Georg Lukács- In memoriam?

Recordamos hoy la singular peripecia de Georg Lukács, filósofo, crítico literario, ministro de, al menos, dos gobiernos soviéticos en su Hungría natal, padre cariñoso de una criatura particularmente despreciable y, como se revelerá a continuación, importante exponente de una corriente marxista que no había sido identificada como tal hasta el presente.

Lukács comenzó su carrera académica como crítico de arte y, para no extendernos en consideraciones ajenas al tema que nos ocupa, se hizo tupa y terminó como Ministro (o Comisario, quién sabe), de Instrucción Pública del gobierno de Bela Kun. Cuando la experiencia socialista se derrumba, Lukács emigra, escribe «Historia y conciencia de clase», patatín y patatán, el libro acaba siendo condenado por la recientemente creada Tercera Internacional y con ello desaparece la influencia de nuestro personaje en el comunismo internacional, pero luego se retracta de sus posiciones, es readmitido por el comunismo y readmitido, a su vez, en la URSS. No sería esta, por supuesto y adelantándonos algo en la exposición, su última ni la más notable de sus reapariciones.

En 1944 retorna a Budapest, ciudad que unifica a las antiguas Buda y Pest como se sabe, ocupa diversos puestos en diversas universidades para ser, finalmente, convocado por Imre Nagy (no podría asegurar si personalmente; ignoro el hecho, como tantos otros de esta narración más que esquemática, excepto por el dato de su repugnante descendiente) para dirigir el Ministerio de Cultura (una vez más, desconozco si puede hablarse de ministerio en este caso, como desconozco la palabra húngara que lo designa).

Sus posiciones y debates intelectuales son secundarios, y si alguien siente curiosidad al respecto no voy a ser yo quien lo ilumine, lo importante es que, santa simetría en la vida de este hombre, volvió a caer en desgracia, volvió a ser arrestado y volvió… no, fue a parar al lugar menos predecible del territorio húngaro (razones históricas que no me son dadas traer a colación aquí convirtieron a éste -ojo que aún no lo mencioné- en territorio húngaro): el castillo de Drácula.

El conde Lukács, como se lo conocerá a partir de ahora, surgió de allí convertido en una suerte de vampiro del comunismo heterodoxo. Un vampiro que, en su caso, se alimentaba de textos prohibidos, textos que la ortodoxia rechazaba por su contenido y de los que él haría uso y abuso abundante a su salida (si es que alguna vez lo hizo), del castillo.

Tras su estadía allí, en condiciones no mejores que las de su predecesor siglos antes, el conde marxista produjo una serie de poderosos escritos que, como corresponde a su origen, han superado la prueba del tiempo. Es más, se puede conjeturar que su desempeño en este terreno va a resultar, para quienes tengan la fortuna de atestiguarlo, uno de sus rasgos más notables, ya que de acuerdo a los antecedentes, toda emanación del castillo tiende a la eternidad. Teniendo en cuenta que su clásico (y luego de la experiencia que estamos reseñando es difícil referirse a él de este modo) «Historia y conciencia de clase» acabó siendo uno de los libros más discutidos y polémicos del marxismo del siglo XX, el estatus de inmortal de la obra posterior augura una polémica extremadamente prolongada dentro del marxismo de los siglos por venir. Acaso los problemas planteados en estos manuscritos aún no hayan conocido a sus contemporáneos, considerando que se trata de generaciones muy, muy, pero mucho muy remotas. Así, cuando Lukács habla del «impostergable dictum que impone el carácter eminentemente teórico del poschsterrrschgel», una interpretación sesgada y casi doctrinal del término puede considerarse anacrónica. Pero, de hecho, ¿qué no es anacrónico en referencia a estos textos? ¿Cómo actualizarlos, como traerlos a la discusión presente cuando su problemática remite a un tiempo que no conocemos? ¿Cuestiona esto la dimensión histórica del marxismo, fundamental para la teoría? Da la impresión que sí.

El interesante planteo, pues, que hace el filósofo austromarxista Karlo Floggenswager, de convocar un congreso en el propio castillo transilvano para tratar la obra póstuma (inevitable caer con frecuencia en el anacronismo) de Lúkacs (se presume que la ortografía del apellido sufrirá cambios similares con el transcurso del tiempo) no parece del todo impertinente. ¿Pueden las resoluciones de un Congreso, parciales y provisionales como son, atendiendo a esta su especificidad cronológica, trascenderla para alcanzar una universaltranstemporalidad absoluta, que dispute el terreno inexpugnable al que se elevó el pensamiento del Lucasss? Esa es quizá la pregunta sin respuesta que el marxismo revolucionario deberá afrontar con todas sus herramientas si no quiere convertirse, paradójicamente, en un ente cuya vida perpetua impugne su capacidad de acción.