Berchesi, la ira de Dios

Yo, la cólera de Dios, me casaré con mi propia hija, y con ella fundaré la dinastía más pura. Juntos… reinaremos todo este continente. Resistiremos… Yo soy la cólera de Dios… ¿Quién está conmigo? (Aguirre, la ira de Dios. 1972)


Cuando Werner Herzog pergeñó este magnífico film, donde la ambición ilimitada y la determinación para alcanzar una meta irrazonable dan paso a la locura, con seguridad no imaginó que el realizador de culto Daniel Lucas iba a encontrar un paralelo más pertinente que el suyo. Y en definitiva, eso es lo que convierte a este plagio descarado, que en otro contexto sería pasible de acciones legales, en un auténtico clásico del consagrado director independiente.

Con unos planos aéreos inmoralmente reminiscentes de la cinta mencionada, que muestran la devastación y la soledad del patio de los talleres Peñarol, Lucas establece la premisa que servirá de fundamento a todo lo que sigue. Berchesi se erige, al igual que el conquistador Lope de Aguirre, en la voz de la civilización sobre la barbarie, de la Historia con mayúscula sobre el mero acontecer, a fin de justificar su obra ante sus semejantes y ante sí mismo.

De forma casi metanarrativa y decididamente anacrónica, Daniel Lucas inserta aquí una reflexión sobre su propia tarea como creador, de una pretensión tan inusitada que ni siquiera Godard se atrevería a ensayar. Tras esta patética digresión continuá el asalto a la historia del Cine (también con mayúsculas): Lucas se apropia a diestra y siniestra elementos formales y técnicos para conseguir su grandilocuente propósito, de la misma manera que Aguirre y Berchesi, como vimos.

Sólo Klaus Kinski podría interpretar este papel… si estuviera vivo, claro. Pero el director no se amilana y convoca ¡al mismísimo amo de las tinieblas, Juan Berchesi!

Con este recurso Lucas revierte todo lo que señalamos antes; la degradación, la angustia tangible, la depravación más palpable se vuelven tan naturales que sólo un bebedor de naftalina contumaz podría negar el talento desplegado.

Berchesi logra su propósito hundiéndose a sí mismo en la tragedia, testimonio de una voluntad ciega equiparable a la del bicho canasto en sus mejores momentos. Desde luego que, a diferencia del héroe de Herzog, este vendió hasta el barco, los marinos y la corona en el proceso.

Imprescindible.

Vacaciones en la playa

«Este año sí vamos a ir a la playa, amor», prometió Gustavo a su esposa luego de que esta le rompiera los quinotos durante horas.
No habían tenido vacaciones desde la luna de miel, no el viaje de bodas sino el acontecimiento astronómico designado de esa manera, cuando la Luna fue tapada por una sustancia viscosa de origen desconocido, en 1957. Después la sustancia se derramó desde el satélite hacia la Tierra y eso permitió a los astronautas trepar con un módulo espacial al hombro y fotografiarse en ella. Todo esto, por supuesto, fue debidamente ocultado a la opinión pública, como los OVNIS, la fluorización de agua y la composición química de L.A. Lacalle (una pista: no es de carbono)
Gustavo llevó en esa ocasión a María a la punta del cerro a ver el fenómeno. No el fenómeno astronómico sino el enano oligofrénico procedente de Freaks (Tod Browning, 1932) que pasó a la clandestinidad, como Los Magníficos, por un crimen que sí había cometido. El enano se unió a la guerrilla tupamara pero no soportó la tortura y delató a sus compañeros. La tortura consistió en emplazarlo en un jardín de clase media para que lo mearan los perros (y algún humano en pedo o falto de modales también) y así nació el mito del enano de jardín. El fenómeno cantó hasta el 5 de oro.
Esas fueron las últimas vacaciones de la pareja, como dijimos. A partir de ahí Gustavo se entregó a la ambición de amasar una fortuna fabricando enanos de jardín, que al poco tiempo empezó a traer de contrabando en cajas de zapatos chinos. Pero los enanos resultaron ser auténticos y, para peor, ni siquiera eran tales. Se compró el circo y le crecieron los enanos, como dice la sabiduría popular.
Gustavo quedó en bancarrota. Plata tenía, pero su banco de trabajo quedó inutilizado, a eso me refiero. Ahora tenía que trabajar como negro para subsistir, y ahí fue donde se le ocurrió que podía usar un negro directamente para trabajar, mientras él se ocupaba de subsistir. Importó uno de Haití, pero en realidad era Toussaint Ouverture, líder de lo que se conoce como «jacobinos negros». Todo dicho.
Tras haber remado más que gondolero de La Atlántida logró salir a flote. María le rompió tantos los huevos con las vacaciones que parecía que fuera a preparar un flan para 1500 comensales, y Gustavo cedió. Se dio a la fuga con la guita, pero lo atraparon y cedió a los deseos de su cónyuge.
«Nos vamos a la playa», le dijo, y ella corrió a empacar los trajes de baño de la década del ’50 que casi vende en Mercado Libre como antigüedades. «¿Traje de baño para qué?», preguntó Gustavo. «¿Cómo para qué? Para ir a la playa como prometiste», dijo ella. «Sí, vamos a la playa. A la playa de maniobras de Carnelli».

La Filosofía y el espejo de la naturaleza

Hans Ulrich era un estudiante corriente de filosofía en la Universidad de Berlín, al que su padre había intentado apartar de la carrera haciéndole ver las necesidades que enfrentaría por su elección. Hans persistió en ella, pero se prometió demostrarle al viejo pesimista que también podía ser redituable.

Mientras asistía al seminario de lógica matemática y nacionalsocialismo de Gottlob Frege en Jena, entró en contacto con las corrientes más modernas de la disciplina, en particular con el positivismo lógico, que se hallaba en pleno auge entonces. Esta escuela tenía por centro al Wiener Kreis (o Círculo de Viena, literalmente un círculo dibujado en dicha ciudad), donde Moritz Schlick y los miembros de la revista Erkenntnis discutían el Tractatus de Wittgenstein, la teoría de la relatividad de Einstein y la siembra directa de semillas (de odio) en la sociedad alemana, entre otros (tristes) tópicos, mientras bailaban candombe sobre un ejemplar de Principia Mathematica.

Pero Hans no se vio cautivado por el principio de verificación o la distinción analítico-sintético; en cambio, llamó su atención una serie de ejemplos de enunciados, y en particular uno, que repetían varios autores en sus ensayos: «Dejé mi billetera en una mesa de café en Viena». «Opa», se dijo, «estos cretinos andan dejando sus billeteras bien provistas en un café de Viena». Y hacia allí marchó.

Los libros se limitaban a repetir el enunciado en su formulación clásica, sin precisar detalles, por lo que Hans decidió ponerse en contacto con Schlick para ver qué más podía averiguar. Sólo averiguó que el significado de la proposición es su método de verificación. Como quien dice, nada. Pero bailó candombe con ellos mientras recitaba el axioma de infinitud, de todas formas.

De todas formas y colores son los cafés de Viena, que proliferan cual espora en la pradera según el verso inmortal de otro célebre vienés. Hans los recorrió todos, incluso los del Prater, el parque donde por unos pocos marcos se puede contratar a un muchacho para… bueno, Hans lo supo muy pronto. La única billetera que encontró, sin embargo, fue la de Sigmund Freudstein, el padre del psycho-análisis y discípulo de Sigmund Freud, quien le quitó (además de la billetera) las células para extender su vida.

De esta manera Hans aprendió algunas lecciones valiosas: que su padre era más sabio que él, que el significado de una proposición es su método de verificación, y que el camino hacia una vida plena se encuentra en la regeneración celular y no en los libros de filosofía.

Beat on the brat

– Comencemos…
– Bien. Mi problema es el siguiente, no se ría: mi vida es la discografía de los Ramones mismo.
– Veamos si entendí: ¿le gustan mucho los Ramones y se cree uno de ellos?
– Nah, ojalá fuera eso. No me gustan, pero sus canciones determinan mi vida, así de simple.
– ¿Y no preferiría que fueran las de NOFX, por ejemplo? Tienen muchos temas sobre lesbianas.
– Primero, no sé a qué viene eso. Segundo, como le dije, no es decisión mía. Es así, simplemente.
– Bien. ¿Tiene novia?
– Sí.
– ¿Y ella qué dice?
– Sheena is a punk rocker.
– ¿Puedo hablar con ella?
– The KKK Took my baby away.
– ¿Qué piensa de la situación?
– I’m affected
– ¿Desea que los secuestradores mueran?
– Punishment fits the crime
– ¿Qué le diría si pudiera enviarle un mensaje?
– I remember you
– ¿Escuela?
– Sí, Rock’n roll high school
– ¿Trabajo?
– The job that ate my brain.
– Ya veo. ¿Qué clase de dificultades le ha causado ser la discografía de los Ramones?
– I just wanna walk right out of this world ‘cause everybody has a poison heart
– Pero se la banca…
– Sí, soy Too though to die
– Claro. Pero ¿cómo preferiría vivir?
– I wanna be sedated
– ¿Cree que esto tiene solución?
– I believe in miracles
– ¿Tiene idea de cómo comenzó?
– Somebody put something in my drink
– Pero quizás eso sea un elemento secundario. Quizás ud…
– Freak of nature?
– Exacto. Pero vino a buscar ayuda.
– Psycho Therapy
– ¿Cómo se siente en este momento?
– My brain is hangin’ upside down
– ¿Cómo describiría su padecimiento?
– Mental Hell
– ¿Y cómo imagina su futuro?
– I don’t want to grow up
– Es un cover…
– I hate freaks like you
– Bueno, es hora de tomar alguna medida…
– Take the pain away
– ¿Cree que le sirvió de algo esta sesión?
– Journey to the center of my mind
– Otro cover. Peor aún, del disco Acid Eaters, disco de versiones
– Ignorence is bliss
– Se me ocurre algo: tal vez, si los Ramones son el problema, los Ramones sean la solución…
– You sound like you’re sick…
– ¿Quiere que intente algo?
– Gimme gimme shock treatment
– No, mejor aún…
– I won’t let it happen
– Sí, es por su bien.
– I’m against it
– Si no sabe lo que voy a hacer
– Do you wanna dance?
– No. Teenage lobotomy!

La marca de la bestia

 

 

– Vamos a ver qué le ocurre…
– Es muy simple, doctor, no encajo en ninguna parte.
– ¿Que no encaja? ¿Qué clase de problema es ese?
– ¿Cómo que qué clase de problema es? Todos están en pareja, o en grupos, o quién sabe en qué tipo de combinaciones, y yo estoy solo.
– ¿Hay algo que le impida, como ud. dice, encajar?
– No lo sé. Creo ser normal, ¿ud. qué piensa?
– A mí me parece un individuo común y corriente, de acuerdo a lo que he visto, pero eso no descarta que haya algún defecto escondido.
– ¿Quiere revisarme?
– No, no es mi trabajo y tampoco deseo hacerlo. ¿Cree ud. que tiene las proporciones corrientes?
– ¿Cómo puedo saberlo si no logro encajar con nadie?
– Eso parece muy chico.
– ¿Ud. cree?
– En un sentido, no. Pero el argumento ontológico me hizo dudar cuando era joven. Ahora no sé.
– Digo si cree que es muy chico.
– Depende del agujero, ¿no le parece? Es relativo.
– Quiere hacerme sentir bien. Pero supongo que el tamaño tiene mucho que ver.
– ¿Intentó encajar en otros ambientes?
– Sí. Con desesperación. Hice cosas de las que no estoy orgulloso.
– ¿Y qué pasó?
– Nada. No hubo caso.
– ¿Pensó en agrandarse esa cosa?
– Por supuesto. Pero no sé si estoy a tiempo. Me parece que dios no acepta devoluciones.
– Háblame de sus sueños.
– Uf, ¿por dónde empezar? En todos ellos estoy rodeado de parejas; es como un gran parque de diversiones…
-… como una orgía de lesbianas, digamos.
– Si ud. dice. En fin, todo es alegría, como en las fotos, ¿vio? Y yo estoy ahí, en medio de todos.
– ¿Y entonces qué pasa?
– Alguien me invita a unirme. Lo estoy pasando bien, entonces me digo “¿por qué no?” y me arriesgo. Pero la impotencia se apodera de mí y vuelvo a fracasar. Sé que no encajo.
– ¿Siente nostalgia de algún agujero?
– ¡Qué brusco, doctor!
– Es importante, créame.
– De hecho, creo que una vez, cuando era muy chico, quizás incluso antes de ser arrojado a este mundo, encajé. Pero no lo recuerdo.
– Pero su subconsciente sí que lo recuerda, y ud. siente nostalgia de aquella alianza, inhibiendo su desempeño
– ¿Le parece, doctor?
– No, podría ser cualquier otra cosa. Todo es posible.
– Estafador.
– Será ud. Pero creo que lo tengo. Dese vuelta.
– ¡Doctor!
– Vamos, confíe en mí, dese vuelta.
– Está bien.
– Lo sabía.
– ¿Ocurre algo malo?
– Aquí dice: “LEGO. Pieza defectuosa»