Cero en (In)Conducta

A lo largo de su exigua carrera, Daniel Lucas ha plagiado pasado por diferentes etapas: comenzó robando bajo la influencia del director de las publicidades de Pilsen, y así le fue. Luego descubrió al hijo de puta correcto director de las películas de Vin Diesel; poco después, al más sofisticado cine incipientemente independiente de los ’50 en USA, para llegar por fin a su fase más aburrida más aclamada de robar usar recursos de grandes autores como Herzog o Bergman.
Sin embargo, una vez terminado este período, se encontró fisurado falto de orientación en cuanto a los siguientes pasos en el mundo del celuloide. Fue allí cuando descubrió casualmente cambiando canales al azar el trabajo de David Lynch. Tras no entender un carajo un severo estudio del mismo, concluyó que jamás en su puta vida iba a ser capaz de hacer algo semejante que aún no estaba lo suficientemente maduro para ingresar a ese terreno tan escabroso de la vanguardia estética.
Mientras los engranajes giraban en el vacío Por esa razón pospuso la experimentación para el día imposible que la sinapsis ocurriera mejor oportunidad y se entregó a mirar canales freaks la investigación y profundización de su botín conocimiento. De esta copia descarada búsqueda surgió su más reciente afano producción: Cero en (In)Conducta.
Sucedió de pedo del modo menos esperado: durante una repetición del clásico de Jean Vigo, Daniel Lucas se apropió halló la inspiración necesaria. Y corrió a la cámara para imitar plasmar su visión, claro que sin ningún talento con su particular mirada.
Mientras Cero en Conducta refleja el rechazo de una autoridad impuesta, que no descansa en razones que la justifiquen, Cero en (In)Conducta retrata la paja apatía y desinterés de una generación de simplones jóvenes a quienes ni siquiera la búsqueda de su libertad resulta suficientemente tentadora para motivarlos a mover el culo actuar.
Entre el brillante film de Vigo, vital, movilizador, fuertemente político, y la coso película de D.Lucas se abre un abismo insuperable: la inexpresividad de Lucas el profundo cambio que un capitalismo tardío integrador, falsamente democrático, ha operado en la consciencia de todas las clases que lo componen, sobre todo en aquellas a quienes explota y que menos obtienen de él. Como ejercicio y documento, es válido ponerlas una al lado de la otra y enfrentarlas a fin de extraer conclusiones sobre el funcionamiento de los aparatos ideológicos del estado y las transformaciones que producen en el sujeto social. Como obra de arte, es conveniente mantener una elemental distancia crítica para separar la paja -de Lucas- del trigo distinguir una cagada una película realizada en tan diversas condiciones la fisura de su renombrado antecedente.
Con todo la falta de ideas, la paja, el plagio, el engaño, las carencias técnicas y conceptuales, el engaño, el lucro descarado, la indecencia, la… y estas reservas, la película merece que se borre y queme la copia original, enterrando los restos en una fosa de cemento con un baño de ácido sufúrico y hojas de aloe en estado de descomposición, momificad y maldita como la tumba de los faraones para que a ningún Lord Carnarvon del cine se le ocurra profanarla un detenido exmamen por parte de cualquier enfermo adicto a beber cócteles de agua del Pantanoso y vodka añejada en toneles de hierro oxidado cinéfilo o seguidor ¿si lo sigue por qué no lo alcanza y le da muerte? de Daniel Lucas.

Marx Donald’s! Me encanta!

Era una fría tarde primaveral en Leningrado, en mi primera visita a la ciudad. Me habían prevenido sobre los escrúpulos occidentales que podían interferir en la impresión que la ciudad produciría en mí. De pronto, empecé a sentir hambre y recordé el consejo, de modo que decidí apartar los prejuicios y entrar al primer local que encontrara abierto. Un despliegue luminoso, rojo y amarillo, llamó mi atención. ¿Podía ser aquello…? No, no era, a pesar del parecido notable. Era un Marx Donalds, claro.
Entré; todo me resultaba familiar, aunque levemente alterado: la Big Marx; los empleados que se dirigían unos a otros como «camarada» (también lo hacían con los clientes, como descubriría más tarde), La Pelotera al fondo, y los cuchillos y tenedores que se convirtieron en hoces y martillos. El menú no ofrecía gran variedad, así que pedí una Petersburguesa con queso y papas free-tas. El camarada me comunicó que, como consecuencia de la mala cosecha y la política anti-kulak del partido, había escasez de papas. También de pan. Y, por último, los kulaks habían sacrificado el ganado a causa de la colectivización forzosa, por lo que tampoco había carne, ni queso.

– ¿Qué puede servirme, entonces?-, pregunté.

– Burguesa con ketchup-, contestó. – Si no le gusta, váyase al Burgués King de la esquina.

– No, está bien, tráigame la burguesa nada más.

La espera se hacía eterna. Llamé al camarer… camarada camarero, para preguntarle en qué andaba mi burguesa.

– Oh, no se preocupe, ya entró en el tercer período.

– ¿Tercer período? ¿Qué es eso?

– Su burguesa ha pasado por 3 períodos, al igual que el capitalismo desde la revolución de octubre: un primer período de agitación y revueltas, o sea, vueltas y vueltas; un segundo período de estabilización y este último, su agonía final, donde ya está casi cocinada.

– Entiendo-, contesté sin saber muy bien a qué se refería, y seguí esperando.

Tuve que llamarlo una vez más para averiguar qué ocurría.

– Disculpe, camarada, pero su burguesa entró, naturalmente, en un Frente Popular para combatir al sodiofascismo. Puede que tarde un poco más en cocinarse, pero si usted olvida las etapas necesarias como el contrarrevolucionario Trotsky, cae en la teoría de la cocción permanente, ¿piensa aliarse con Trotsky, acaso?

– No, sólo quiero mi burguesa, pero veo que es más complicado de lo que pensé.

– Uds. en occidente no entienden la dialéctica, los procesos, las contradicciones. Por eso su comida apesta, además.

– Está bien, sigo esperando.

Tras quién sabe cuántos minutos más, volví a preguntar por mi burguesa.

– Lamentablemente, su burguesa fue derrotada por el sodiofascismo. Pero estimamos que es sólo una derrota parcial y que se recuperará pronto. Por supuesto que la táctica que seguimos fue absolutamente correcta, pero los alineamientos objetivos nos impidieron terminar de cocinar su burguesa. De más está decirle que esta derrota solamente puede redundar en el fortalecimiento de su salud, pero de todas maneras hemos preparado la siguiente declaración para que ud. haga ante las autoridades correspondientes. Luego, tenga la amabilidad de retirarse del local.

– ¿Me están purgando? ¡Si ni siquiera me trajeron la burguesa! ¡No commie nada! ¿¡Yo qué culpa tengo!?

– Lea la declaración, por favor.

– «‘A través de un defectuoso bolchevismo, llegué al trotskismo, que es una variante del fascismo. Debido a mi antibolchevismo, me convertí al fascismo. Me atreví a cuestionar los métodos de la cocina de Marx Donald’s, sirviendo de esta manera a la reacción» ¡Oiga, esta es la declaración de Zinoviev en los Procesos de Moscú!

– No, esta declaración la escribió ud. Ahora vaya y siéntese en aquella mesa de la esquina, junto al resto de los deportados, a esperar la condena.

– ¡Pero yo me opongo y siempre me opuse al sodiofascismo! Mi actividad siempre estuvo dirigida contra él, todos lo saben

-Camarada, ¿ud. no sabe que la patria socialista acaba de firmar un tratado con el sodiofascismo? Consideramos que la guerra fue propiciada por el imperialismo hamburgués y por eso nuestra tarea inmediata consiste en luchar contra la burguesa para luego derrotar al sodiofascismo. Ud. es un agente de la reacción. Es más, estamos convencidos de que vino a nuestro local por encargo de Trotsky, el aliado del capitalismo burgués y de Burgués King.

Fui sentenciado. Sólo restaba esperar al próximo cliente que pidiera una burguesa o burgués.

Ferrofilia

Dos locomotoras de distinta especie apareándose de manera natural (?)

toda la gracia tardía de una lluvia que cesa

con la caída de una noche

de agosto

Samuel Beckett

Adorables. Como un koala. Sin importar cuánto le chupe un huevo el patrimonio, la nación, la herencia o la tradición a alguien, a ese alguien seguramente le gusten los trenes y no tenga razones para defender su preferencia. Sí, como Bentham con las clavijas y la poesía, no hay elección racional posible en este asunto.

Es probable que también existan aquellos que se comerían un koala en dos panes, que lo violarían sin contemplación antes de cocinarlo en una olla de aceite hirviendo, decapitamiento de por medio. Pero son enfermos, marginales, psicópatas, cincópatas por qué no (¿sexópata es un adicto al sexo o un ser de seis patas? ¿las locomotoras son sexópatas, entonces?) De igual manera, debe haber quienes detestan a los trenes de tal forma que si la química del silicio no estuviera (tan) reñida con la del carbono, harían lo propio con ellos. Pero una locomotora Alco no es un choripán, de modo que hasta acá (señalando el límite de la analogía) llega la analogía.

Sin embargo, más interesante, aunque igual de desquiciado, es el caso inverso, aquel en que el sujeto siente una atracción patológica tal hacia la criatura de sus desvelos que, con perdón de las buenas costumbres, se lo cogería. Al osito sí, u Ozzy-to (**) si es fan del heavy metal (y la afinidad parece evidente) y también a la locomotora, siempre con la reserva de que la química del carbono no se aviene con la del silicio. Es por eso quizás que estos casos son menos frecuentes entre los aficionados a los trenes que entre los adoradores del koala, ya que puede constituir una ventaja evolutiva el desarrollo de sentimientos hacia otros seres de carbono, mas no así hacia los de silicio. Menos frecuentes dijimos, pero no por ello inexistentes.

Y es así como llegamos por fin a la historia de L.H., connotado ferroaficionado local que llevó al extremo su amor por estos artefactos inanimados. L.H. aspiraba a ser el aficionado supremo, el más perfecto ejemplo de amor incondicional por los trenes, pero, al mismo tiempo, se vio involucrado en un incidente con un grupo de pares que cuestionaban su lealtad hacia el hobby (y, por qué no, hacia el hobbit, o enano)

L.H. padecía además el Síndrome de Asperger, una de cuyas características esenciales es la comprensión literal del lenguaje, y fue esto lo que finalmente condujo a su caída. En medio de la agria disputa, con (dis)puteadas en ambos sentidos, un antagonista lanzó a L.H. el insulto que cambiaría su vida: «hacete dar por una 1500 en celo, culo roto».

(*) Apéndice: prácticas sexuales de las locomotoras.

Ménage à trois: Las máquinas de la foto más una 2000.

Voyeurismo: Idem. pero con la 2000 mirando.

Sexo adúltero: La 2000 con una de ellas. Y la otra mirando.

Pedofilia: Cualquiera de ellas con una 200 (GE)

Necrofilia: Cualquiera de ellas con la 1612

Sexo interracial (y pedófilo): Idem., pero con la 205 (sutil)

Sexo interracial, pedófilo y necrófilo: Idem. pero con las 411-18

Sexo anónimo: Cualquiera de ellas con la Alco S-1 (!!??)

Gerontofilia: Idem., con una vaporera

Masoquismo: Cualquiera de ellas en 4 (o en 6) con la otra dándole topes.

(**) Ilustración del Ozzy-to



Leyendas de la Filosofía

El gran filósofo punk alemán Arthur Shopunkhauer (1788-1860), quien se adelantara más de 100 años a Richard Hell al formular la idea de que la realidad, fundamentalmente incognoscible, profundamente inescrutable, apesta hasta sus últimos resquicios, murió un día como el de hoy (asquerosamente soleado y cálido, aunque reportes contemporáneos indican lo contrario) en Tubingen, Baden-Württemberg, sur de Stuttgart.

Shopunkhauer provenía de la tradición de la filosofía clásica alemana, donde
la jefatura ejercida por Kant y Hegel parecía indisputable. Sin embargo, este hereje demostró la patraña que constituía el racionalismo histórico al lucir una remera de Punk Floyd con la leyenda «I hate Punk Floyd» pintada a mano, derrumbando con este gesto el legado de sus predecesores como lo haría Johnny Rotten el siglo siguiente.

Otro de sus aportes negativos ocurrió en el programa televisivo filosófico de Sandino Nuñez, cuando escandalizó al puritano público del show profiriendo insultos que ocuparon la primera plana de los periódicos y causaron una conmoción, agitaron algunas jaulas. A partir de entonces su filosofía punk se transformó en un movimiento subversivo donde escupitajos y pogo eran elementos tan constituyentes como para Marx lo fueran la dialéctica materialista y la lucha de clases.

A pesar del rápido ascenso a la cumbre de la filosofía gracias a estos escándalos, Shopunkhauer apenas si publicó un trabajo, Never Mind the Bollocks, here’s Shopunkhauer, pero pronto se vio superado por una segunda ola, más radical, del movimiento a que había dado origen.

Tras un año de éxito fulgurante, el filósofo se hundió víctima de su propia creación y fue acusado de venderse y vender al movimiento.

Para 1850 sus seguidores más radicales, como Crass, habían declarado que el punk estaba muerto y escupían sobre la tumba de este grande que hoy recordamos.


Los huevos y la serpiente


Por Daniel Lucas

Experimental, vanguardista, arriesgada, comprometida, transgresora. No, no es la nueva película de D. Lucas sino esta imperdible oferta que hoy les traigo producto de un decomiso de aduana…

Pero vayamos a lo que nos convoca, que son los 35 milímetros y no la venta ambulante, al menos por ahora. Daniel Lucas, director cuya carrera está atravesada por su indeclinable propensión al plagio, nos entrega en esta oportunidad una obra controversial como pocas, al profanar un clásico de Bergman y convertirlo en una porno. Así nomás.

Si Abel Rosenberg era un judío pusilánime deambulando espiritual y físicamente en la Alemania de la primera posguerra, desesperado, indiferente, apático y profundamente solo, Abel Rosenverga es un travesti sin escrúpulos que se sienta… que se sienta a la mesa de los poderosos para obtener prebendas y estatus social.

Mientras David Carradine da cuerpo a una interpretación sólida que transmite el miedo y la indolencia de la pequeñaburguesía urbana en un clima político adverso, Lacalle Pou (lo único que pudo conseguir Lucas con el presupuesto de que disponía) es un oligarca puto que no teme al travestismo político para consolidar su poder. Con estos elementos de valor dispar, Lucas podría haber aspirado a una reflexión más contundente sobre el estado de cosas, sobre el relativismo posmoderno, sobre la incubación de un protofascismo en la mentalidad inclusiva de la democracia tardía, pero no lo hace, solamente apela (y pela) al lado más vulgar del argumento, usando al pequeño Lacallo jr. en su faceta más conocida de adlátere de la cámara de industrias.

Los debates en el Senado podrían dar lugar a una interpelación de esa esencia reaccionaria del cretinismo parlamentario, pero en su lugar, siempre tienen resultados sexuales, lo que es casi inevitable cuando se mezcla al joven maravilla con Millor y otros connotados homosexuales de la burguesía local.

La escena que cierra el film, a diferencia de la notable altura que alcanza Bergman en su trabajo, es más ordinaria que panqueque de polenta: el pequeño L es violado por una turba de asistentes que baja de las barras para oponerse a su proyecto, y aquél, mirando su bancada con los pantalones bajos, sentencia jocosamente «nos rompieron el culo!».