esta nota, a menos que sufra de alguna distorsión cognitiva que le impida la correcta intelección del enunciado, entregándolo a la confusión y el azar, el tema a tratar era la permanencia del contingente militar instalado en la nefanda isla con vaya a saber uno qué propósito. Esto último, se supone, era lo que el debate se proponía dilucidar.

Recordemos que las posiciones en disputa se dividían entre aquellos canallas, serviles, impúdicos instrumentos del imperialismo y el militarismo para quienes la ocupación es necesaria por razones de seguridad y dignidad y la puta que lo parió, y aquellos otros, representantes de la virtud y los principios democráticos que respetan la autodeterminación de los pueblos, incluso tratándose de negros o indios, que consideran ilegítima en toda circunstancia la presencia del efectivo militar en tierras extranjeras.

Luego de algunos cachetazos e insultos propios del viciado clima del régimen parlamentario, donde es inevitable la ocurrencia de estas escaramuzas (pero en defensa del mismo puede argumentarse que, bajo el régimen de partido único, la formación de facciones acaba necesariamente con una de ellas en la cárcel, tal como profetizó Nicolai Bujarin a Vladimir Ilich en plena controversia sobre la paz de Brest) el exaltado a que hicimos mención tomó la palabra (y tomó el cielo por asalto, digamos sin por esto sancionar su conducta) no para escarnecer, aunque también fuera esta su intención, a sus oponentes sino para proponer una innovación tan original como ajena al marco ético que delimitaba la discusión hasta ese instante.

Sin ánimo de elucidar los motivos que se alojaban en alma tan abyecta al momento de la oratoria, que quizá incluyeran la especulación con una cuantiosa oferta por parte de Novick para integrar su partido, o la cándida, mas humana, pretensión de perpetuarse en la memoria sin reparar en los medios, el senadordiputado, merecedor a lo sumo de una nota a pie de página en una eventual memoria de las actuaciones parlamentarias menos atinadas, sugirió no sólo permanecer en Haití sino aumentar el número de efectivos y dotarlos de armas más poderosas a fin de contener el avance de la degeneración racial de forma más efectiva.

No siendo, como es evidente, de recibo su argumento, ensayó la maniobra que sí, en este caso, le asegura la posteridad deseada: se quitó el traje, extrajo de un maletín estratégicamente ubicado un uniforme de fajina y un fusil M4 y se postuló como voluntario para encabezar la segunda cruzada que, esta vez sí, dará la victoria a las fuerzas del orden sobre las oscuras huestes bárbaras. No hace falta agregar que la moción fue aprobada por unanimidad.

Maramarracho

Soy incapaz de simpatizar con la vegetación… mi alma se rebela contra esta singular religión nueva, que tendrá siempre, me parece, para cualquier ser espiritual algo chocante. Yo no creeré jamás que el alma de los dioses habite en las plantas, y aun cuando habitara, me preocuparía muy poco, y consideraría la mía de un valor mucho más alto que la de estas hortalizas santificadas.

Charles Baudelaire

Con el fin de ponernos un poco más a tono con la temporada, y posponiendo, mas no abandonando, para una ocasión más propicia la refutación del hippismo (con un argumento de San Agustín nada menos) a que obedece el epígrafe de Baudelaire, procedemos a informar del cachengue que ocasionaron las agraviantes declaraciones de la cantante Lali Espósito, quien dijo, palabras más palabras menos, que Márama y Rombai se la sudan (veáse: http://www.elpais.com.uy/informacion/lali-esposito-ninguneo-marama-rombai.html)

Luego de cuestionar las habilidades vocales del cantante («cualquiera de ellos», enfantizó, «ya que no logro distinguirlos») de cumbia pop, y de ensalzar sus propias capacidades artísticas, finalizó diciendo que se la traían muy flojas las consecuencias de sus palabras.

Consultado, como no podía ser de otra manera, el cantante en cuestión (cualquiera de ellos, si es que de hecho son personas distintas -cfr Gottfried Leibniz sobre la identidad de los indiscernibles-) respondió escueta y polémicamente: «¿Y esta quién se cree que es? ¿Jeff Becerra? Que además es un careta, como la turra esta»). Hasta aquí llega lo que podría considerarse una disputa territorial entre pares y colegas sin códigos, pero hete aquí que el agente de prensa de Jeff Becerra, que asistió a la conferencia de prensa del cumbiocheto, incapaz de dar crédito a sus oídos, llamó a su representado para ponerlo en conocimiento del insulto gratuito de que había sido objeto.

El vocalista de Possessed, banda que cuenta con el aprecio y la bendición, si es que el término es justo, de Theodor Adorno (1) y de todo el Institut für Sozialforschung, dijo sentirse apenado e irrespetado tras 35 años de carrera por tan acres opiniones, pero se mostró dispuesto a dar por superado el malentendido si se le ofrecían las correspondientes disculpas, y agregó que la música del coso ese le resulta «fresca y agradable» y que, desde luego, «integra mi playlist» (chupala Lali). Fermáramarombai (véase el paréntesis anterior referente a los indiscernibles) no transigió: «¿Así que a la señorita (por Becerra, no por Espósito, claro) le resulta ‘agradable’ mi música? Yo no hago música para complacer a este mamarracho; cuando quieras y donde quieras, gil; yo en un año hago más discos que vos en 35» (lo cual es estrictamente cierto, pero no le hace).

En una nota que pretende poner término al asunto, el creador del death metal pidió disculpas a Fer y a los fans de Máramarombai y deploró que éste y Lali no puedan hacer lo propio, hecho que lacera su alma (2) (vendida al Amo de las Tinieblas allá por 1982).

(1) Adorno, Theodor. Philosophie der neuen Musik. J.C.B. Mohr, Tübingen, 1949.

(2) «Mi thymós ha abandonado mi soma«, Jeff Becerra, comunicado de prensa homérico dirigido a Máramarombai, enero de 2017.

La democracia en tiempos de Riogas*

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Decía Quintiliano que la mano tiene su propia velocidad, menor que la del pensamiento, y por esta razón aconsejaba escribir y no dictar, ya que esto permite una reflexión más aguda antes de pasar al acto. Recomendación prudente si lo que se pretende es alcanzar un resultado empleando los medios más eficaces que conduzcan a él, pero arrojar una garrafa al prójimo difícilmente derive de un proceso de deliberación sobre medios y fines, y esté más próximo al acto puro del que habla ese otro libro que dice, justamente, «en el principio era la Acción.» Principio y fin se unen de esta manera para lograr un resultado en el que la razón no interviene para nada, ni siquiera para alertar al perpetrador que su conducta podría acarrearle consecuencias fatales, desencadenar una serie de hechos (¿pero cómo un neo-humeano como el energúmeno en cuestión podría tener en cuenta la ley de causalidad al momento de actuar?) que, sin ánimo de ser alarmista, pero como señalaba T.S.Eliot en «The idea of a christian society», podrían conducir al totalitarismo, resultado natural de una democracia que sólo contempla las demandas individuales en detrimento del bienestar común.

Y es aquí donde radica el dilema que se mastica a la democracia desde dentro, que la fagocita desde las entrañas y la inmoviliza tal como el cuestionamiento del inconsciente paraliza al sujeto: el permanente desequilibrio entre libertad y orden.

Con los milicos estas cosas no pasaban, dirá alguno; en la Grecia clásica tampoco, respondo, más allá de que podían comerse a sus hijos o disputar por el cadáver insepulto de un hermano que arremetía contra su ciudad en calidad de enemigo. O tirarle una garrafa a Sócrates por desobedecer el mandato de la colectividad, y ese es precisamente el asunto que debería ser central en la discusión: Sócrates antepone el bien de la ciudad, la justicia, a su suerte personal, sin renunciar a la espisteme que, considera, no debe someterse a la mera doxa de la mayoría.

Lo público y lo privado en la democracia mediática son indistinguibles y, por eso mismo, las conductas individuales no se inscriben en una gramática universal que apela a una justicia superior; espisteme y doxa no entran en conflicto porque, sencillamente, ya no hay una instancia en que dicho conflicto pueda dirimirse.

Invertida esta relación, es triste y sintomático pensar que, en nuestro tiempo, Sócrates se haría acreedor al ataque del garraficida neonietzscheano (neologismo intenso) no por cuestionar las creencias mayoritarias sino, más prosaicamente, por portar las marcas distintivas del Club Nacional de Atenas (el decano ático, a decir de Jenofonte).

Apéndice A

Transcripción del audio de los barras de Peñarol planeando el ataque a la comisión de seguridad:  The fall (bababadalgharaghtakamminarronnkonnbronntonner-ronntuonnthunntrovarrhounawnskawntoohoohoordenenthur — nuk!) of a once wallstrait oldparr is retaled early in bed and later on life down through all christian minstrelsy. The great fall of the offwall entailed at such short notice the pftjschute of Finnegan, erse solid man.

Apéndice B

Transcripción del tercer párrafo del Finnegans Wake de James Joyce: lo que pasa es que hay que ir ahora a la puerta de cada uno, ¿sacás ñeri? Bueno, Comisión de Seguridad, fulano, mengano y zutano. Ta. Vamo hasta la casita ahí, dirección, pim, pum, pam y sin decirle nada. ¿Sacás? Pasás y rrrrr

*Publicado originalmente en La Oclusión de la razón y la Razón de la Oclusión: Ensayos de Marxismo Aristotélico. Editorial El Gaucho Rojo, Nico Pérez, c. 1987.

El C.H.E., sucesor de Fidel*

Si el enunciado dejó al lector perplejo como la momia de Lenin, lo invitamos a que permanezca un momento con nosotros antes de entregarse al pánico e internarse en la sierra, maestro.

Muerto Fidel, hecho que supimos predecir basándonos en el materialismo dialéctico y sus leyes inexorables, así como en su condición de ser de carbono y no de silicio (lo que se seguiría de la teoría de los Alienígenas Ancestrales, en todo caso), la pregunta por su sucesión y por el futuro de la isla resulta pertinente.

El procedimiento científico indica una consideración de los factores históricos, políticos, económicos, tanto como de los elementos subjetivos y todas esas cosas. Es cierto y necesario; del mismo modo que en la entrada a la revolución se discutió profusamente el rumbo  y los medios a utilizar, en debates tales como el que involucró a Guevara, Charles Bettelheim y al sumo pontífice de la IV Internacional, Ernest Mandel, sobre la economía de transición, o la polémica acerca del método de la guerrilla y su extensión a países más proletarios y con menor vegetación, actualizando muchas de las controversias fundamentales del marxismo (a propósito de la selva, los distintos tipos de arbusto y la clásica disputa en filosofía del lenguaje sobre el olmo, el haya y el correcto alojamiento del significado, o externalismo semántico), es oportuno, decíamos, tal como se hace en la cárcel, la escuela o cualquier reunión social, cachear a esta pseudo revolución para saber de qué manera sale del quilombo en que se metió. Seguramente la inspección arroje que su honor ha sido mancillado (nada que no ocurra también en la cárcel o en el casamiento de Puglia, por ejemplo).

Ya llegará el momento para que apologistas y detractores se lancen a su trivial danza de diatribas y hagiografías igualmente acríticas y burdas; quizá también para la momificación del difunto y la inevitable recaída en el culto a la persona, que ya está reclamando, dicho sea de paso, la constitución de un monte Rushmore compañero; ya habrá tiempo e interesados en ello, pero nosotros afirmamos que el C.H.E. es el sucesor de Fidel y no escamoteamos nuestro juicio: el futuro de la isla depende de que se produzca ese fenómeno conocido por sus siglas de C.H.E., o Comunismo Humano Espontáneo, de manera que la aparente paradoja que le puso las cejas de punta a más de uno no era tal, y repetimos con total convicción: el legítimo heredero de Fidel no es otro que el C.H.E. La historia nos absorberá.

* Publicado en «La muerte de Fidel y otros ensayos», Editorial la (H)Oz y el Martillo, San Petersburgo, 1993.

La oferta irresistible

El dato, y la fuente de la que provenía, no me despertó ninguna duda, ni siquiera esa íntima sensación que se experimenta incluso cuando la certeza es completa; esto estaba por encima de la certeza subjetiva y objetiva, más allá del grado de verificación razonable; la información estaba fuera del espacio del argumento racional y más cerca de la verdad apodíctica de la fe.

Mi amigo, docente él, me aseguró que podía obtener un descuento en esa librería alegando dicha condición, ya que no solicitaban comprobante alguno. Yo, que tengo en gran estima su inteligencia, tanto como su sagacidad en los menesteres prácticos y sobre todo su avaricia ilimitada, acepté la sugerencia, como dije antes, sin cuestionar su autoridad en ningún instante. Además, debo agregar, éramos colegas en un área de interés no muy alejada aunque decididamente del otro lado de la legalidad: el robo de libros, práctica en la que, hasta donde llega mi experiencia, están implicados todos quienes sienten auténtica pasión por la letra impresa.

No tracé plan alguno; necesitaba, por imperativos ajenos a los del conocimiento desinteresado, un libro de elevado valor, de manera que el descuento también prometía ser generoso. Simplemente me presentaría ante el mostrador, solicitaría un ejemplar de la obra, invocaría mis inexistentes credenciales y pagaría un monto considerablemente inferior al requerido por los mercaderes del saber, antes de retirarme satisfecho. ¿Qué podía salir mal?

Procedí del modo que acabo de detallar: llegué al comercio, atravesé las largas filas de suculentas estanterías (no me detuve, sin embargo, como en otras ocasiones, a sopesar el valor -científico, artístico, incluso plástico- de los volúmenes exhibidos), me aproximé a un dependiente no especialmente solícito, de rasgos que sugerían un posible estudiante de letras contratado a tiempo parcial (víctima propicia del engaño; su sueldo y condiciones de trabajo, supuse, no lo predisponían a obrar con particular celo en su tarea) y le ordené, sin que mediara otra forma de trato que la estrictamente comercial, el libro que buscaba. «Aguarde un momento, enseguida se lo traigo, señor»- respondió con un tono de desgano profesional que no auguraba ningún contratiempo.

Volvió al cabo de unos minutos, en los que repasé mis líneas como un mal actor a punto de entrar en escena. «Aquí tiene, señor. ¿Se le ofrece algo más?». «Sí, un descuento fabuloso basado en mi pretendida, mas ficticia, posición como profesional de la enseñanza», pensé, pero a continuación articulé un escueto: «Nada más, gracias. Ah, y soy profesor, eh», dije casi como si no fuera necesario remarcarlo. «¿Ah, sí? Qué interesante. ¿Profesor de qué, si me permite la indiscreción?». «Esteee… de filo..», la duda, lo advertí al instante, puso al truhán sobre aviso. «¿De filología hispánica, en la que me especializo, o de filosofía grecolatina, tal vez?». Debía responder de inmediato, sin dudar y sin darle oportunidad a que continuara indagando (la filología hispánica quedaba descartada): «Sí, filosofía grecolatina y medieval, eso mismo.» No lo desalentó. Era un perfecto cretino. «¿Puedo preguntarle, si no es molestia, para qué demonios (todas las alarmas se encendieron con este término) necesita un docente de filosofía medieval este libro de Etienne Gilson?». Me atrapó. «Debo pedirle un comprobante: recibo de sueldo, título habilitante, el testimonio de un alumno matriculado en su clase y con autoridad intelectual suficiente para acreditar los conocimientos referidos, algo así». Debía salir de allí cuanto antes, pero el minúsculo ser, cuyas capacidades yo había desdeñado, me tenía cautivo en su red. «No traje nada, no pensé que me lo fueran a pedir». Pésima respuesta. Llamó a un superior. «El señor aquí presente, quien se dice profesor de filosofía grecolatina y medieval (noté en su tono el énfasis con que dijo estas palabras, que le produjeron gran gozo), quiere que le hagamos un descuento pero carece de todo documento pertinente. Encargate vos».

El extraño, según supe de inmediato, era el doctor Juan Escoto Avicena Averroes de Ockham, PhD en diversas ramas de la filosofía, en especial, como habrá adivinado, grecolatina y medieval. «Acompáñeme por aquí, si es tan amable», invitó y exhortó a la vez. Comprendí que mis aprietos no eran menores que los de Pedro Abelardo, por lo menos; quizá la policía ya estuviera en camino, o quizá me torturarían sin dar intervención a los profesionales de dicho ámbito (¡como si pudiera protestar por eso!).

Me condujeron a una sala mal iluminada, sin ventanas, húmeda; reconocí la silueta de una silla con una especie de apéndice que sobresalía hacia el frente: un banco de liceo. Frente a él, un pequeño escritorio, detrás del cual se situó el doctor Escoto Avicena Averroes de Ockham. «Así que profesor de filosofía grecolatina y medieval, nada menos, mire qué coincidencia, ¿no le parece?», dijo, no sin cierta ironía. «Procedamos». Extrajo una hoja de un cajón y me la extendió junto con una lapicera. «Tiene veinte minutos, son preguntas de rigor, no se preocupe. Nada que alguien de su nivel no pueda responder con solvencia.» «Me duele la barriga», me excusé como un escolar incauto. «Error». «Me duele en serio», insistí, pero apenas pude terminar la frase cuando recibí un severo correctivo con una regla Mr.T de madera terciada. «¡Esto es ilegal!», grité desesperado. «Tanto como alegar títulos falsos.» Atrapado de nuevo.

Hice el examen, que incluía preguntas sobre Anaximadro, Parménides («el ser es el pensamiento del ser», escribí con torpeza soberana), Aristóteles desde luego (ni hablar de la areté, pero «el ser es lo que se dice de muchas maneras», ¿o no?), y sí, claro, toda la línea sucesoria de Plotino, las Enéadas y cosas escritas en caracteres que sólo había visto en Alienígenas Ancestrales. Me di por vencido, ni siquiera pasé al oral.

Volví al salón principal a esperar mis resultados. «Sus notas le permiten adquirir esto», dijo el doctor Juan Escoto Avicena Averroes de Ockham sosteniendo un ejemplar de Cincuenta sombras de grey.

Héroes del socialismo real. Hoy: Marito Wittfogel.

Aquellos que no estén al corriente de las controversias que ha suscitado el marxismo desde su nacimiento, como cuando, por ejemplo, Engels objetó el fundamento antropológico de la crítica de Marx a la filosofía del derecho de Hegel y, de paso, señaló la improcedencia del amuleto que emergía bajo la barba de su amigo, quizá harían bien en interrumpir la lectura en este punto. Es más, a pesar de la aparente paradoja, habría resultado más conveniente que lo hicieran al advertir que se trataba de un tema completamente ajeno a sus intereses y preocupaciones intelectuales. Quizá ya sea algo tarde, y mi consejo, si llegó hasta aquí ignorando su natural recelo y mi explícita exhortación, es que continúe e ignore, a su vez, todos los avisos que intentaron disuadirlo de obtener el disfrute que el texto con seguridad va a procurarle. Espero, por otra parte, que esta digresión no del todo coherente lo prevenga contra los prologuistas que hacen vanos esfuerzos por ganarse al lector en las formas más abyectas, invitándolo a gozar de ciertos placeres al tiempo que le niega la posesión de las facultades requeridas, en un cándido reto a que acometa el ejercicio de las mismas.
Sí, además, empieza a sospechar que el prefacio es una exhibición impúdica de ciertas habilidades de prologuismo, si ha alcanzado la conclusión de que se halla ante a un prolegomaníaco, alguien incapaz de iniciar la obra anunciada por mantenerse en el nivel introductorio, regocijándose con ello, paso a demostrarle su error.

Marito Wittfogel, hijo de Mario Wittfogel y nieto del célebre Karl August, nació en una impronunciable ciudad prusiana allá por 1945. De débil constitución comunista, como su abuelo, pero de firmes convicciones filiales, se adentró muy temprano en los debates que habían ocupado a sus eminentes antecesores, estudiando la bibliografía relevante con un profundo compromiso hacia la verdad. Es necesario, pues, hacer un breve resumen de estas ideas, y de una de ellas en particular, antes de exponer los aportes de Marito, el último y más brillante de los Wittfogel.

La categoría de modo de producción es fundamental para la historiografía marxista; de acuerdo con el fundador de esta corriente, un modo de producción está determinado por el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, o sea, los componentes técnico y social que deciden la forma en que las clases se apropian su parte del trabajo colectivo. Por supuesto que hablamos de apropiación en un sentido muy general, ya que las pequeñas «apropiaciones» en que incurren los individuos aislados son más bien producto de su destreza para el rastrillaje que del lugar que ocupan en la división social del trabajo.
Marx sostenía que hasta el advenimiento del capitalismo se habían sucedido tres modos de producción: el primitivo, el esclavista y el feudal. Y el otro. El otro estaba encanutado en un manuscrito que no se conoció hasta la década del treinta del siglo pasado, hecho que obligó a revisar las anteriores concepciones, no sin un debate en que las acusaciones de revisionismo, menchevismo, carencia de caramelos y tantas otras afloraron cual espora en primavera. Allí aparece nuestro personaje, o su antepasado mejor dicho, quien defendió la pertinencia de dicho concepto para la explicación científica del coso.

Este polémico modo de producción consistiría en un estado despótico que financia las obras necesarias (principalmente de riego) para llevar a cabo la producción y, de este modo, limita la acción de las clases al colocarse por encima de ellas y captar el excedente. ¿Le suena familiar, querido lector? Sí, es lo que piensa la oposición del gobierno chavista tardío del Frente Amplio, con la salvedad de que la OSE sería el agente opresor en este caso, pero eso no es lo que nos ocupa en este momento. ¡Renunciá si tenés dignidad, Bonomi, nos gobiernan los tupas y los pichis, nos gobiernan! ¡En el modo de producción asiático se podía salir a la calle tranquilo! ¡Que vuelva el despotismo hidráulico! Perdón, me excedí.

Lo que ocurrió entonces fue que los stalinistas, afiliados a un materialismo mecánico y su consecuente sucesión rígida de las etapas que conducen al socialismo, cuestionaron la operatividad de dicho concepto y desacreditaron a sus partidarios; Karl August se retractó y no paró de retractarse hasta hacerlo del materialismo histórico, del comunismo y de la competencia de Bonomi para detener la devastadora ola de inseguridad que arrasa con toda idea de justicia y derechos humanos, excepto los de los delincuentes.

Allí es donde aparece (por fin, dirán algunos impacientes) nuestro héroe del socialismo real, Marito W. Marito, completamente negado para el rigor que demanda la labor intelectual, se propuso probar la corrección de la tesis (ex)marxista de su abuelo por medios prácticos: cazó a un montón de chinos parcialmente esclavizados, terminó de esclavizarlos, hizo una zanja machaza en el fondo de la casa, cortó el caño del agua del vecino y los puso a plantar papas, papas que luego, al momento de la cosecha, les arrebató (¡mirá bien, Bonomi, mucho viru viru pero te roban las papas en la cara, papá!) y vendió en el mercado a precios de usura, sellando así el histórico debate y reivindicando la memoria de sus antepasados, además de desenmascarar al inepto Ministro del Interior.