Héroes del socialismo real. Hoy: Marito Wittfogel.

Aquellos que no estén al corriente de las controversias que ha suscitado el marxismo desde su nacimiento, como cuando, por ejemplo, Engels objetó el fundamento antropológico de la crítica de Marx a la filosofía del derecho de Hegel y, de paso, señaló la improcedencia del amuleto que emergía bajo la barba de su amigo, quizá harían bien en interrumpir la lectura en este punto. Es más, a pesar de la aparente paradoja, habría resultado más conveniente que lo hicieran al advertir que se trataba de un tema completamente ajeno a sus intereses y preocupaciones intelectuales. Quizá ya sea algo tarde, y mi consejo, si llegó hasta aquí ignorando su natural recelo y mi explícita exhortación, es que continúe e ignore, a su vez, todos los avisos que intentaron disuadirlo de obtener el disfrute que el texto con seguridad va a procurarle. Espero, por otra parte, que esta digresión no del todo coherente lo prevenga contra los prologuistas que hacen vanos esfuerzos por ganarse al lector en las formas más abyectas, invitándolo a gozar de ciertos placeres al tiempo que le niega la posesión de las facultades requeridas, en un cándido reto a que acometa el ejercicio de las mismas.
Sí, además, empieza a sospechar que el prefacio es una exhibición impúdica de ciertas habilidades de prologuismo, si ha alcanzado la conclusión de que se halla ante a un prolegomaníaco, alguien incapaz de iniciar la obra anunciada por mantenerse en el nivel introductorio, regocijándose con ello, paso a demostrarle su error.

Marito Wittfogel, hijo de Mario Wittfogel y nieto del célebre Karl August, nació en una impronunciable ciudad prusiana allá por 1945. De débil constitución comunista, como su abuelo, pero de firmes convicciones filiales, se adentró muy temprano en los debates que habían ocupado a sus eminentes antecesores, estudiando la bibliografía relevante con un profundo compromiso hacia la verdad. Es necesario, pues, hacer un breve resumen de estas ideas, y de una de ellas en particular, antes de exponer los aportes de Marito, el último y más brillante de los Wittfogel.

La categoría de modo de producción es fundamental para la historiografía marxista; de acuerdo con el fundador de esta corriente, un modo de producción está determinado por el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, o sea, los componentes técnico y social que deciden la forma en que las clases se apropian su parte del trabajo colectivo. Por supuesto que hablamos de apropiación en un sentido muy general, ya que las pequeñas «apropiaciones» en que incurren los individuos aislados son más bien producto de su destreza para el rastrillaje que del lugar que ocupan en la división social del trabajo.
Marx sostenía que hasta el advenimiento del capitalismo se habían sucedido tres modos de producción: el primitivo, el esclavista y el feudal. Y el otro. El otro estaba encanutado en un manuscrito que no se conoció hasta la década del treinta del siglo pasado, hecho que obligó a revisar las anteriores concepciones, no sin un debate en que las acusaciones de revisionismo, menchevismo, carencia de caramelos y tantas otras afloraron cual espora en primavera. Allí aparece nuestro personaje, o su antepasado mejor dicho, quien defendió la pertinencia de dicho concepto para la explicación científica del coso.

Este polémico modo de producción consistiría en un estado despótico que financia las obras necesarias (principalmente de riego) para llevar a cabo la producción y, de este modo, limita la acción de las clases al colocarse por encima de ellas y captar el excedente. ¿Le suena familiar, querido lector? Sí, es lo que piensa la oposición del gobierno chavista tardío del Frente Amplio, con la salvedad de que la OSE sería el agente opresor en este caso, pero eso no es lo que nos ocupa en este momento. ¡Renunciá si tenés dignidad, Bonomi, nos gobiernan los tupas y los pichis, nos gobiernan! ¡En el modo de producción asiático se podía salir a la calle tranquilo! ¡Que vuelva el despotismo hidráulico! Perdón, me excedí.

Lo que ocurrió entonces fue que los stalinistas, afiliados a un materialismo mecánico y su consecuente sucesión rígida de las etapas que conducen al socialismo, cuestionaron la operatividad de dicho concepto y desacreditaron a sus partidarios; Karl August se retractó y no paró de retractarse hasta hacerlo del materialismo histórico, del comunismo y de la competencia de Bonomi para detener la devastadora ola de inseguridad que arrasa con toda idea de justicia y derechos humanos, excepto los de los delincuentes.

Allí es donde aparece (por fin, dirán algunos impacientes) nuestro héroe del socialismo real, Marito W. Marito, completamente negado para el rigor que demanda la labor intelectual, se propuso probar la corrección de la tesis (ex)marxista de su abuelo por medios prácticos: cazó a un montón de chinos parcialmente esclavizados, terminó de esclavizarlos, hizo una zanja machaza en el fondo de la casa, cortó el caño del agua del vecino y los puso a plantar papas, papas que luego, al momento de la cosecha, les arrebató (¡mirá bien, Bonomi, mucho viru viru pero te roban las papas en la cara, papá!) y vendió en el mercado a precios de usura, sellando así el histórico debate y reivindicando la memoria de sus antepasados, además de desenmascarar al inepto Ministro del Interior.

Héroes del socialismo real. Hoy: Federico Aguirrezábal, «el bolche».

En nuestra sociedad hiperconectada, redsocializada, internetizada, no logramos formarnos una idea clara de cómo funcionaban los fenómenos comunicativos antes de la irrupción de estas tecnologías. Sin embargo, es evidente que el predomino de los vínculos personales afectaba profundamente a estos fenómenos, al punto de que los mismos se estructuraban en torno al contacto entre los individuos. Y volvemos, como es habitual en este espacio, a la San Petersburgo de 1917, a los agitados días y meses que van de febrero a octubre de ese año. Hijo de un diplomático uruguayo que desarrollaba su tarea en Rusia, Federico, un oligarca puto con todas las letras, se convirtió en un héroe del bolchevismo por accidente, o, en su desmañado español rioplatense, «de puro pedo». Federico no se interesaba por las cuestiones políticas que sucedían a su alrededor, aunque, es bueno precisarlo, tampoco su padre lo hacía, ya que su misión en la tierra de los zares consistía, básicamente, en vender carne. La guerra favorecía los tratos comerciales, de modo que nada perturbaba los canales normales por los que transcurre este tipo de negociaciones y, en tanto la mondiola encontrara salida en el ejército de Kerensky, ninguno de los Aguirrezábal se ocupaba del asunto. Kerensky y el gobierno provisional, por su parte, se interesaban aún menos por el emisario subtropical y su vicioso retoño. Pero Federico se aburría mucho en el mundo de los cortes especiales y la entraña con sorpresa, razón que lo impulsaba a las calles para tratar de conseguir un pucho loco luego de agotada su provisión de viaje. Claro que, para un bruto como él, que apenas balbuceaba en su idioma natal, y encima en la variante arrabalera del lunfardo, no resultaba fácil entablar conversación con los rudos obreros locales. Armado con estas precarias armas, comenzó a llamar a los transeúntes de la avenida Nevsky de la manera que le era más natural: «Bo, che…» Estas palabras resonaban en el alma revolucionaria de aquellos toscos hombres, que escuchaban en ellas el llamado a la acción del partido bolchevique, o «bolche» en la jerga coloquial. Pronto corrió el rumor de que la cancillería de un ignoto país sudamericano apoyaba la disolución de la Duma, y que este apoyo había sido transmitido de manera subrepticia por el hijo del embajador, que no se cansaba de repetir la consigna «bo, che» a cada persona que se cruzaba en su camino. Cierto día, el Fede vio una gran aglomeración en la barriada de Vyborg y no dudó en acercarse, ya que, según su experiencia, donde había mucha gente, había sustancias raras. Sobre un estrado improvisado vio al orador que se dirigía a las masas; calvo, de estatura mediana y barba prolijamente recortada, el hombre lograba la atención de los asistentes solamente con la entonación de su metálica voz. «Es éste», se dijo, pensando que alguien de tal predicamento debía ser el que encanutaba aquello que tanto ansiaba. Y se mandó. No encontró oposición para llegar hasta Lenin y, una vez allí, gritó en el micrófono: «¡Bo, che!», obteniendo una ovación inmediata. Illich retomó la alocución en su lengua indescifrable, y nadie en la embajada uruguaya se enteró de que el líder bolchevique, y luego Pravda, habían llamado a los obreros, soldados y campesinos bolcheviques a transferir todo el poder a los soviets fundado en la arenga del hijo del embajador. Federico, desconsolado, se dirigió entonces a la Central Teléfonica, cuartel general de los junkers, a la que tenía acceso ilimitado por los contactos de su padre. Levantó un teléfono poseído por el síndrome de abstinencia, y gritó con toda la furia «¡Bo, che…!» para que le habilitaran algo. Todos los que oyeron aquel mensaje interpretaron que la central había caído en manos de los revolucionarios, y procedieron en consecuencia. Este héroe del socialismo real, pues, oligarca puto ligado a los sectores más reaccionarios del latifundio oriental, la Asociación Rural, demostró magistralmente la tesis hegeliana de la astucia histórica de la Razón, al obrar en contra de los intereses de su clase y provocar la caída de ese mismo gobierno provisional al que se padre suministraba corned beef espurio.

Héroes del socialismo real. Hoy: Carlitos E.T. (El trotskista)

Desde la caída del socialismo real, con la consiguiente dispersión de la izquierda marxista y el triunfalismo reinante en el campo capitalista, la política revolucionaria quedó relegada a zonas marginales del discurso. Por esa razón, el surgimiento repentino de una auténtica revolución socialista en la isla Yuzhny, Rusia, dejó perplejos incluso a los comunistas más trasnochados.
El extraño incidente suscitó, tanto a un extremo como a otro del espectro ideológico, la necesidad de encontrar una explicación a hechos tan inesperados. Siendo el materialismo dialéctico la teoría científica utilizada por la izquierda para este fin, no resulta extraño que el debate en su interior adoptara esta forma. Destacados intelectuales aventuraron sus hipótesis sin lograr ningún avance, ya que el retroceso del proletariado, producto de las burocracias de los estados obreros y las derrotas en occidente, impedían la aplicación de las categorías clásicas en este caso.
Se oyeron los últimos vestigios de una polémica desarrollada a principios del siglo XX sobre las formas de organización, la adquisición de la conciencia de clase, el partido de vanguardia y demás temas vinculados, en la que participaron Lenin, Rosa Luxemburgo, Karl Kautsky, Trotsky, y otros tantos pensadores. Desde luego, la respuesta no residía en una controversia en la que básicamente se discutían los criterios aceptados, y fue así como nadie consiguió interpretar justamente los acontecimientos de Yuzhny. Nadie que no poseyera una copia de un oscuro libro de J. Posadas, al menos.
Así, tras este largo pero necesario preámbulo, llegamos a nuestro Héroe del Socialismo Real, cuyo nombre impronunciable nos impide revelar su identidad. Este magnate del comunismo saldó la polémica trayendo efectivamente la conciencia de clase desde fuera, pero no sólo desde fuera del proletariado sino además desde fuera del sistema solar (aunque su origen extraterrestre deja indeterminada su procedencia por el momento)
Llamémosle simplemente Carlitos, el trotskista del espacio exterior. Quienes conozcan las eternas disputas trotskistas y sus infinitos matices y divisiones no ignorarán que el tema de las vanguardias es uno de los más debatidos. Pues bien, la solución a este escabroso punto vino desde el lugar menos esperado (¿Ganímedes quizá?): la obra de J. Posadas, quien razonaba que una civilización capaz de viajar por las galaxias con seguridad había realizado ya el socialismo.
Esta extraña conjetura, no menos loca que la del guevarismo si les interesa mi opinión, quedó ampliamente confirmada por Carlitos al encabezar, crear ex nihilo, e instaurar sin más trámite el socialismo interplanetario en Yuzhny. Carlitos, sin embargo, no se ha pronunciado sobre cuestiones como la teoría de la revolución permanente, el Termidor soviético o el culto a la persona (o bicho en este caso), lo que lo hace una criatura tan poco confiable como el extraterrestre capitalista más conocido, J.MªSanguinetti.
Hasta el momento, Carlitos, cuyo lema: «El comunismo es el poder de los soviets más la kshkjshkhe» (¿electrificación? ¿algún tipo de energía vernácula de su planeta?), como Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, ha socializado los medios de producción (como Lenin), colectivizado la agricultura (como Stalin), militarizado el trabajo (como Trotsky) y asegurado la autodeterminación de todos los pueblos del universo excepto Hgvrrrtt, por motivos que no ha hecho públicos.
Desde aquí, exhortamos a apoyar críticamente a este régimen en tanto no de pruebas de su voluntad de esclavizar a toda la humanidad (objetivo del Carlitos Bizarro, el mencionado Julio María)
Seguiremos informando.

(*) Obsérvese el logo de la IV Internacional en la nave de Carlitos, evidencia irrefutable de su condición de trotskista interplanetario.

Las Tesis de A(b)ril


“¡Santos Petersburgos, Trotsky, esto es un quilombo!” sentenció el líder bolchevique en una estación finlandesa, recién llegado del exilio.

Y sí, San Petersburgo, el 3 de abril de 1917, estaba tan conmocionado como San Ramón el día que me puse a repartir volantes (y zagueros) con imágenes paganas censuradas y explícitas en la puerta de la catedral. Un despropósito.

Lenin, Lutero, Ockam, yo, somos la clase de tipo jodido que alborota el avispero sin medir las consecuencias, con la diferencia que algunos lo hacen en el sentido del movimiento histórico y otros con menos oportunidad que gas en almuerzo de ADM.

Lenin pertenecía al primer grupo, y ese 4 de abril de 1917, luciendo y hediendo peor que Mujica tras 15 días de abonado intenso en su chacra, se apostó frente a sus correligionarios y peló un papelito arrugado que marcaría un cambio de rumbo crucial en la revolución.

“Pongo a su consideración las siguientes tesis para orientar al partido en la nueva situación que se abre ante nosotros, la vanguardia del proletariado”, sentenció Vladimir Illich y entregó a su secretario… las instrucciones del año 13, de Artigas.

Con Lenin lejos de la sala, Zinoviev, encargado de leer el documento, dejó a los presentes de cara, tanto como que Pravda no se atrevió a publicarlas y optó por encanutarlas en una bóveda sellada y soldada que fue arrojada al río Neva y cubierta con escombros por el socialchovinista Kamenev.

Pero el partido no pudo sustraerse al predicamento de su líder indiscutido, y la línea liberal burguesa terminó por imponerse.

En octubre Ulianov, advirtiendo que algo raro estaba sucediendo, se revisó los bolsillos de la campera de cuero pulenta que vestía desde abril y encontró el otro papel, titulado “Las tareas del proletariado en la presente revolución”. “¡Recórcholis!” pensó, “¡por eso estábamos haciendo cualquiera!”

Sin perder un segundo trepó al Bolchemóvil y llevó las nuevas directivas a sus compañeros, no sin antes propinarle un severo correctivo a Alfred por gil y contrarrevolucionario, justo cuando Kerenski, en su papel de Guasón, iba a picar a Jóven Maravilla (Trotsky) como un queso.

El resto es papel (picado).

Notas:

(1) El logo de la IV Internacional es un anacronismo, sí, no se amotinen, insensatos.

(2) En la versión original eran las Tesis de Avril y no las Instrucciones del año 13. Allí radicaba el chiste, pero la censura dictaminó «rescatate, careta» y el argumento me pareció convincente.

Héroes del socialismo real III. Hoy: Vladimir Breadlessvski (El «Pan Duro»)

La Revolución de Febrero quizás haya sido opacada por la conquista del poder por los soviets en octubre, mas el brillo de nuestro héroe perdura como los residuos de Chernobyl en la estepa ucraniana.

Bajo el lema de “Pan, Paz y Tierra”, ese glorioso día se volcaron a las calles miles de obreros y campesinos hartos de la política anquilosada de la monarquía, continuando la experiencia mayúscula (y esdrújula) de 1905.

Nuestro V. Breadlessvski fue uno más de esos miles, con la diferencia de que poco le importaban la Paz y la Tierra, y con seguridad menos le importaban Nicolás II, Rodzianko, Miliukov, la Duma semiliberal y Tseretelli.

Para él la guerra era una condición ontológica, y la tierra ni siquiera era un insumo de su producto; su interés supremo era el Pan.

Conocido en los círculos obreros de Petrogrado como El Pan Duro, su naturaleza inquisitiva y sus habilidades comerciales coincidieron y se integraron naturalmente a la movilización antizarista.

Breadlessvski practicaba una forma fraudulenta de panadería, estudiada por Engels en La condición de la clase obrera en Inglaterra, que consistía en revivir el pan del día anterior con técnicas de regeneración celular (esto entronca con el anterior héroe del socialismo real, dicho sea de paso) para venderlo especulativamente en medio de la escasez.

Pero en las jornadas de febrero (que se extendieron hasta el 27 con la fuga de los Romanov, lo que me permite publicar esto cualquier día de la semana sin faltar al rigor histórico, lo que a su vez fomenta la flojera, ya que quizás no lo termine hasta el 27; veremos) el panduro del Pan Duro encontró un uso imprevisto y decidió la contienda a favor de los revolucionarios.

Sucede que Vladimir salió a la avenida Nevski como todos los días, con la intención de vender unos panes adulterados a cambio de unos kopecs inflados, cuando un cosaco represor lo asaltó, confundiéndolo con un agitador bolchevique.

El Pan Duro peló una flauta apócrifa de su canasta y combatió al oligarca (puto) mano a mano hasta vencerlo. La dureza del alimento se transformó así en un arma letal, y todos quienes lo rodeaban, de inmediato, comenzaron a servirse de esta inesperada dádiva revolucionaria para amoldar la historia del feudalismo ruso a su propósito.

El Soviet de Petrogrado, ya en tiempos de Trotsky, emitió un decreto para honrar la gesta, erigiendo un mausoleo en su recuerdo. Del marsellés, no de Breadlessvski.

Antes que Lenin, pues, un pan fraudulento se convirtió en la primera momia del régimen.

Héroes del socialismo real II. Hoy: Iosif Freudstein

Entre el 13 y 14 de febrero de 1945, los aliados sometieron a la ciudad de Dresde a un bombardeo sistemático que la dejó literalmente en ruinas.

Se ha especulado interminablemente sobre los motivos que determinaron tamaña decisión, ya que Dresde, dresde hacía largo tiempo, había dejado de ser un centro militar de importancia.

Las reuniones de Yalta tampoco tuvieron la influencia que se les concede, dado que la Unión Soviética jamás solicitó los servicios de la RAF y la USAAF por el simple hecho de que no querían a los cerdos occidentales merodeando en sus pagos.

Ninguno de estos argumentos se sostiene, y de esta manera se vuelve difícil explicar lo inexplicable. Al menos hasta que introduzcamos a nuestro héroe del socialismo real.

Iosif Freudstein era un científico soviético apolítico que se encontraba casualmente en la zona, experimentando con las posibilidades de extraer vida a través de las células humanas, tal como lo retratara Lucio Fulci en su clásico Quella Villa Accante Al Cimitero (sí, claro que era real, tanto como el socialismo del este)

Los ruidos de la guerra perturbaban su trabajo; aviones con suministros yendo y viniendo, trenes de tropas, zombies que no se dejaban extraer la vida, etc. Iosif se estaba fastidiando.

El 13 de febrero estalló. También la ciudad. Salió de su sótano caliente como sánguche de La Pasiva, y empezó a maldecir todo lo que veía, incluso a un avión errático que sobrevolaba la ciudad rumbo a Praga.

“¡La puta que los parió, mosquitos mecánicos (?) de mierda, dejen laburar! A ver, tirame con algo, dale, animate, oligarca puto. Tirá la bomba”

Para qué. El capitán Vincent Hijodeputa no pidió instrucciones; llamó a su escuadrón, este llamó a otro escuadrón, que no podía ir, y finalmente estos llamaron a muchos, muchos escuadrones más que se columpiaban sobre la tela de una arañ… no, no, que los empezaron a atacar sin piedad.

Cuando, 2 días después, volvió a reinar la calma en Dresde, Iosif disponía de abundante material y la tranquilidad necesarias para continuar su trabajo.

Héroes del socialismo real. Hoy: Helmut Kohl

A veinte años de la caída del Muro de Berlín, y a uno del inicio de su reconstrucción (ah, ¿no lo sabían?) recordamos a este auténtico mártir del socialismo real, Helmut Kohl (nada que ver con el Canciller)

Muchos cruzaron el Muro entre 1961 y 1989 por razones económicas, por falta de solidez ideológica o por haberse dejado un par de medias tendido en Alemania Occidental. Sin embargo, Helmut Kohl lo cruzó, sí, ¡pero en ambos sentidos!

Helmut no se sentía oprimido por el comunismo, todo lo contrario, era un ferviente partidario de la construcción de una economía planificada. Es más, estaba afiliado a la Liga Spartakus de Rosa Luxemburgo y el Politburó ni siquiera se atrevía a quitarle su carnet, cosa que, como veremos en breve, habría resultado una pésima idea por parte del régimen.

Sucede que, para 1989, el Partido había adoptado una línea de industrialización acelerada y de rápido crecimiento del sector I (medios de producción) en detrimento de los medios de consumo, lo que desató una escasez crónica de chocolate. Helmut no pudo cambiar un cupón de abastecimiento por un complejo productor de acero, así que decidió ir a la RFA a buscar una tableta de chocolate y, de paso, pegarle una vichada a la Puerta de Brandenburgo.

Helmut era tan macho (de allí que tuviera el carnet de la extinta Liga Spartakus) que sobornó a un guardia, Willy Brandt (nada que ver, una vez más, con el otro Canciller) para que no lo dejara pasar. Como pasó, recobró el soborno y le robó la billetera a Willy Brandt (que no era el Canciller, aclaremos)

Una vez llegado a la Alemania capitalista, compró su chocolate, se topó con Ronald Reagan (nada que ver con el presidente, eh) en Brandenburgo y regresó silbando bajito (La Internacional) a su país.

Cuando llegó al Muro, la Stasi se había alborotado por el incidente de Willy Brandt (el Canciller, sí) de modo que Helmut tuvo que abrirse paso a empujones y patadas, rompiendo por accidente un trozo de la muralla. De inmediato la masa se mandó a atravesar el hueco, con las nefastas consecuencias para el comunismo que todos conocemos.