Carta abierta a Santa

Santa:

Comprenderás que esto que estoy haciendo, dirigirme a ti nuevamente por este medio luego de aquel episodio que ambos recordamos y, espero, deploramos, no es algo sencillo. Pero sí maduro, como el presidente democrático de la República Bolivariana de Venezuela, ¿verdad que sí? ¿O no estás de acuerdo con esta caracterización? ¿Acaso llamas a la democracia plena, participativa, por qué no directa, «régimen»? No, no pretendo introducir nuestras diferencias así de pronto y hacer que te la tragues… la diferencia, de manera tan poco cortés, pero ¡tampoco fue cortés tu conducta, inmunda criatura del demonio!

Yo era sólo un niño, cerdo criptoconductista, tema que prefiero evitar por el momento. Perdón por la digresión, soy algo propenso a ellas en ocasiones, supongo que lo sabés. Es una pregunta retórica, desde luego, rata vigilante; sabés todo lo que hago e hice en este tiempo, incluso durante los años que me mantuviste en tu lista negra. Ya ves, incluso cuando intento conciliar tropiezo casi en cada oración con una de tus típicas maniobras despreciables y me veo obligado a cuestionar tus procedimientos, a pesar de que el ánimo de esta misiva sea justamente el contrario. Pero lo ponés muy difícil, Santa, ¿cómo superar nuestro encono sobre bases tan precarias?

Quisiera ofrecerte una disculpa pero no soy yo quien debe hacerlo sino tú quien debe tener ese gesto. Y claro, tú no tienes gestos de ninguna clase, no al menos con niños como yo. Tu servicio es un chantaje moral con todas las letras, alentando la traición, la delación, la deslealtad; comprás almas como Chichikov, con la diferencia que vos las comprás vivas y las adaptás a tus fines espurios, ejerciendo una función tan deleznable que hasta el mismísimo torturador se avergonzaría de tus procedimientos, ya que estos están dirigidos a la corrupción de criaturas inocentes, que dejan de serlo gracias a tu intervención. Ese fue mi caso, como recordarás.

Me hiciste pagar año tras año ese supuesto error que para mí no era tal, peo incluso si aceptamos que lo era ¿no tengo derecho a mis ideas políticas, acaso? ¿Y en los años posteriores qué hice para merecer tu indiferencia? Ahora que me refiero al incidente sin rodeos, porque de eso se trata esta carta, aprovecho para mencionar otro motivo de desconcierto: jamás me permitiste defensa alguna, no preguntaste si lo había hecho por convicción, porque apoyara a las democracias populares de las que, por otra parte, sabía muy poco con tan solo cinco años. Pero por las dudas me la encajaste, ¿no? Más vale prevenir que curar, como diría tu fiel acólito Juliomaría; más vale cortarlos verdes antes de que se pongan rojos, por decirlo de alguna manera.

Pues bien, tus registros infalibles quizá no lo sean tanto, porque permitirme decirte que yo no era rojo, no era adepto a Moscú ni a sus satélites, no creía en la planificación central ni en la industrialización acelerada ni en los planes quinquenales (yo lo era en ese momento; ¡cinco años tenía, te recuerdo!) ni le llamaba Leningrado a la histórica San Petersburgo; no, nada de eso, cretino violador de los derechos humanos; festejé la medalla de oro rumana porque me gustaba Nadia Comaneci, nada más. Era así de fácil, ¿viste?

Por ese pecado tan pueril como es el idilio infantil y no la afirmación ética de una idea me quedé sin un puto regalo por treinta años, treinta años en los cuales, por si fuera poco, te comiste bien los mocos, ya que mientras yo purgaba esa condena se derrumbó el muro, China se volcó al mercado, se esfumaron la clase obrera y sus organizaciones y yo, mientras tanto, como un Carlitos esperaba que me concedieras una amnistía. Irónicamente, tu presunta crítica a un sistema donde era difícil acceder a los bienes consistió en negármelos a mí. Tu criterio incluso resultó ser pésimo como táctica; habría sido más útil para tus intereses decirme «Este año perdieron Polonia; acá tenés un cassette de Jazzy Mel, gil» o «¿A cuánto está la tonelada de azúcar cubana ahora que no existe la URSS, pancho? Tomá un VHS de Requetedivertidos».

Eso habría quebrado la moral del bolche más fanático, pero decidiste ignorarme y dejarme languidecer leyendo «La revolución traicionada» de Trotsky (¡no era regalo tuyo, claro está!) mientras trataba de encontrarle algún sentido a todo aquello. Pudiste empujarme y sacarme de ahí por tus medios habituales: el soborno, la coacción, la manipulación; no sucedió.

En fin, Santa, esto no puede continuar así, no es de hombres sensatos y razonables como nosotros. Cuba y EE.UU. reanudaron sus relaciones diplomáticas, ¿acaso te creés por encima de la geopolítica de la mayor potencia industrial, puerco arrogante? ¿No ves que los tiempos cambiaron y tu postura de negociador recio es tan anacrónica como la patronal mafiosa del taxi del señor…? Nah, no quiero ganarme otro enemigo cuando estamos pactando el fin de nuestras hostilidades, Santa.

Esta Nochebuena te voy a dejar tu hierba (para tus «mulas», sí, todo bien, estamos entre amigos) al pie del arbolito, ¿tendrías la amabilidad de traerme el disco de Violetta, por favor?

Muchas gracias.

Sinceramente,

Ozcar