The Muffs, or how I learned to love the bomb

No se deshace el muro ni cuando están unidos unos a los otros y ajustados, ni cuando ya están separados; entonces, no es posible deshacer un muro

Sexto Empírico, Adversus mathematicos

Cuando los griegos comenzaron a razonar sobre lo Uno y lo Múltiple, el Ser y el Devenir, lo Necesario y lo Contingente, se hallaron frente a paradojas como la que ilustra el epígrafe, que, invertida, también permite demostrar la imposibilidad del muro: si este aún no es cuando sus partes están separadas, tampoco puede llegar a ser; en conclusión, no hay muro y Trump no tiene a quién pasarle la factura, o hay muro y Europa del Este aún pertenece a nuestro bando.

No pretendo desentrañar en estas breves líneas la corrección o incorrección del argumento, que hasta donde llega mi examen bibliográfico mantiene toda su vigencia y cuya resolución sólo ha sido aplazada por la utilización de la Madre de Todas las Bombas (tema que merecería un tratamiento apropiado, ya que si Trotsky se jugó sus últimos boletos a una revolución como consecuencia de la Segunda Guerra mundial, que no se produjo, nuestra generación tiene todo el derecho de hacer su propia apuesta entre socialismo o barbarie y abandonar cobardemente el primero cuando lo considere irrealizable -larga digresión que, lamento decirlo y defraudar sus esperanzas, no tiene más objeto que este alegato a favor de la indeterminación y, por qué no, la imprudencia en el manejo de la política exterior de las potencias nucleares -)

(Paréntesis al paréntesis anterior: recordemos que Bertrand Russell observó justamente que, tras un conflicto nuclear, el único socialismo posible sería uno basado en la remolacha azucarera; algo no previsto por el filósofo-matemático es que ALUR sería el partido único en esta distopía cañera, y Raúl Sendic su dictador perpetuo, dando así la razón a las denuncias de la oposición, que tampoco preveían, sin embargo, este escenario de tiranía preparado por el vicepresidente Lysenko para su beneficio personal).

Pero un argumento tan sutil y poderoso (como la bomba y su promesa de barbarie, de la que quisiera abstraerme por un instante si su presencia no fuera tan ubicua como la banalidad de quienes pretenden ignorarla) puede operar en terrenos menos abstrusos y  usarse, por qué no, para vindicar en forma retroactiva el honor de alguna persona, mancillado décadas atrás. El mío más precisamente.

Si la tesis, el ser, es una banda de pop punk californiano, careta, cuya propiedad de tal se transfiere sin mediaciones al poseedor de uno de sus discos (adquirido por el réprobo a mediados de los ’90 y repudiado desde entonces por dicho acto), la antítesis es lo que sonó el pasado 20 de abril en Bluzz Live, que no fue otra cosa que el más auténtico  panroc escuchado en estas tierras desde que Darby Crash se dejó crecer el bigote y la melena y cambió su nombre a Jaime Roos allá por 1981, para desertar de ese modo del estilo que cultivara hasta entonces (sólo para convertirse en el emperador de todos los estilos, tranquilos, insensatos).

Si en cada uno de esos pequeños, y perfectos a su modo, artefactos de la industria cultural había más actitud que en la horda de punkies parmenídeos que aún se empeña en continuar su batalla y tacharlos de caretas, ¿dónde está el error? ¿En qué punto fallaron sus categorías interpretativas? ¿Cómo es posible que esas lindas melodías vayan acompañadas de una total indiferencia hacia los sellos, los medios y el mainstream, de presentaciones caóticas que incluyen peleas y violencia frecuentes, como las de Jaime y el Canario Luna? ¿Cuándo se deshizo el muro? ¿Será casual que Oh, Nina, del imprescindible Blonder and Blonder, su album más redondo (tanto que cabe perfectamente en cualquier reproductor de CD) rime con Colombina?

Quizá sea una capitulación frente a la barbarie, lado de la balanza en el que al parecer ha caído nuestra elección, pero al menos me queda el consuelo de que Rosa Luxemburgo (y Bertrand Russell con sus remolachas posnucleares) podría corear con aprobación estos versos: «So maybe if I fade away/ There’ll be no sad tomorrow.»

A propósito del determinismo

Determinismo: ese es el término. O terminismo. En fin, lo importante es la concepción que adjudica a un factor la responsabilidad por toda la naturaleza humana. Los hay de varios tipos: biológico, histórico, económico, ambiental, social, cultural, multicultural, paracultural, estructural, extraterritorial, etc. También hay determinismos más amplios que incluyen un grupo de características para explicar el comportamiento antropoide, pero estos me parecen espurios ya que la multicausalidad es una forma de interacción, y la interacción, como sabemos por la dialéctica, implica un elemento de azar.

Sirva esta pseudo introducción simplemente a modo de marco para la hipótesis que voy a proponer. No me considero determinista puesto que no adhiero a ninguna de las doctrinas antes mencionadas, o no me consideraba, hasta que descubrí, evidencia de por medio, la auténtica razón detrás del fortuito y loco actuar del Humano: su cabello. No el suyo, amigo lector, sino el cabello abstracto, universal, que cubre, y también descubre, el capot de la especie.

El bicho nace sin pelo, señal de una carencia, de la necesidad de un par que cuide de él hasta… ¿cuándo? Pues hasta que obtenga una cabellera adecuada, que le permita desempeñarse por sí mismo sin contar con la ayuda de sus padres, o mejor dicho, peluqueros de primera línea. Ese es el motivo por el cual estos lo «pelan» cada vez que su aditamento capilar adquiere cierta magnitud, para cercenar su independencia y mantener el control sobre el infante.

Pero el infante crece y junto con él crece el adorno que porta cual toldería sobre el campamento y, llegada la edad debida, el guacho opta por un estilo propio, estilo que va a decidir por él, inconscientemente, el rumbo que su vida va a tomar de allí en más.

Supongamos que se poda medio a las apuradas, al tuntún, sin un patrón socialmente aceptable: esto va a crear, quiéralo el sujeto o no, una personalidad disruptiva, alborotadora, un espíritu poseído por los eternos principios del panroc. O consideremos lo contrario, que el as de las tijeras, el barbero-cirujano medieval, produce un tazado de líneas bien definidas, cuasi matemático: la estructura asentada encima del procesador creará automáticamente, sin intervención alguna del interesado, repitamos, un individuo sumiso a la autoridad y a la imposición de una voluntad externa: hablamos del conocido «peinado de milico».

El degenerado quizá sea negligente respecto del asunto capilar, y este tal vez se salga de control, tanto que, cuando se lo quiera encausar, sea demasiado tarde; esto tendrá como resultado un jipi, un mugriento, un ser que abandonará al mismo tiempo toda otra forma de cuidado estético para finalmente hacerlo con sus inhibiciones morales e intereses materiales. Sin embargo, si a este caos se aplica un orden, se lo moldea, arroja algo muy diferente aunque en apariencia indistinguible: un jipi careta, alguien que sólo luce el estilo pero no lo practica; esta situación se reproduce en todos los niveles del determinismo capilar, creando personalidades duales, que portan los signos exteriores de una forma pero pertenecen a un género disímil.

El estudio de casos resulta de particular interés y deberá, una vez aceptada la doctrina, extenderse, profundizarse, llevarse a sus últimas consecuencias. Para ello será necesaria la participación continua y exhaustiva de incontables profesionales durante generaciones enteras, que además deberán incorporar el saber, léase nuevas modas peluqueriles, que vaya surgiendo con el transcurso del tiempo. El tiempo, qué gran problema ese; recuerdo párrafos enteros de San Agustín asombrándose por su inaprensividad, de Wittgenstein rindiéndose a su verdad inexorable, y me pregunto, ¿cómo se peinarían? Y ¿cómo influyó ese aspecto en su sistema? Todo esto deberá ser puesto en evidencia por nuestro propio sistema, y también la paradoja inescapable que contiene el hecho de que ésta misma deriva de nuestra experiencia capilar. Pero sigamos adelante y dejemos a futuros expertos la resolución de estos peliagudos temas.

La edad trae cambios que se reflejan, desde luego, en la cabeza. En la parte de afuera, claro, ya que ahora sabemos que los de adentro responden a los exteriores, como en el caso Pluna, esa joda tan grande que involucra a comerciantes inescrupulosos del transporte y autoridades progresistas que, según parece, entienden el progreso como una carrera personal por la adquisición de bienes materiales a través de los instrumentos que el Estado (que somos todos: vos, yo, el facho de Canal 4 -¡todos ellos!- el trosko que junta cinco votos y grita «¡Esto es la dictadura del proletariado!», en fin, todos) pone a su disposición. Un hijodeputa sin consciencia cívica, si me lo preguntan; a mí que me disculpen pero eso es peor que robarle la jubilación a una abuela, o las pastillas a un diabético o los anticonceptivos a una monja, porque socava las bases de la democracia, la creencia en la representación y el principio de igualdad, a ver si hacen algo, señores de la Suprema Corte, entran-por-una-puerta y-salen-por-la-otra-y-piensan-en-los-derechos-humanos-de-los-chorros-pero-no-en-los-de-nosotros-los-honestos.

Y para no hacerla más larga porque ya me extendí demasiado aunque eran temas tremendamente importantes, lo que quería decir es que cuando te hacés viejo y se te cae el pelo te volvés neonazi y votás a Pedro LacallePou chaumuchasgraciasporsuamableatención.

Música de cañerías

Un hombre que se desempañaba como operador en canal 4 en el turno de la madrugada fue detenido luego de que, presuntamente bajo los efectos de estupefacientes, conectara su mp4 a la computadora desde la que trabajaba, sustituyendo la música soporífera por un feroz punk rock inglés de principios de los ’80.

El acusado, fan de GBH, declaró ante el juez que «tenía los huevos llenos con Arjona, Alejandro Sanz, Marc Anthony et al«. Se asumió como culpable y se mostró completamente arrepentido: «Por un momento, me creí Dios. Fue un error», dijo.

La dirección del canal emitió un comunicado en el que expresa su pesar a todos los afectados, indicando que se aumentarán los controles para que hechos tan lamentables no vuelvan a ocurrir. Canal 4 se responsabiliza por la conducta del empleado desleal, y asegura que se tomarán medidas de seguridad que impidan la conexión de aparatos de uso doméstico en los equipos de la emisora, además de realizar exámenes de alcoholemia, drogas y otras pichicatas a todos los funcionarios.

La doctora María de los Ángeles Beltrán Scheck, soltera, de 46 años y presuntamente virgen, luego de aclarar que hay que matarlos a todos, cuenta que: «Esa noche había tenido una cita (nota del juez: no es cierto) Me acosté cerca de las 2 a.m. Estaba reflexionando sobre mis cuatro décadas con Arjona de fondo; en canal 5 estaba el doctor Gustavo Vaneskahian entrevistando a Gustavo Penadés por enésima vez en lo que va del año. En el 10 repetían un programa de extracción del mal con acento brasileño, y en el 12 estaba el Telechato. En fin, dejé el 4 para conciliar el sueño, luego de tomarme 50 mg. de Clonazepam, 150 de Diazepam, 500 de Alprazolam y un huevo crudo diluido en jugo de limón con azúcar. De repente, cuando ya estaba casi dormida, escucho, y logro entender ya que poseo el El Cambridge ICFE del Anglo entre otros certificados, unos gritos infernales bramando sobre bebés de ciudad atacados por ratas. Me descompensé; apenas tuve tiempo de llamar a Blue Cross para que me asistiera».

Por su parte, Marcelo Perdomo, de profesión taxista, dijo: «Me encontraba en la cocina, alrededor de las 2 a.m. del domingo. No podía dormir porque mi mujer se había ido de casa con mis hijos, gritándome ‘¡cornudo, hijo de puta, no me vas a ver nunca más!’ y otras cosas por el estilo. Yo estaba tomando whisky, ahogando las penas en alcohol como quien dice, y escuchando a Arjona con el revólver al lado, pensando qué hacer, cuando siento un ruido de la gran puta. Tiré un par de cuetazos por las dudas y enseguida me di cuenta que era el televisor. Me vinieron ganas de irme de putas y drogarme, no sé por qué».

La doctora María de los Ángeles Beltrán Scheck presentó una demanda por «desequilibrio cognitivo» y «socavamiento de paradigma». En tanto, Marcelo Perdomo no inició acciones legales, al tiempo que el representante de Ricardo Arjona recurrió a la justicia por considerar que se había afectado su derecho a ser difundido constantemente en el horario referido.

El canal, por su parte, se comprometió a resarcir a los damnificados utilizando la música del cantautor guatemalteco como cortina de Telenoche y de todos los procedimientos policiales que involucren acción sin límite y persecuciones electrizantes.

We are 127

Sentí que el mundo entraba en un final y le dije suavemente que se fuera a la raíz cuadrada de la putísima madre que lo parió. (J.C.Onetti. Cuando ya no importe)

Subí al 127 en la parada de siempre, a la hora que acostumbraba hacerlo todos los días. Saqué un boleto Oeste-Este de doce horas, que permite perfectamente descansar ocho en el vehículo y volver al trabajo en el mismo ómnibus, idea adoptada gracias a los auspicios de la Cámara Empresarial, que vio la ventaja de que sus súbditos permanezcan en constante movimiento en la ruta de su ocupación.
Muchos de los pa(sa)jeros se encontraban en la misma situación. Me senté contra la ventanilla en la segunda fila, junto a un empleado de oficina que revisaba varias carpetas con un café en la mano libre y la almohada sobre las piernas. Los pocos asientos desocupados fueron asaltados por viajeros-inquilinos dotados de los enseres necesarios para habitarlo al menos un día. Muchos se saludaban como vecinos de toda la vida, con preguntas sobre la salud de la familia y cambio de chismes acerca de los ausentes inesperados. En la vereda, un ama de casa adaptada a la nuevas relaciones obrero-patronales lanzó al paso del bus un suculento desayuno compuesto de café, tostadas con manteca y mermelada, y la pastilla para la presión de su marido. Éste lo atrapó sacando la mano por la ventanilla y mandando al mismo tiempo saludos a unos hijos que apenas lo conocían como imagen fugaz en la ventanilla del 127.
Más tarde, una muchacha que estaba más fuerte que el temporal de Santa Rosa subió, cambió unas palabras con el guarda (que le pidió el cambio justo de palabras) y cruzó el pasillo como si se tratara de la pasarela más encumbrada de la moda internacional para dirigirse hacia el fondo, donde un joven más bien feo y mal arreglado la esperaba con una sonrisa. Ante el asombro que no era tal sino más bien envidia del resto de los presentes, empezaron a tocarse y sacarse la ropa con un visible apremio y más visible aún calentura. Lo que pasó después es algo que el pudor me impide referir pero la crapulencia me obliga a contar: el joven no cumplió sus deberes conyugales y la chica, cuya calentura opacaba su sentido moral, si es que lo tenía, lo reemplazó sin más por un afortunado y eficiente desconocido. Creo que se agregaron luego varios participantes más, pero para entonces yo tenía entre manos asuntos de la mayor importancia que no admitían dilaciones.
Poco después la señora de la sexta fila, compañera habitual de viaje, escoltada por su analista para la consulta semanal, pidió al chofer que parara a fin de comprar el antidepresivo en el instante en que le fue recetado, tal como manda la práctica clínica moderna. Cuando el ómnibus se detuvo sucedió lo impensado: cuatro punks de apariencia repulsiva pidieron permiso para subir a tocar una canción. El conductor no vio ningún inconveniente en que lo hicieran y les franqueó la puerta, provocando la sorpresa de todo el pasaje. A mí me resultaron simpáticos y de hecho, y con esto no pretendo difamar a nadie, me parecieron mejor higienizados que muchos de los exaltados. Uno de ellos, su líder supongo, dijo unas palabras en un dialecto punk que algún antropólogo o degenerado vaya uno a saber tradujo a los demás más o menos como sigue: «Somos artistas callejeros que les robamos (el traductor pudo haberse equivocado aquí) un minuto de su amable atención para entregarles una humilde canción que esperamos les alegre la mañana, manga de hijos de puta vendidos al sistema váyanse a la concha de su madre y métanse sus trabajos de mierda en el culo, chupapijas (el intérprete quizás haya agregado algunas expresiones propias aquí, no lo sabemos con certeza) Gracias, esperamos sea de su agrado y aquellos que deseen colaborar pueden hacerlo y los que no se pueden meter las monedas de mierda que nos niegan en el medio del orto y las damas por la cotorra. Chúpenla, putos». Enchufaron los equipos, batería, bajo y guitarra, previa instalación de un amplificador y un par de columnas de Marshalls, y cuando el vehículo se puso en movimiento, tras el regreso de la vieja conchuda (perdón, se me pegó) de las pastillas, empezaron a tocar.
Por lo visto el traductor no entendió plenamente el mensaje, o quizás aquellos vándalos cambiaran sus planes sobre la marcha, lo cierto es que minga iban a tocar un solo tema. Arrancaron con una sección de clásicos del género o degénero, como prefieran, entre ellos joyas como Blank Generation del gran Richard Hell, Buzzcocks, Sham 69, Cock Sparrer y mucho Oi! de un gusto pésimo como mínimo.
Al principio la audiencia se mostró entre indiferente y apática, dejándolos pasearse por su repertorio sin prestar atención, pero con el correr de los minutos algunos empezaron a exasperarse. La madre que le daba el pecho a su criatura (no era un bebé, era propiamente una criatura atroz, que merecía más que le dieran la espalda que el pecho… omnis mundi creatura cuasi liber et pictura) arrojó la mamadera a los inadaptados, que lejos de ofenderse apreciaron el gesto de respeto y extendieron el setlist. La vieja conchuda los escupió y el bajista le devolvió el escupitajo y esto condujo a un nutrido intercambio de secreciones nasales que sólo afianzó la posición de los vagos faloperos delincuentes inútiles. Para entonces el guarda y conductor se habían entregado al espectáculo clausurando puertas y salidas de emergencia. Quienes esperaban el ómnibus en las paradas se negaban a subir y el público involuntario no se atrevía a bajar, puesto que el único que lo intentó, un viejo con menos punkrock en la sangre que sentido común en el televidente de Telenoche 4, fue sodomizado por el baterista con los palillos que luego usaría para ejecutar Holliday in Cambodia de los Kennedys.
Los únicos que no rechazaron la invasión fueron los involucrados en la orgía, a la que los punks se sumaban entre canción y canción. Mi compañero de asiento, El Oficinista, trató de establecer contacto con la coqueta señora del asiento maternal que ofrecía la esperanza de una oposición sólida a la inmoralidad. La misma, cotorruda de profesión y confesión, casada con la familia, tradición y propiedad, era la candidata obvia a encabezar la resistencia. Por desgracia también era candidata indiscutida a un cadenazo bien dado en el medio de la jeta, y esto fue lo que efectivamente ocurrió en primer lugar del orden cronológico.
El ómnibus circulaba ya sin rumbo navegando en una marea de sonidos estridentes (el cantante es-tridente: tiene solo tres teclas); adentro el tiempo parecía detenido y las víctimas de la absurda situación bebían sorbos de su destino y lo aceptaban como el náufrago acepta la deriva de su nave, en cómodas cuotas de hechos fortuitos encadenados por el azar. Yo empecé a creer que esto no estaba mal del todo, que quizás nos estaban arrebatando una rutina cuyas raíces se extendían a todos los pasajeros de ese 127 y los comunicaba en su indolencia compartida, que este viaje era definitivo y no tenía retorno, no había vuelta al boleto de doce horas con pernocte, a la monotonía del asfalto de siempre impregnado en los rostros de siempre que reflejan las vitrinas y las vidas de siempre allí afuera, aquellas a las que no teníamos acceso en nuestra condición de peregrinos perpetuos atrapados en la senda de un trabajo, la casa con su correspondiente familia, los accesorios en forma de hijos/perro/televisor/Telenoche/inseguridad y cada compartimiento en su debido lugar listo para ser extraído cuando las convenciones lo requirieran, todo aquello parecía tan lejano como la parada de origen y la época en que un viaje comportaba el riesgo, la oportunidad, la salida, la diferencia.
Mi vecino me clavó una mirada inundada de estas dudas que atravesaban mi rostro y le devolvían sus mismas conclusiones, aquellas a las que no quería ceder. Uno por uno, los demás pasajeros empezaron a mostrar esta expresión recién adquirida, esta parcela conquistada de incertidumbre a la que se aferraban en ausencia de las coordenadas conocidas. Ahora los inadaptados parecíamos nosotros, tan ajenos a esa zona liberada que se nos ofrecía empaquetada en tres acordes y distorsión extrema. La madre del adefesio encabezó el cruce del último puente que nos ataba a esa vida puesta entre paréntesis. Arrojó a la inmundicia por la ventana, renegó del título de graduada en maternidad y doctorada en frustración matrimonial y nos empujó a agitar, a hacer pogo, a soltarnos el cinturón de Simbad que tan bien habíamos aprendido a llevar por conveniencia y miedo y conformidad.
Era de noche y los celulares anclados en la tierra que ya no recordábamos intentaban retenernos; encargados y jefes de personal lanzaban botellas con mensajes a este mar embravecido que las devolvía al remitente sin respuesta. Esposas, maridos, hijos, suegras, padres, maestras, profesores gritaban furiosos contra esta irrupción en la jerarquía de la realidad, pero a nadie le importaba. El motín seguía su curso contra las órdenes de una autoridad desconocida, tan irreal como esta fantasía que ahora parecía todo menos ilusoria. Los que se quedaban en el muelle lanzaban amenazas que nadie oía a propósito de un viaje que quizás no tuviera futuro pero al que el presente bastaba y sobraba.
Cuando ya estábamos quién sabe dónde, a quién podía importarle, la banda dejó de tocar, empapados en sudor, escupitajos, vino barato. Una tregua para recapacitar, supusimos, un armisticio concedido a unas víctimas que ya no se creían tales. El conductor paró el ómnibus, el guarda nos miró con ojos indulgentes, esperando capturar el instante preciso del arrepentimiento y el retorno a la sensatez perdida, el rictus recuperado de los procedimientos avasallados. Entonces el micrófono nos escupió el 1,2,3, 4 y el ómnibus reanudó la marcha.

¿Marky Ramone en Montevideo?

Este no es un blog de música, ni uno que se ocupe de música, pero está allí, rondándola en espera de lo extraordinario, acosándola hasta que de un paso en falso y pueda arrojarse sobre ella para extraerle alguna historia interesante. Esta no lo es. Esta, haciendo honor a esa categoría de allí arriba que reza «Punk», es la crónica de un toque punk o lo que suponía sería tal. Satisfecha esta formalidad, pasemos a lo que nos ocupa, como diría el propietario de un edificio tomado. Marky Ramone volvió a pisar Uruguay. En este nuevo intento tampoco lo logró, y creo que Marc Bell debería hacerse a la idea de que eso no es posible. Desconozco si ha pisado otros países, pero me resulta bastante improbable, por lo que sería bueno que dejara de intentarlo. Camino al toque la escena siempre se repite: viejas/os que te miran azorados y preguntan quién toca; punkies con la entrada en la mano que preguntan quién toca; tus amigos que, después de disertar eruditamente sobre la influencia de Michael Graves en la música contemporánea, te preguntan quién toca, etc. Afuera, las punkies más accesibles se prestan a una amena charla de la que, con suerte, te podés llevar un teléfono. De este modo, hoy reúno una de las mayores colecciones del mundo de estos aparatos; de minas ni hablemos. El ex Ramone largó con todo; largó el redoblante, el hi-hat, el bombo, todo su equipo a la mierda, quizás frustrado por las condiciones que ofrecía el local, y se quedó sólo con unas marimbas. Seguidamente, descargó un tema de palpable sabor tropical, tanto es así que mi amigo y yo, contagiados por la propuesta, empezamos a repartir piñas. Terminada esta desconcertante introducción, miré a mi amigo con gesto de «fue un chiste de mal gusto, pero es gracioso. Que se haga el punk rock». No puedo decir si se hizo el punk rock o no, pero lo que siguió a esa indigesta ensalada de frutas fue más de lo mismo: una larga sección de diferentes ritmos latinos interpretados con la maestría percusionil de un inuit con mitones. La concurrencia, conformada evidentemente por chupapijas profesionales, no sólo no desaprobó esta notoria afrenta a esa música surgida del New York de los ’70, sino que pareció disfrutarlo tanto como el energúmeno del peluquín impertérrito (que además se había recortado las puntas) Yo no entendía nada pero exigía venganza, imaginando lo que harían los fans de Cannibal Corpse en una situación análoga. Después de esta tomadura de pelo (o peluquín) el Graves este o su versión petisa y amanerada, que es lo mismo, ejecutó temas acústicos de quién sabe qué mierda, haciendo honor a su apellido, con una tumba-dora. El señor Bell, mientras tanto, siempre haciendo honor a su apellido, acompañaba haciendo de campana. Yo estaba tan indignado que me retiré del lugar para continuar con las ocupaciones arriba mencionadas (asustar viejos y recabar teléfonos) formando de esta manera un perfecto sandwich al que faltó el relleno: el pancroc. Con todo, cuando me estaba retirando tenía la sensación de que algo muy extraño acababa de suceder, y no pude evitar el impulso de cerciorarme de esto. En efecto, al acercarme al afiche que lucía (¿Qué Lucía? No sé, la única Lucía que conozco es la Santa) espléndido en la entrada del recinto, pude leer lo que mis sentidos habían gritado durante el concierto pero mi cerebro se encargó de silenciar: quienes se presentaban allí no eran Marky Ramone y Michael Graves sino el subcomandante Marcos Ramón y el subtropical Maicol Tumba-doras. Me equivoqué de lugar, sí.

Leyendas de la Filosofía

El gran filósofo punk alemán Arthur Shopunkhauer (1788-1860), quien se adelantara más de 100 años a Richard Hell al formular la idea de que la realidad, fundamentalmente incognoscible, profundamente inescrutable, apesta hasta sus últimos resquicios, murió un día como el de hoy (asquerosamente soleado y cálido, aunque reportes contemporáneos indican lo contrario) en Tubingen, Baden-Württemberg, sur de Stuttgart.

Shopunkhauer provenía de la tradición de la filosofía clásica alemana, donde
la jefatura ejercida por Kant y Hegel parecía indisputable. Sin embargo, este hereje demostró la patraña que constituía el racionalismo histórico al lucir una remera de Punk Floyd con la leyenda «I hate Punk Floyd» pintada a mano, derrumbando con este gesto el legado de sus predecesores como lo haría Johnny Rotten el siglo siguiente.

Otro de sus aportes negativos ocurrió en el programa televisivo filosófico de Sandino Nuñez, cuando escandalizó al puritano público del show profiriendo insultos que ocuparon la primera plana de los periódicos y causaron una conmoción, agitaron algunas jaulas. A partir de entonces su filosofía punk se transformó en un movimiento subversivo donde escupitajos y pogo eran elementos tan constituyentes como para Marx lo fueran la dialéctica materialista y la lucha de clases.

A pesar del rápido ascenso a la cumbre de la filosofía gracias a estos escándalos, Shopunkhauer apenas si publicó un trabajo, Never Mind the Bollocks, here’s Shopunkhauer, pero pronto se vio superado por una segunda ola, más radical, del movimiento a que había dado origen.

Tras un año de éxito fulgurante, el filósofo se hundió víctima de su propia creación y fue acusado de venderse y vender al movimiento.

Para 1850 sus seguidores más radicales, como Crass, habían declarado que el punk estaba muerto y escupían sobre la tumba de este grande que hoy recordamos.


Beat on the brat

– Comencemos…
– Bien. Mi problema es el siguiente, no se ría: mi vida es la discografía de los Ramones mismo.
– Veamos si entendí: ¿le gustan mucho los Ramones y se cree uno de ellos?
– Nah, ojalá fuera eso. No me gustan, pero sus canciones determinan mi vida, así de simple.
– ¿Y no preferiría que fueran las de NOFX, por ejemplo? Tienen muchos temas sobre lesbianas.
– Primero, no sé a qué viene eso. Segundo, como le dije, no es decisión mía. Es así, simplemente.
– Bien. ¿Tiene novia?
– Sí.
– ¿Y ella qué dice?
– Sheena is a punk rocker.
– ¿Puedo hablar con ella?
– The KKK Took my baby away.
– ¿Qué piensa de la situación?
– I’m affected
– ¿Desea que los secuestradores mueran?
– Punishment fits the crime
– ¿Qué le diría si pudiera enviarle un mensaje?
– I remember you
– ¿Escuela?
– Sí, Rock’n roll high school
– ¿Trabajo?
– The job that ate my brain.
– Ya veo. ¿Qué clase de dificultades le ha causado ser la discografía de los Ramones?
– I just wanna walk right out of this world ‘cause everybody has a poison heart
– Pero se la banca…
– Sí, soy Too though to die
– Claro. Pero ¿cómo preferiría vivir?
– I wanna be sedated
– ¿Cree que esto tiene solución?
– I believe in miracles
– ¿Tiene idea de cómo comenzó?
– Somebody put something in my drink
– Pero quizás eso sea un elemento secundario. Quizás ud…
– Freak of nature?
– Exacto. Pero vino a buscar ayuda.
– Psycho Therapy
– ¿Cómo se siente en este momento?
– My brain is hangin’ upside down
– ¿Cómo describiría su padecimiento?
– Mental Hell
– ¿Y cómo imagina su futuro?
– I don’t want to grow up
– Es un cover…
– I hate freaks like you
– Bueno, es hora de tomar alguna medida…
– Take the pain away
– ¿Cree que le sirvió de algo esta sesión?
– Journey to the center of my mind
– Otro cover. Peor aún, del disco Acid Eaters, disco de versiones
– Ignorence is bliss
– Se me ocurre algo: tal vez, si los Ramones son el problema, los Ramones sean la solución…
– You sound like you’re sick…
– ¿Quiere que intente algo?
– Gimme gimme shock treatment
– No, mejor aún…
– I won’t let it happen
– Sí, es por su bien.
– I’m against it
– Si no sabe lo que voy a hacer
– Do you wanna dance?
– No. Teenage lobotomy!

Por favor, mátame

 

Se conocieron haciendo pogo en un toque de Billy Dead, en La Teja. Él le clavó, por accidente, una púa de su muñequera en las venas y ella, que practicaba a diario la rutina, quedó flechada. Más bien fue apuñalada por un Cupido de cresta y tachas, con accesorios punzantes en lugar de flechas.

Desde ese momento fueron inseparables. Literalmente, ya que ella quedó ensartada en la muñequera y no se la pudo extirpar de su lado. A él no pareció molestarle demasiado, más allá de que ahora tenía que compartir el vino cortado en dosis iguales. Los cortes son cosa común entre punks y por eso hacen lo mismo con el vino, según dicen.

Pasaban juntos todo el día, no tenían más remedio que hacerlo, pero la relación, a pesar de los pronósticos de los amigos, se consolidó. A ella le gustaba ser una púa más de su muñequera y a él no le disgustaba el agregado, por lo que decidieron dar un paso más y unir sus alfileres de gancho. Un parche de Flema selló la alianza.

Poco tiempo después, consumaron la pareja al enganchar sus cadenas mediante el candado que colgaba de su cuello. De paso, le dieron un cadenazo a un skinhead que oficiaba de sacerdote, para no perder la costumbre y combatir al sistema.

Sus crestas empezaron a marchitarse con los años pero las siguieron regando con la constancia del albacea de cactus, evitando que la rutina redujera la cantidad de jabón que afluía a sus vistosos peinados.  Los alfileres de gancho comenzaron a ceder; las noches de Sangre de Verónika en La Barraca eran menos frecuentes y rara vez ponían un disco de Exploited para bailar acaramelados. Seguían escupiendo a los chetos, pero los pollos no salían de la profundidad del idilio adolescente sino de la práctica aprendida debidamente. El hacelo vos mismo era ahora más invitación a masturbarse que eslogan de combate. Así se fueron distanciando.

Hasta que llegó el día tan temido, cuando un patrullero pasó frente a ellos y ninguno de los dos atinó a tirarle una piedra. Ella supo que la crisis era inminente; él entendió que Ya no sos igual es una constatación existencial y no solo el track 15 de Valentín Alsina. Por fin, él dijo:

– Mi amor: lo nuestro no tiene futuro

– ¡Me hacés tan feliz!

Aquí está su disco (de cola)

Y el disco está terminado. Es más, entre ayer y hoy escribí otros 6, pero no viene al caso.

El primer lanzamiento (a causa de la indigestión musical) se titula “Disco de cola” y se compone de remixes de canciones con referencias ferroviarias, aunque vale aclarar que son sólo 2 tracks repetidos unas 8 veces cada uno con nombres diferentes. Es más o menos lo que hacían los Ramones, si no lo advertiste nunca, e incluso en este caso la tarea se facilitó considerablemente ya que los engendros son totalmente instrumentales (palabra que, etimológicamente, parece significar algo así como “herramienta producto de la acción teleológica del hombre socialmente determinado” y encierra la concepción marxista de la historia –o materialismo histórico- en un solo vocablo, ¡notable! –cierro esta larga digresión lingüística-)

El último tema, además, se vale de un artificio matemático desarrollado por Dedekind y conocido como “inducción” que permite que se repita incesantemente hasta el hartazgo de manera por demás innecesaria. Pero en palabras del productor (aunque es una licencia muy grosera llamar de esa manera al falopero y borracho –parece la definición de Lacalle, pero juro que no es él- que hizo esa tarea –otra digresión gratuita, y van…-): “este tema encara los kilos” (en esto sí estamos de acuerdo)

Por último, recuerden que si creen que apesta mal, el vinilo tiene las características propias del disco de cola, tal su nombre, por lo que puede ser colgado en el último vagón de un 600 y enviado a Nico Pérez and beyond sin cargo (de conciencia)

En fin, el soundtrack del estío 2010 (odisea en las vías –título alternativo-) es:

Pasajero de un tren (Traidores)

Bundesbahn (plagio evidente del “Autobahn” de Kraftwerk, autores sí de Trans Europe Express)

– Crazy Train (Ozzy Osbourne)

– Engine Driver (The Decembrist -¿estos tipos son bolches o soy el único que relaciona “decembristas” a la revolución rusa? –háganmelo saber. Gracias-)

-Train I Ride (The Dead Milkmen)

-Train in Vain (The Clash)

-Blue Train (Johnny Cash)

– Drug Train (The Cramps)

– Train of consecuences (Megadeth)

 

Y como escribió Engels al pie de la última página del Libro III de “El Capital”: aquí se interrumpe el manuscrito.