Curso elemental de lógica para medios de comunicación

Ocurre un atentado en Oslo, con alrededor de 100 muertos; los medios informan que un grupo islámico se atribuye la autoría; poco después, los autores son «terroristas antisistema»; por último, un poco más tarde, se conoce la versión definitiva: un untraderechista local indignado por la política de boicot a Israel del gobierno socialdemócrata. ¿Cómo es posible? ¿Qué les están enseñando a nuestros niños en esas escuelas de Comunicación Social que ni siquiera son capaces de sostener la versión islámica hasta el día siguiente? Su paradigma posmoderno no les permite vincular hechos entre sí, esa es mi opinión. Es hora de terminar con esta situación.

Hagamos lo siguiente: tomemos algunos elementos al azar, por ejemplo: el neonazi de Oslo; la muerte de Amy Winehouse; Pedro B; el robo de un Abitab cometido por un menor. Ahora sumemos: armas; droga; fascismo. Nombramos las variables: NO (Nacionalsocialista de Oslo); AW (Amy Winehouse); P (Pedro); MRA (Menor Roba Abitab); (x) armas; (y) droga; (z) fascismo. ¿Entendido? Bien. Con seguridad, en la escuela le enseñaron a definir todos los operadores lógicos partiendo de dos de ellos, ¿verdad? Entonces, partamos de las operaciones identidad y transitividad para demostrar, por ejemplo, que Pedro es Amy Winehouse, entre otras cosas. Veamos:

Nacionalsocialista de Oslo (NO) = fascismo (z), que escribimos NO (z). Una tautología. Pero tenemos que Pedro (P) = fascismo (z), que escribiremos, obviamente, P (z). Y (z) = (z) desde luego. Operando P (z) ==> NO (z). Pedro y el Nacionalsocialista de Oslo son fascistas. Nada nuevo.

Prosigamos. Si NO (z) y (z).(x) entonces NO (x) (El Nacionalsocialista de Oslo posee armas ya que las armas son consustanciales al fascismo, según el teorema) Pero MRA (x). De modo que: NO (x) . MRA (x) ==> NO (x) = MRA (x). El Nacionalsocialista y El Menor que Roba Abitad son lo mismo.

Ahora tenemos: AW (y) . MRA (y), o sea, Amy Winehouse usaba muchas drogas y el Menor Roba Abitab también.

Por último, repasando el camino que nos trajo hasta aquí: (P (z) ==> NO (z)) . NO (x) . MRA (x) ==> NO (x) = MRA (x) . (AW (y) . MRA (y)) lo que evidentemente quiere decir que Pedro es Amy Winehouse o que Amy Winehouse podría robar un Abitab. Ahora cambie al menor, a Amy y a Pedro por Al Qaeda y demuestre que el atentado fue obra del Islam.

Héroes del socialismo real. Hoy: Carlitos E.T. (El trotskista)

Desde la caída del socialismo real, con la consiguiente dispersión de la izquierda marxista y el triunfalismo reinante en el campo capitalista, la política revolucionaria quedó relegada a zonas marginales del discurso. Por esa razón, el surgimiento repentino de una auténtica revolución socialista en la isla Yuzhny, Rusia, dejó perplejos incluso a los comunistas más trasnochados.
El extraño incidente suscitó, tanto a un extremo como a otro del espectro ideológico, la necesidad de encontrar una explicación a hechos tan inesperados. Siendo el materialismo dialéctico la teoría científica utilizada por la izquierda para este fin, no resulta extraño que el debate en su interior adoptara esta forma. Destacados intelectuales aventuraron sus hipótesis sin lograr ningún avance, ya que el retroceso del proletariado, producto de las burocracias de los estados obreros y las derrotas en occidente, impedían la aplicación de las categorías clásicas en este caso.
Se oyeron los últimos vestigios de una polémica desarrollada a principios del siglo XX sobre las formas de organización, la adquisición de la conciencia de clase, el partido de vanguardia y demás temas vinculados, en la que participaron Lenin, Rosa Luxemburgo, Karl Kautsky, Trotsky, y otros tantos pensadores. Desde luego, la respuesta no residía en una controversia en la que básicamente se discutían los criterios aceptados, y fue así como nadie consiguió interpretar justamente los acontecimientos de Yuzhny. Nadie que no poseyera una copia de un oscuro libro de J. Posadas, al menos.
Así, tras este largo pero necesario preámbulo, llegamos a nuestro Héroe del Socialismo Real, cuyo nombre impronunciable nos impide revelar su identidad. Este magnate del comunismo saldó la polémica trayendo efectivamente la conciencia de clase desde fuera, pero no sólo desde fuera del proletariado sino además desde fuera del sistema solar (aunque su origen extraterrestre deja indeterminada su procedencia por el momento)
Llamémosle simplemente Carlitos, el trotskista del espacio exterior. Quienes conozcan las eternas disputas trotskistas y sus infinitos matices y divisiones no ignorarán que el tema de las vanguardias es uno de los más debatidos. Pues bien, la solución a este escabroso punto vino desde el lugar menos esperado (¿Ganímedes quizá?): la obra de J. Posadas, quien razonaba que una civilización capaz de viajar por las galaxias con seguridad había realizado ya el socialismo.
Esta extraña conjetura, no menos loca que la del guevarismo si les interesa mi opinión, quedó ampliamente confirmada por Carlitos al encabezar, crear ex nihilo, e instaurar sin más trámite el socialismo interplanetario en Yuzhny. Carlitos, sin embargo, no se ha pronunciado sobre cuestiones como la teoría de la revolución permanente, el Termidor soviético o el culto a la persona (o bicho en este caso), lo que lo hace una criatura tan poco confiable como el extraterrestre capitalista más conocido, J.MªSanguinetti.
Hasta el momento, Carlitos, cuyo lema: «El comunismo es el poder de los soviets más la kshkjshkhe» (¿electrificación? ¿algún tipo de energía vernácula de su planeta?), como Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, ha socializado los medios de producción (como Lenin), colectivizado la agricultura (como Stalin), militarizado el trabajo (como Trotsky) y asegurado la autodeterminación de todos los pueblos del universo excepto Hgvrrrtt, por motivos que no ha hecho públicos.
Desde aquí, exhortamos a apoyar críticamente a este régimen en tanto no de pruebas de su voluntad de esclavizar a toda la humanidad (objetivo del Carlitos Bizarro, el mencionado Julio María)
Seguiremos informando.

(*) Obsérvese el logo de la IV Internacional en la nave de Carlitos, evidencia irrefutable de su condición de trotskista interplanetario.

El niño y la tumba

Sus mandantes amenazaban con la muerte a los que eran morosos y no fueron pocos los que sufrieron la crueldad de los satélites de Artigas (Vedia (?) citado por Carlos Machado en Historia de los Orientales)

Maté a la maestra y me la comí, lo reconozco señor juez, pero creo que hay atenuantes; me dieron tanta manija que no podía hacer otra cosa. Ella misma me incitó, como espero demostrar al jurado si se me permite explicarme.
Yo era un pibe normal cuando llegué a la escuela (la evaluación psiquiátrica lo confirma): me gustaba jugar al fútbol, a la escondida, andar en bicicleta; me gustaban menos la computadora y jugar a la guerra, como también quedó probado en la pericia citada. O sea, no manifestaba comportamientos violentos diferentes a los de cualquier botija de mi edad; peleaba lo estrictamente necesario para defender lo mío si se presentaba la ocasión, pero no era en absoluto aficionado a la riña porque sí, quizá producto de mi debilidad física y moral o vaya a saber uno por qué. Eso también quedó establecido.
En mi casa no experimenté maltratos de ninguna clase, ni mi padre alentó conductas agresivas; de hecho, insistieron desde edad temprana en que resolviera los conflictos por medio de la palabra y la razón, y así lo hice hasta el momento que me condujo ante ustedes. Tampoco escuchaba música extrema, a menos que pueda considerarse como tal a Barney y las pelotudeces (perdón) del negro Rada (es probable que este personaje aparezca nuevamente a lo largo del relato) que mis padres me llevaban religiosamente a ver en las vacaciones. De Cacho ni hablemos.
Todo esto, por supuesto, ocurrió antes de que empezara la escuela. Como dije y creo haber demostrado, yo era un chiquilín común y corriente hasta entonces, sin inclinaciones patológicas que no estén presentes en cualquier otro niño.
Eso cambió cuando entré a ese cuartel siniestro que ustedes llaman «centro educativo». «Centro educativo» las pelotas; centro formador de psicópatas te lo llevo, pero lo de «educativo» podés guardártelo. No nos tomen el pelo. Dejando de lado la disciplina militar, la rutina que arrasó con mi imaginación y la competencia grotesca estimulada por las maestras, lo que comúnmente se llama «proceso de socialización», del que nadie suele escapar y que se acepta como inevitable a esa edad, razón por la cual no se lo asocia, equivocadamente a mi juicio, a los trastornos adultos, incluso sin mencionar estas características más evidentes, como decía, todo lo demás estaba dispuesto para obtener el resultado que ustedes conocen.
Empecemos por el principio: las canciones. Nos enseñaban canciones que exaltan la muerte (palabra con la que, dicho sea de paso, no estaba familiarizado hasta entonces; según mi padre, Boby, mi perro, se había ido al cielo): «…es su sombra la que buscan los valientes al morir»; «orientales la patria o la tumba» (otra palabra que desconocía); «libertad o con gloria morir»; «morir por mi bandera» y un largo, larguísimo etcétera. Como es obvio, esto despertó mi curiosidad: ¿qué era la Muerte, así con mayúscula, eso que parecía más importante que ninguna otra cosa en la vida de acuerdo a las cancioncitas? ¿Por qué repetían tanto esa idea? Debía estar buenísimo si un niño de seis años tiene que aclamarla de esa forma. Comencé a investigar: ¡era atroz! O sea, no más juegos, no más amigos, no más mamá y papá, no más mascota: la muerte (fue así como me enteré también que el Boby no estaba en el cielo, precisamente). ¡Y encima culpan a las bandas de death metal! Al lado de esto, Necropedophile es Pajarito Amarillo.
Yo pensé que iba a aprender matemática, biología, literatura, esas cosas, pero no, tenía que aprender sobre LA MUERTE y adorarla sobre todas las cosas. Un día llegué a casa y le dije a mamá: «Mamá: poneme la canción de LA MUERTE». Se desmayó. No era para menos, después me di cuenta. Pero bueno, le dije que me gustaba esa que cantábamos en la escuela, no la de Barney que resulta que es medio pajera porque no habla de cosas importantes como las fieras batallas y la tumba, y entonces entendió que quería escuchar el himno. Porque también estaba LA PATRIA, a la que sólo se salva con LA MUERTE, y bue’, qué se le va a hacer, así es la vida. Igual creo que se quedó medio inquieta la vieja.
Seguí buscando más canciones sobre La Muerte y así llegué a conocer Cannibal Corpse, Misfits, etc., que si bien no eran tan explícitas como las de la escuela, me iban ilustrando sobre lo que la maestra me inculcaba. Una vez le pregunté qué era la libertad, ya que en la banderita blanca, azul y roja, aparecía como una opción junto a La Muerte: Libertad o Muerte, aunque en lógica formal no es una disyunción excluyente, de modo que bien podía ser Libertad, o Muerte, o ambas. Así que quería saber si podía tener las dos; y sí, de hecho, resultó que La Muerte es la madre de La Libertad, de manera que no sólo son compatibles como reza la banderita, sino que van juntas como mi mamá y yo al cementerio, donde se encuentra La Tumba, alojamiento de la Muerte. Mamá me llevaba a visitarla, sí, a pedido mío, porque para avanzar en clase tenía que aprender mucho sobre el tema. La maestra me enseñó que cuando alguien amenaza a La Libertad, como los tupas, viene su mamá, La Muerte, y se los lleva a todos con ella, como haría mi mamá si Paulo quisiera llenarme la cara de dedos.
¿Me siguen hasta acá, señores del jurado? Bien, gracias.
Más tarde, cuando estaba por tercero y ya sabía mucho sobre La Tumba, La Muerte, y todo eso, nos mandaron como deber escribir una redacción sobre un héroe nacional. La maestra nos sugirió algunos: Rivera, Artigas, los de los Andes… ahí me detuve. ¿Los Andes? ¿De qué habla? Fui a la biblioteca a buscar información. Para qué. Rivera homenajeó a La Muerte con lealtad indudable, como Artigas, pero estos se fueron a la mismísima mierda: unos nenes bien que van a jugar al rugby (atención: no al fóbal, ni a la guerra, ¡al rugby!) y terminan comiéndose los unos a los otros. ¿El Fantasma de la Libertad de Buñuel? Pensé que era joda, que me había puesto una trampa; ¿héroes, dijo? ¿Orgullo nacional? Se fueron al carajo, pero ta’, miré la película, leí el libro y escribí la bendita redacción, con la que me saqué un Sote. Describí con lujo de detalles, basándome en la película, la necrofagia y ¡zas! ¡Un sote! ¿Entiende, señoría? ¿Entienden, señores del jurado? Espero que ustedes sí, porque lo que es yo, a esa altura ya no entendía nada; me podía matar sin culpa por la bandera, matar indios o tupas a discreción por la libertad y comerme al prójimo para convertirme en héroe; ciertamente, esto no era He-Man.
Es probable que ahí me haya empezado a patinar la correa, puesto que, por otra parte, me decían que estaba mal matar y darle ostias a la gente. ¿Cómo? La canción no dice eso, querida, ¿se acuerda de la canción que me enseñó? Y ahora se queja porque vengo vestido de negro y estoy más pálido que Julio Ríos durante las restricciones de consumo de electricidad. No me joda.
Y entonces fue cuando a la maestra se le quemó el fusible y a mí me saltó la térmica. Otro deber; yo ya me conducía con comodidad entre La Muerte, La Necrofagia (también era algo serio, por lo visto) y La Tumba, pero si la señorita subía un poco más el listón, no sabía si podría soportarlo. Bueno, con el diario del lunes, como ahora, sabemos que no pude soportarlo. Pero en el momento no lo sabía y, como verán, no fue mi culpa.
¿Qué se le pudo haber ocurrido? Sí, que hiciéramos una composición mirando el informativo. ¿Qué informativo puso el nene? Acertaron: Telenoche. Ahí tienen el resultado. Buenas tardes.

A-Bono

Querido diario:

Hoy fue un día trágico, o pudo haberlo sido si yo no hubiera desarrollado ciertas habilidades en todos estos años. Empezó de la peor manera, cuando un pájaro de mierda me despertó cantando en la ventana y tuve que silenciarlo; le pegué tres cuetazos bien dados y lo tiré a la basura, o eso pretendía hacer cuando me topé con un grupo de periodistas en la vereda. Les expliqué que el pájaro había muerto por la contaminación producida por no-sé-qué (tiré más fruta que un productor subvencionado) y todos me aplaudieron. Suerte que no pidieron una autopsia (como con aquel niño muerto a causa de un «atentando ambiental»; esa estuvo cerca) pero vi que uno me miraba medio raro, como si sospechara algo, y tuve que sacar un conejo de mi galera, que a esta altura parece la de Slash. No había nada cerca, un ciego, una vieja, un discapacitado, nada; entonces pedí permiso y salí corriendo a ver qué podía traer. En eso se me cruza un chico que iba a la escuela, solo; «vos mismo», pensé, y le metí bruta plancha en el medio del pecho. Cayó fulminado y ahí mismo lo discapacité. Procedí a meterle una pastilla Halls de menta en la boca para que no hablara y babeara un poco, ¡y funcionó! Claro que ya conocía el truco; Bono sabe por Bono pero más sabe por marketing. Y así lo presenté a los periodistas; dije que lo llevaba a un centro de recuperación todas las mañanas. El gurí no podía hablar, y cuando quiso articular unas palabras le di uno de mis «medicamentos» naturistas y quedó pronto. Cuando me dejaron en paz lo tiré a la jaula junto al resto de los parapléjicos.
Al rato tenía una conferencia de prensa de Greenpeace, ¡qué embole! Era algo sobre las ballenas, yo qué sé; leí el guión sobre la hora pero no me acordaba de un carajo. Como esa mañana venía en racha, fue fácil: dije que las ballenas son como los gordos del colegio marino, y que quizá, si pudiéramos comunicarnos con las dos especies, sus vidas serían diferentes. Alguno quedó de cara, como que no entendía bien, pero zafé: Bono no acepta repreguntas. Por las dudas, dije que The Edge había sido gordo una vez, pero que Bono lo había sometido a una dieta new age en lugar de discriminarlo, y que lo mismo podía hacerse con las ballenas. Uno preguntó cuál era mi opinión sobre la situación de Medio Oriente; respondí que deseaba la paz. Él dijo que cómo era posible eso cuando hay una guerra en curso, y yo dije que la paz es el final de la guerra, una frase memorable. Entonces me tiró una cáscara de banana: «¿Y cómo se llega a la paz?». «Fácil», respondí, «seguís derecho por Garzón y estás en un toque» y me fui.
Salí de la conferencia y fui derecho a echarme un cloro en un árbol de la vereda. Me vieron, claro, así que dije que Bono mea agua bendita y listo, asunto arreglado.
Por fin llegué a casa, pero venían detrás de mí y uno gritó algo sobre África y el SIDA; le dije que si mandáramos todos los forros que hay en Europa se arreglaría el tema (yo pensaba en los periodistas) y me metí a la mansión. Encendí todas las luces, la pantalla gigante, el jacuzzi, etc. ¡y uno tuvo el descaro de gritarme que consumía mucha energía! Le señalé el molino para taparle la boca, aunque la verdad es que el molino es falso y lo mueven unos discapacitados experimentales a los que doy de beber el agua residual de mi pequeña Fukushima, como cariñosamente llamo a la central nuclear privada que alimenta de energía a la mansión. De cualquier forma, para evitar las críticas, apagué las luces exteriores desde el sillón, usando para ello la pata de palo de la mujer de McCartney.
Qué difícil resulta ser una estrella de rock humanitaria estos días, carajo.

Rezando al Santo Botón

¿Alguna vez se preguntó qué tienen en común Telenoche, los milicos, las razzias de Bonomi y Pedro B. (más allá del fascismo)? Siga leyendo para averiguarlo.

Es mucha la gente que se encomienda a un santo para obtener algo que desea en lugar de esforzarse por ello, por distintas razones: costumbre; debilidad epistémica; debilidad física; imposibilidad lógica o material de la cosa; flojera, etc.

En la mayoría de los casos no se produce el resultado buscado, lo que conduce al hereje pagano (que se encomendó en un primer momento sin convicción, como podría haberlo hecho a Chuck Norris o a Los Magníficos de haberle sido recomendado o de haber sido adoctrinado debidamente) a abjurar de la religión y putear al santo al que acaba de pedir socorro. Yo mismo he sido testigo de escenas de hondo dramatismo, en San Cono por ejemplo, de gente arrojando una camiseta a la cara indiferente de la estatua mientras la culpaba por el descenso de su equipo: «¡nos fuimos a la B, culorroto, acá tenés la camiseta que te prometí para que te la metas en el ojete!», recuerdo que gritaba un gordo, poco versado en teología a mi juicio, barrabrava de algún equipo menor. O la muchacha divina aquella que lo increpaba porque el novio rico le había metido las guampas: «Santo puto, lo único que te pedí fue que se casara conmigo, ni eso podés hacer, laconchadetuhermana». Y así tantos otros.

Considero que esto es un error, ya que el fracaso no se debe al desinterés divino sino a la participación del agente menos solidario del santoral: el Santo Botón.

Nacido en 1296 en Padua y muerto posiblemente en 1297 en Padua, el Santo Botón, como su nombre lo indica, ganó su reputación protegiendo a los poderosos e ignorando a los humildes.

Moralmente más abyecto que Pedro Abelardo, sin embargo fue más vivo que éste al buscar el amparo de la autoridad para su vida licenciosa, y de este modo logró hacer la plancha en cuanto a milagros en su fugaz carrera. Ejecutó los estrictamente necesarios para alcanzar la canonización, ni más, ni menos; y todos ellos fueron concedidos a quienes ganaron la subasta previa convocada por el canalla.

Siendo menor, tuvo una navaja, como Guillermo de Occam, pero a diferencia de aquel la utilizó para cometer rapiñas contra los cambistas itinerantes, los Abitab de la Edad Media.
Precursor de la coima política, timbero, probable inventor de la estampita como método de propaganda, aristotélico part time y desdeñoso de la teoría la mayor parte del tiempo, el Santo Botón se consagró delatando a aquellos que pedían milagros tan personales que revelaban algún dato pertinente para la autoridad. Así, muchos de sus devotos, confiando en la reserva que tal relación implica, terminaron en cana sin saber qué había sucedido. Lo peor es que algunos volvían a pedirle auxilio desde el calabozo. De esta forma se convirtió en un valioso colaborador de las fuerzas del orden, que pagaron sus servicios manteniendo reserva sobre la situación, y es por eso que hoy, en lugar de estar cubierto por la calumnia, continúa operando como un santo más a la par del resto.

En la actualidad es posible encontrar, en las oficinas de Fernando Vilar y del Ministro Bonomi, la imagen de este ser abyecto (del santo, no de Vilar, aunque no son excluyentes)

Polisemia

Cuando el problema se hizo más grande llamé a un catedrático amigo para consultarlo sobre la posible solución. «¿En el baño dijiste, verdad? Yo te aconsejaría que llames a un plomero.» Y me dio un teléfono. Cortó inmediatamente después, sin darme tiempo a explicarle mis dudas acerca de la pertinencia del profesional, pero conociendo las credenciales de mi fuente, acepté su sugerencia pese a los reparos.
«Ah, sí, no se preocupe, se lo arreglo en un minuto», dijo el sanitario cuando le planteé el tema. Traté de explicarle, otra vez sin éxito, que de acuerdo a mi experiencia no era algo que pudiera solucionarse ni en un minuto ni en varias horas, incluso se me ocurrió que podía ser imposible de resolver, pero la seguridad de sus palabras junto a la confianza de mi amigo en él desalentaron mi reticencia inicial. No es que estuviera convencido de que fuera capaz de manejarlo, pero me pareció poco sensato discutir el juicio de un profesional, avalado además por el prestigio de un académico notable. Acordamos una cita para el día siguiente; yo estaba ansioso por prevenirlo a propósito del peligro que entrañaba el asunto, pero el plomero, jocoso, descartó de plano mis escrúpulos. «Si quiere usar el baño úselo nomás, no hay problema, pero si tiene miedo espere hasta mañana que va a ver cómo se lo dejo», dijo dejando escapar una sonrisa. «¿Usar el baño? ¡Ni loco! ¿Usted escuchó lo que le dije?», respondí. Supuse que alguien habituado a estas cosas lo tomaría como un trabajo de rutina mientras que para mí el inconveniente resultaba monstruoso, pero aún así creía estar frente a un imprudente que no escuchaba un planteo razonable. «En serio, no se preocupe, no es para tanto», dijo antes de cortar la comunicación. A vos te parece que no es para tanto, yo diría que esto no se vio nunca, pensé. Ojalá no te lleves una sorpresa, destapacaños arrogante; si para vos es normal manejar estas cuestiones, allá vos, pero no me quieras hacer creer el verso de que esto es algo de todos los días porque no te lo compro. Pensé llamar de nuevo a mi amigo para confirmar que había entendido bien lo que me ocurría, pero recordé aquel malentendido a propósito de las «Hojas de Hierba» que terminó con mi detención (yo no me refería a la obra de Walt Whitman como él suponía) y desistí
Al otro día apareció el plomero. Lo hice pasar, le invité un café (que aceptó), miré incrédulo sus herramientas y le solté sin más: «¿Usted piensa trabajar con eso nada más? ¿No trajo otra cosa? Yo tengo un fierro machazo si quiere. No es que dude de sus habilidades, pero vio cómo es… nadie conoce el pomo mejor que Dani Umpi, como dicen por ahí. No lo tome como un atrevimiento, pero… ¿vio?» Él volvió a sonreír. «Hombre, le dije que no se haga problema: yo arreglo varios de estos por día. Traje un pedazo de plastiducto, no necesito un caño; también traje cemento y, hablando de eso, si me permite…» Y se dio un saque. Curiosamente, que aspirara pegamento me pareció más adecuado que otras de sus medidas; por fin parecía estar comprendiendo la naturaleza del contratiempo. Terminó de beber el café. Lo hizo por cortesía ya que era evidente que prefería seguir dándole al pomo de PoxiPolPot y, como también era obvio, no estaba dispuesto a compartir. Mal por mí, bien por ti, decía el Sargento Hartman.

«Muy bien, manos a la obra», dijo. Le mostré la puerta del baño. Por última vez traté de persuadirlo antes de abandonar el lugar, pero ya no me oía, estaba en otro mundo. Tres mundos en un mismo espacio, separados apenas por una puerta, pensé; fabuloso. Pero el tipo estaba concentrado en su trabajo, y no era mi intención interrumpirlo. Corrí fuera de la casa.
El plomero abrió la puerta del baño. El grifo, mitad águila, mitad león, lo tomó entre sus garras y salió volando por la banderola con su incauta víctima.