Plan IV International from outer space

Todos los años, desde que trabajaba en Aplix, tomaba la licencia junto con mi compañero Carlitos y nos íbamos unos días a pescar.

Fue curiosa la manera como empezó esta costumbre; un día, al poco tiempo de haber entrado en la empresa, aparece este tipo con un sábalo enorme en el tupper del almuerzo, entero, de casi ocho kilos. Yo, aficionado a la pesca, le pedí me convidara una porción, pero no lo hizo, se lo comió solo y me dijo que si quería pescado fresco lo sacara yo mismo. Un cretino. Lo esperé a la salida para conversar el tema; por lo visto él ya tenía clara su posición y no se molestó en escucharme, me metió una trompada bien dada en el mentón y siguió su camino.

No volvimos a hablar (ni siquiera lo habíamos hecho, yo al menos) hasta que sacó la licencia y me invitó a acampar a Zapicán, lugar más seco que un canal de Marte. En fin, dados los antecedentes, acepté y no me arrepentí, ya que el tipo sabía lo que hacía. Pescamos varias piezas interesantes pero sobre todo pesqué un amigo leal aunque algo rudo. Desde entonces, no hubo año que dejáramos de salir.

Siempre era Carlitos el que proponía el lugar, puesto que conocía cada metro cúbico de agua que corría por el país y los países limítrofes, y no me atrevería a refutar a quien sostuviera que su saber se extendía a tierras lejanas de hombres taciturnos y cabellos ralos. Para él todo curso de agua era un botella que no abrigaba ningún secreto. Eso sí, lo que tenía de autoridad en asuntos hídricos le faltaba en criterio y discernimiento en otras cuestiones; no le importaban la política, los libros, el cine, y sólo era capaz de entender algo de esto si se le ofrecía una analogía con el mundo de la pesca.

Yo lo pasaba bien con Carlitos de todas maneras, mis intereses tampoco abarcan un terreno tan amplio que no me permitieran mantener su atención y la mía largo rato sobre una mojarra peleadora, discusiones que se formaban como círculos en el agua y se iban concentrando sobre sí mismas hasta desaparecer.

Un año, para mi sorpresa, me pidió que escogiera un lugar para ir. No me dio ninguna explicación de este imprevisto cambio de papeles, y yo, enfrentado a la responsabilidad de elegir con acierto, no me detuve a conjeturar sobre los motivos ocultos de su decisión. Pasaba horas pensando, en el trabajo, en casa, en la calle; por momentos me sentía muy enfermo, con fiebre, transpiración copiosa, incluso vómitos y diarrea abundantes, hasta que un día, mirando el informativo, vi un informe acerca del presunto avistamiento de un OVNI en Paso del Cerrojo, Artigas. En las imágenes podía verse un arroyo con mucho potencial; enseguida empecé a investigar y resultó que sí, era accesible y según versiones no confirmadas había buena pesca. Le comenté acerca de mi hallazgo a Carlitos y estuvo de acuerdo, no hizo preguntas, dijo que si para mí Paso del Cerrojo estaba bien, para él estaba excelente.

El mes previo al viaje hicimos grandes preparativos, como pocas veces; Paso del Cerrojo quedaba lejos y teníamos que prever todos los detalles, incluyendo catástrofes naturales y monstruos lacustres, pero Carlitos no le daba mayor importancia a nada de esto. Yo pensé que cuando el día de partir se acercara, se le iba a pasar ese desinterés tan reñido con su personalidad, y sin embargo, la noche anterior, cuando nos despedimos en el trabajo, parecía menos entusiasmado que nunca. Le pregunté si pasaba algo, si se sentía mal, si quería cancelar el viaje, pero insistió que estaba todo bien, que este año iba a secar el arroyo y, para aumentar mi sorpresa, se rió. Yo me fui un poco más contento, al fin y al cabo, arrancaba la licencia y teníamos un buen plan.
Esa noche, mientras esperaba el informe del tiempo, mostraron otro testimonio de avistamiento OVNI en la zona. Me pareció divertido y decidí llevar, por primera vez en nuestros viajes, una cámara de fotos. Por las dudas, nunca se sabe.

Salimos de madrugada en la camioneta Ford Walker Texas Ranger de Carlitos, bote en el trailer a remolque y cientos de bolsos con implementos por todas partes. Tardamos cerca de dos días en llegar a Paso del Cerrojo; resultó que ni era tan accesible ni se pescaba una mierda, de acuerdo a lo que averiguamos por el camino, pero Carlitos no me reprochó la improvisación como yo esperaba que hiciera. Siguió sonriendo y dijo que estaba bien igual, que lo importante era pasar unos días en el campo aunque no se diera la pesca. Este no era el Carlitos depredador de las aguas que yo conocía, aunque íntimamente celebré el cambio; quizás si no salía nada podríamos hablar de otra cosa.

Armamos campamento y tiramos un par de aparejos antes que nada, pero pasó el mediodía y llegó la noche sin que ninguno picara. Mi amigo no estaba impaciente como otras veces, cuando empezaba a putear, agarraba la escopeta y tiraba al aire para demostrar a dios su frustración; estaba quieto, callado, sentado al lado del fuego con el mate, como en otro mundo. Seguimos así un par de días, hasta que yo propuse salir en el bote una noche, a ver si mejoraba la suerte. Le pareció bien; esa noche conversó un poco más, si puede llamarse así a las emisiones monosilábicas que acompañaban los movimientos de su boca. Se llevó el mate, cosa que nunca hacía, y dejó que fuera yo el que tirara los aparejos y los vigilara.

Debieron pasar algunas horas así, era de madrugada y Carlitos se estaba durmiendo, de manera que levanté los aparejos y me dispuse a regresar. De repente surgió de la nada una luz brillante que se posó directamente sobre nosotros; yo quedé paralizado y vi la mirada de mi compañero, que no transmitía ningún sentimiento, dirigirse hacia la luz. Yo salté al agua, dejate de joder, estaba cagado en las patas. Creo que el tiempo se detuvo e incluso sufrió una reversión, ya que, según mi percepción, estuve más de una hora debajo del agua. Cuando la luz se disipó, subí a la superficie. Carlitos no estaba en el bote (no al menos en el mío) y comencé a gritar desesperado, llamándolo. Creo que también me desvanecí y tuve diarrea, pero esto pudo ser efecto del mate, no lo atribuyo al fenómeno paranormal. Es posible que se haya producido otra reversión del tiempo en aquel momento, puesto que cuando desperté, Carlitos estaba junto a mí, en la misma posición en que se encontraba la última vez que lo vi.

– Carlitos, ¡¿estás bien?! ¿¡Qué te pasó, hermano!?- dije
– La situación política mundial del momento, se caracteriza, ante todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado.- respondió
– Carlitos, por favor, hablame, ¿qué te pasa? ¿Qué decís?
– Debo… afiliarme… y militar… partido trotskista.
– ¿De qué hablás? ¿Te dieron caña? Vos nunca chupás caña, Carlitos, te mamaron esos planchas del espacio exterior.
– El socialismo no es posible en escala nacional. Debemos refundar la IV Internacional.
– ¡Carlitos, no entiendo nada! ¿Qué te hicieron, hijos de puta? ¡¡Hijos de puta!!- grité muy fuerte mirando al cielo, pero me arrepentí, temiendo que vinieran por mí.
– Ellos… los compañeros… son troskos… vienen del espacio… los manda J. Posadas.

De pronto lo entendí todo. Ellos lo habían sabido desde el primer instante, desde que Carlitos me delegó la elección del lugar, desde los informes de la televisión, todo había sido digitado por ellos: los troskos de las galaxias lejanas de Posadas estaban haciendo entrismo en nuestro planeta. Era irreversible.

– Carlitos, ¿te dijeron exactamente en qué partido tenés que militar? ¿Preguntaste? ¿Sabés cuántas tendencias trotskistas hay? ¡Hay tantas como todas esas estrellas, pelotudo!

Esperé que dijera algo; Carlitos se quedó mudo, con la mirada perdida. Retomé la idea.

– Está el Secretariado Unificado; La Liga Internacional de los Trabajadores, morenistas; la Fracción Bolchevique; La Tendencia Internacional Militant; el CIR lambertista; Lutte Ouvriere; la Liga por una Internacional Comunista Revolucionaria; La Oposición Trotskista Internacional, etc., etc. ¿Captás, Carlitos?

Carlitos no contestó, ni volvió a hablar desde entonces. Pasa las noches mirando a las estrellas infinitas, esperando una señal, quizá temeroso de ser acusado de sectarismo pequeñoburgués.