Cine de culto

El aclamado director de culto Daniel Lucas, por el que tanta estima sentimos en este espacio, regresa a los 16 mm. con su producción más ambiciosa hasta el momento, luego de un prolongado receso al que fue empujado, según su testimonio, por la búsqueda de un nuevo lenguaje que expresara sus más profundas inquietudes artísticas.

La experimentación formal y técnica referida demandó, además de un copioso suministro de sustancias lícitas e ilícitas, damas de costumbres discutibles, un futbolito de última generación y el único ejemplar conocido del esquivo koala de la cuenca del Donetsk, el desembolso de una suma tan considerable de dinero que los propios productores encargados de gestionarla se suicidaron antes de revelar el monto que alcanzaba. Pero valió la pena.

El director, acusado en varias oportunidades, con fundamento, de plagio, licencias estéticas imperdonables, tibieza política y moral, robo de materiales de los estudios con fines poco éticos, logra en este film tal peso cinematográfico que sólo un detractor acérrimo y sin un gramo de humanidad en su abyecto ser podría cuestionarlo.

El proyecto que se planteó Lucas consistió en relatar los últimos doce minutos del Imperio Romano de Occidente con el mayor rigor histórico posible, pero sin renunciar, al mismo tiempo, a la exploración del drama humano que subyace a las grandes conmociones sociales, todo ello patrocinado por un refresco de etiqueta roja que demandaba la inclusión de su logotipo a como diera lugar.

El director lo resolvió de manera brillante, rodando una película que, contrastada con los productos a que nos tiene acostumbrados la cultura de masas, ofrece múltiples lecturas, ambigüedad narrativa, subtexto, reflexión metalingüística, resignificaciones, operaciones semióticas refinadísimas y  una «apertura a la verdad que emana del Ser», en palabras del propio director, influido quizá por una lectura algo apresurada de vaya a saber uno qué cosa. Allá él.

Lo cierto es que la película, que involucró la convocatoria de nada menos que doscientos millones de extras, un casting de aproximadamente quince millones de criaturas de los más diversos órdenes del Ser (aquí vamos de nuevo) y el gasto íntegro del dinero puesto a disposición de Lucas, cuenta, en exactamente doce minutos, cronometrados por un reloj diseñado y adquirido expresamente para la ocasión, la debacle de Rómulo Augusto y el ascenso de Odoarco de manera memorable.

Amo de la elipsis, dios del celuloide, Lucas presenta una imagen total del Imperio y su derrota por medio de una única toma completamente negra, que pone en debate todos los supuestos acerca de los hechos relatados y los traspasa al intérprete con su cuestionamiento acerca de la posibilidad misma de la representación.

Metáfora sutil sobre la banalidad de todo lo humano, el poder, la corrupción, las consecuencias de la acción del Hombre sobre la Historia o, para sus críticos, inescrupuloso desvío de fondos y enriquecimiento ilícito, la gran obra de Daniel Lucas retoma, sin dar respuestas concluyentes, las grandes cuestiones de la tradición occidental, abandonadas por un arte atrapado entre la Escila de la falta de propósito y la Caribdis del éxito comercial como único fin. Extraordinaria.