No se deshace el muro ni cuando están unidos unos a los otros y ajustados, ni cuando ya están separados; entonces, no es posible deshacer un muro
Sexto Empírico, Adversus mathematicos
Cuando los griegos comenzaron a razonar sobre lo Uno y lo Múltiple, el Ser y el Devenir, lo Necesario y lo Contingente, se hallaron frente a paradojas como la que ilustra el epígrafe, que, invertida, también permite demostrar la imposibilidad del muro: si este aún no es cuando sus partes están separadas, tampoco puede llegar a ser; en conclusión, no hay muro y Trump no tiene a quién pasarle la factura, o hay muro y Europa del Este aún pertenece a nuestro bando.
No pretendo desentrañar en estas breves líneas la corrección o incorrección del argumento, que hasta donde llega mi examen bibliográfico mantiene toda su vigencia y cuya resolución sólo ha sido aplazada por la utilización de la Madre de Todas las Bombas (tema que merecería un tratamiento apropiado, ya que si Trotsky se jugó sus últimos boletos a una revolución como consecuencia de la Segunda Guerra mundial, que no se produjo, nuestra generación tiene todo el derecho de hacer su propia apuesta entre socialismo o barbarie y abandonar cobardemente el primero cuando lo considere irrealizable -larga digresión que, lamento decirlo y defraudar sus esperanzas, no tiene más objeto que este alegato a favor de la indeterminación y, por qué no, la imprudencia en el manejo de la política exterior de las potencias nucleares -)
(Paréntesis al paréntesis anterior: recordemos que Bertrand Russell observó justamente que, tras un conflicto nuclear, el único socialismo posible sería uno basado en la remolacha azucarera; algo no previsto por el filósofo-matemático es que ALUR sería el partido único en esta distopía cañera, y Raúl Sendic su dictador perpetuo, dando así la razón a las denuncias de la oposición, que tampoco preveían, sin embargo, este escenario de tiranía preparado por el vicepresidente Lysenko para su beneficio personal).
Pero un argumento tan sutil y poderoso (como la bomba y su promesa de barbarie, de la que quisiera abstraerme por un instante si su presencia no fuera tan ubicua como la banalidad de quienes pretenden ignorarla) puede operar en terrenos menos abstrusos y usarse, por qué no, para vindicar en forma retroactiva el honor de alguna persona, mancillado décadas atrás. El mío más precisamente.
Si la tesis, el ser, es una banda de pop punk californiano, careta, cuya propiedad de tal se transfiere sin mediaciones al poseedor de uno de sus discos (adquirido por el réprobo a mediados de los ’90 y repudiado desde entonces por dicho acto), la antítesis es lo que sonó el pasado 20 de abril en Bluzz Live, que no fue otra cosa que el más auténtico panroc escuchado en estas tierras desde que Darby Crash se dejó crecer el bigote y la melena y cambió su nombre a Jaime Roos allá por 1981, para desertar de ese modo del estilo que cultivara hasta entonces (sólo para convertirse en el emperador de todos los estilos, tranquilos, insensatos).
Si en cada uno de esos pequeños, y perfectos a su modo, artefactos de la industria cultural había más actitud que en la horda de punkies parmenídeos que aún se empeña en continuar su batalla y tacharlos de caretas, ¿dónde está el error? ¿En qué punto fallaron sus categorías interpretativas? ¿Cómo es posible que esas lindas melodías vayan acompañadas de una total indiferencia hacia los sellos, los medios y el mainstream, de presentaciones caóticas que incluyen peleas y violencia frecuentes, como las de Jaime y el Canario Luna? ¿Cuándo se deshizo el muro? ¿Será casual que Oh, Nina, del imprescindible Blonder and Blonder, su album más redondo (tanto que cabe perfectamente en cualquier reproductor de CD) rime con Colombina?
Quizá sea una capitulación frente a la barbarie, lado de la balanza en el que al parecer ha caído nuestra elección, pero al menos me queda el consuelo de que Rosa Luxemburgo (y Bertrand Russell con sus remolachas posnucleares) podría corear con aprobación estos versos: «So maybe if I fade away/ There’ll be no sad tomorrow.»