El patriotismo es la principal parte de la ideología mediante la cual la burguesía envenena la conciencia de clase de los oprimidos y paraliza su voluntad revolucionaria, porque patriotismo significa sujeción del proletariado a la nación, tras la cual está la burguesía. (Lev Trotsky, ¿Qué es el nacionalsocialismo?)
Los extranjeros no pueden, naturalmente, entender la significación de Vicente Nario para el pueblo de Arteaga. Lo celebramos este año, vale aclarar. Lo estamos celebrando en este preciso instante; mientras ud. lee esto del otro lado de la pantalla, nuestras banderas ondean furiosas al viento, siempre presente, de la localidad más heroica que se conozca, no obstante la opinión de La República en sentido contrario.
Nuestro libertador, José Gervasio Arteaga, personaje controvertido hasta que la historiografía lo clavó… en su condición de héroe, claro, como una mariposa en exhibición, intocable, eterno, perpetuo, inmortal, valiente, etc, ha sido objeto de una polémica interminable acerca de sus propósitos y acciones. La controversia se acepta hoy en virtud de su inmediata refutación por parte de los eruditos más respetados por las autoridades, de lo contrario habríamos procedido a ocultarla diligentemente como tantas otras cosas de tenor parecido. Eso porque la cohesión social en Arteaga ha sido históricamente un asunto un tanto dificultoso. Pues bien, uds. se preguntarán: ¿cuál es esa leyenda maliciosa que invocan los adversarios de la libertad y la constitucionalidad de nuestro pueblo? En mi condición de custodio de los valores más altos de Arteaga, debería mandar al curioso, indagador, a la puta que lo parió. Sin embargo, como dije antes, nuestra política republicana de transparencia y honestidad supremas nos permiten responder al hereje con la garantía que la verdad concede a su portador.
Sucede que, de acuerdo a la tesis antiarteaguista, antipatriótica, falaz en extremo, este creador de nacionalidades no habría contemplado en su plan original la constitución de una localidad independiente de Arteaga. Siempre según esta mezquina interpretación, don José G. Arteaga habría sostenido y conjugado la necesidad de formar una alianza impura con los cerdos de Mansavillagra, ¡nuestro eterno enemigo, causa y principio de toda nuestra miseria, estandarte de la barbarie, portador de la injusticia, dador de la desdicha! ¿¡Cómo podría Arteaga haber surgido de este súcubo de la inmoralidad!? Esta opinión transgresora recuerda aquella de los gnósticos según la cual el universo habría sido engendrado por un Demiurgo, amo de la maldad. De manera que la virtud extraordinaria que hoy nos distingue procedería del pecado original, de un error imposible de precisar que se arrastra desde el origen de nuestra raza. Una ridiculez.
Por eso mismo esta teoría es, en Arteaga y en cualquier lugar que sus leyes alcancen, la herejía final. Sus partidarios son perseguidos por nuestra incuestionable justicia con el mayor rigor. Como aquella vez que un escolar tuvo el descaro, la indignidad, de quemar el pabellón nacional (que envuelve todos nuestros chocolatines) por accidente tratando de tocarle fuego a una hormiga, mientras comía el dulce de la degeneración. La turba lo entregó, procediendo del modo más adecuado, a los depositarios de la ley, y estos, en medida igualmente admirable, lo devolvieron a la muchedumbre para que cumpliera la ejecución. Fue este uno de los pocos incidentes que requirió la aplicación de medidas extremas. Para nuestros magistrados y oficiales, las mutilaciones y torturas son más frecuentes y eficaces, como establece también la Carta Magna aprobada en tiempos de Arteaga. Esto tiene dos consecuencias positivas: el refuerzo de la doctrina y el inmediato reconocimiento de sus detractores. Es lo que prescribe la legislación liberal y humanitaria a la que nos adherimos sin reparos, excepto en situaciones de crisis política, social, racial, comunal, descomunal o criminal. Claro que a veces se producen errores como las palizas a discapacitados naturales, pero se producen por un exceso de celo patriótico perfectamente justificado, no por la perversidad de nuestros ciudadanos. Además más de uno se lo debe haber merecido. Es así como establecimos la (casi) unanimidad de la creencia ortodoxa, que hoy podemos afirmar prevalece entre la población poseedora de todos sus miembros. El auxilio judicial no es más que una herramienta para este fin conciliador.
La guerra contra los mansavillagros tuvo como hitos, entre otros, el Grito de Ausencio, que dio comienzo a las hostilidades cuando numerosos servidores de este imperio réprobo lo traicionaron y se pasaron a nuestro bando, y la Gran Huida Patria, cuando José Arteaga y sus seguidores (literalmente) huyeron despavoridos ante la posibilidad (bastante cierta a juzgar por los documentos) de ser sodomizados con cadenas de bicicleta por los mansavillagros. José Arteaga no regresó, viviendo en el pánico hasta sus últimos días, no a causa de un ataque homosexual no concretado (algunos revisionistas sostienen que sí se habría concretado, pero ya no tienen manos con que escribir la herejía) sino gracias a la asistencia de un negro que le ofreció el servicio gratuitamente y sin implicaciones políticas.
Para finalizar, resumamos las características que enorgullecen a todo arteago que las posee (junto con todos los miembros y órganos): humildad, soberbia, grandeza (de espíritu y corpulencia) desprecio por el diferente, aprecio por el igual, tomador de mate, jugador de fúbol, bebedor de caña, fumador de caño, portador de caño, recio, educado, ilustrado (por algún artista gráfico tan arteago como él), no cobarde, inclemente con el vencido, macho (incluso si es mujer) blanco, orgulloso de su raza, televidente de canal 4 de Arteaga (por ende justiciero por mano propia), lector de El País-Sano y votante de Bordaberry o su antagonista no diferenciable, o sea la izquierda arteaga.
Bajo la bandera del Bicentenario fue hallado un asentamiento habitado por negros que escuchaban cumbia mansavillera y no poseían ninguna de estas virtudes, a los que se privó de una ciudadanía que no hacían mérito alguno por merecer. Los extranjeros no pueden, naturalmente, entender la significación de Vicente Nario para el pueblo de Arteaga.