Héroes del socialismo real III. Hoy: Vladimir Breadlessvski (El «Pan Duro»)

La Revolución de Febrero quizás haya sido opacada por la conquista del poder por los soviets en octubre, mas el brillo de nuestro héroe perdura como los residuos de Chernobyl en la estepa ucraniana.

Bajo el lema de “Pan, Paz y Tierra”, ese glorioso día se volcaron a las calles miles de obreros y campesinos hartos de la política anquilosada de la monarquía, continuando la experiencia mayúscula (y esdrújula) de 1905.

Nuestro V. Breadlessvski fue uno más de esos miles, con la diferencia de que poco le importaban la Paz y la Tierra, y con seguridad menos le importaban Nicolás II, Rodzianko, Miliukov, la Duma semiliberal y Tseretelli.

Para él la guerra era una condición ontológica, y la tierra ni siquiera era un insumo de su producto; su interés supremo era el Pan.

Conocido en los círculos obreros de Petrogrado como El Pan Duro, su naturaleza inquisitiva y sus habilidades comerciales coincidieron y se integraron naturalmente a la movilización antizarista.

Breadlessvski practicaba una forma fraudulenta de panadería, estudiada por Engels en La condición de la clase obrera en Inglaterra, que consistía en revivir el pan del día anterior con técnicas de regeneración celular (esto entronca con el anterior héroe del socialismo real, dicho sea de paso) para venderlo especulativamente en medio de la escasez.

Pero en las jornadas de febrero (que se extendieron hasta el 27 con la fuga de los Romanov, lo que me permite publicar esto cualquier día de la semana sin faltar al rigor histórico, lo que a su vez fomenta la flojera, ya que quizás no lo termine hasta el 27; veremos) el panduro del Pan Duro encontró un uso imprevisto y decidió la contienda a favor de los revolucionarios.

Sucede que Vladimir salió a la avenida Nevski como todos los días, con la intención de vender unos panes adulterados a cambio de unos kopecs inflados, cuando un cosaco represor lo asaltó, confundiéndolo con un agitador bolchevique.

El Pan Duro peló una flauta apócrifa de su canasta y combatió al oligarca (puto) mano a mano hasta vencerlo. La dureza del alimento se transformó así en un arma letal, y todos quienes lo rodeaban, de inmediato, comenzaron a servirse de esta inesperada dádiva revolucionaria para amoldar la historia del feudalismo ruso a su propósito.

El Soviet de Petrogrado, ya en tiempos de Trotsky, emitió un decreto para honrar la gesta, erigiendo un mausoleo en su recuerdo. Del marsellés, no de Breadlessvski.

Antes que Lenin, pues, un pan fraudulento se convirtió en la primera momia del régimen.

Héroes del socialismo real II. Hoy: Iosif Freudstein

Entre el 13 y 14 de febrero de 1945, los aliados sometieron a la ciudad de Dresde a un bombardeo sistemático que la dejó literalmente en ruinas.

Se ha especulado interminablemente sobre los motivos que determinaron tamaña decisión, ya que Dresde, dresde hacía largo tiempo, había dejado de ser un centro militar de importancia.

Las reuniones de Yalta tampoco tuvieron la influencia que se les concede, dado que la Unión Soviética jamás solicitó los servicios de la RAF y la USAAF por el simple hecho de que no querían a los cerdos occidentales merodeando en sus pagos.

Ninguno de estos argumentos se sostiene, y de esta manera se vuelve difícil explicar lo inexplicable. Al menos hasta que introduzcamos a nuestro héroe del socialismo real.

Iosif Freudstein era un científico soviético apolítico que se encontraba casualmente en la zona, experimentando con las posibilidades de extraer vida a través de las células humanas, tal como lo retratara Lucio Fulci en su clásico Quella Villa Accante Al Cimitero (sí, claro que era real, tanto como el socialismo del este)

Los ruidos de la guerra perturbaban su trabajo; aviones con suministros yendo y viniendo, trenes de tropas, zombies que no se dejaban extraer la vida, etc. Iosif se estaba fastidiando.

El 13 de febrero estalló. También la ciudad. Salió de su sótano caliente como sánguche de La Pasiva, y empezó a maldecir todo lo que veía, incluso a un avión errático que sobrevolaba la ciudad rumbo a Praga.

“¡La puta que los parió, mosquitos mecánicos (?) de mierda, dejen laburar! A ver, tirame con algo, dale, animate, oligarca puto. Tirá la bomba”

Para qué. El capitán Vincent Hijodeputa no pidió instrucciones; llamó a su escuadrón, este llamó a otro escuadrón, que no podía ir, y finalmente estos llamaron a muchos, muchos escuadrones más que se columpiaban sobre la tela de una arañ… no, no, que los empezaron a atacar sin piedad.

Cuando, 2 días después, volvió a reinar la calma en Dresde, Iosif disponía de abundante material y la tranquilidad necesarias para continuar su trabajo.