A propósito del determinismo

Determinismo: ese es el término. O terminismo. En fin, lo importante es la concepción que adjudica a un factor la responsabilidad por toda la naturaleza humana. Los hay de varios tipos: biológico, histórico, económico, ambiental, social, cultural, multicultural, paracultural, estructural, extraterritorial, etc. También hay determinismos más amplios que incluyen un grupo de características para explicar el comportamiento antropoide, pero estos me parecen espurios ya que la multicausalidad es una forma de interacción, y la interacción, como sabemos por la dialéctica, implica un elemento de azar.

Sirva esta pseudo introducción simplemente a modo de marco para la hipótesis que voy a proponer. No me considero determinista puesto que no adhiero a ninguna de las doctrinas antes mencionadas, o no me consideraba, hasta que descubrí, evidencia de por medio, la auténtica razón detrás del fortuito y loco actuar del Humano: su cabello. No el suyo, amigo lector, sino el cabello abstracto, universal, que cubre, y también descubre, el capot de la especie.

El bicho nace sin pelo, señal de una carencia, de la necesidad de un par que cuide de él hasta… ¿cuándo? Pues hasta que obtenga una cabellera adecuada, que le permita desempeñarse por sí mismo sin contar con la ayuda de sus padres, o mejor dicho, peluqueros de primera línea. Ese es el motivo por el cual estos lo «pelan» cada vez que su aditamento capilar adquiere cierta magnitud, para cercenar su independencia y mantener el control sobre el infante.

Pero el infante crece y junto con él crece el adorno que porta cual toldería sobre el campamento y, llegada la edad debida, el guacho opta por un estilo propio, estilo que va a decidir por él, inconscientemente, el rumbo que su vida va a tomar de allí en más.

Supongamos que se poda medio a las apuradas, al tuntún, sin un patrón socialmente aceptable: esto va a crear, quiéralo el sujeto o no, una personalidad disruptiva, alborotadora, un espíritu poseído por los eternos principios del panroc. O consideremos lo contrario, que el as de las tijeras, el barbero-cirujano medieval, produce un tazado de líneas bien definidas, cuasi matemático: la estructura asentada encima del procesador creará automáticamente, sin intervención alguna del interesado, repitamos, un individuo sumiso a la autoridad y a la imposición de una voluntad externa: hablamos del conocido «peinado de milico».

El degenerado quizá sea negligente respecto del asunto capilar, y este tal vez se salga de control, tanto que, cuando se lo quiera encausar, sea demasiado tarde; esto tendrá como resultado un jipi, un mugriento, un ser que abandonará al mismo tiempo toda otra forma de cuidado estético para finalmente hacerlo con sus inhibiciones morales e intereses materiales. Sin embargo, si a este caos se aplica un orden, se lo moldea, arroja algo muy diferente aunque en apariencia indistinguible: un jipi careta, alguien que sólo luce el estilo pero no lo practica; esta situación se reproduce en todos los niveles del determinismo capilar, creando personalidades duales, que portan los signos exteriores de una forma pero pertenecen a un género disímil.

El estudio de casos resulta de particular interés y deberá, una vez aceptada la doctrina, extenderse, profundizarse, llevarse a sus últimas consecuencias. Para ello será necesaria la participación continua y exhaustiva de incontables profesionales durante generaciones enteras, que además deberán incorporar el saber, léase nuevas modas peluqueriles, que vaya surgiendo con el transcurso del tiempo. El tiempo, qué gran problema ese; recuerdo párrafos enteros de San Agustín asombrándose por su inaprensividad, de Wittgenstein rindiéndose a su verdad inexorable, y me pregunto, ¿cómo se peinarían? Y ¿cómo influyó ese aspecto en su sistema? Todo esto deberá ser puesto en evidencia por nuestro propio sistema, y también la paradoja inescapable que contiene el hecho de que ésta misma deriva de nuestra experiencia capilar. Pero sigamos adelante y dejemos a futuros expertos la resolución de estos peliagudos temas.

La edad trae cambios que se reflejan, desde luego, en la cabeza. En la parte de afuera, claro, ya que ahora sabemos que los de adentro responden a los exteriores, como en el caso Pluna, esa joda tan grande que involucra a comerciantes inescrupulosos del transporte y autoridades progresistas que, según parece, entienden el progreso como una carrera personal por la adquisición de bienes materiales a través de los instrumentos que el Estado (que somos todos: vos, yo, el facho de Canal 4 -¡todos ellos!- el trosko que junta cinco votos y grita «¡Esto es la dictadura del proletariado!», en fin, todos) pone a su disposición. Un hijodeputa sin consciencia cívica, si me lo preguntan; a mí que me disculpen pero eso es peor que robarle la jubilación a una abuela, o las pastillas a un diabético o los anticonceptivos a una monja, porque socava las bases de la democracia, la creencia en la representación y el principio de igualdad, a ver si hacen algo, señores de la Suprema Corte, entran-por-una-puerta y-salen-por-la-otra-y-piensan-en-los-derechos-humanos-de-los-chorros-pero-no-en-los-de-nosotros-los-honestos.

Y para no hacerla más larga porque ya me extendí demasiado aunque eran temas tremendamente importantes, lo que quería decir es que cuando te hacés viejo y se te cae el pelo te volvés neonazi y votás a Pedro LacallePou chaumuchasgraciasporsuamableatención.