– Empiece por contarme qué le preocupa, por favor…
– No sé exactamente qué me pasa, doctor. Siento que mi vida se escapa con rapidez y no sé qué debería hacer con ella, para qué vine, a dónde voy…
– ¿Y no se le ocurrió que si tiene tan poco tiempo debería hacer algo con él en lugar de plantearse estas preguntas?
– Pero, ¿qué hago? Además, siento una profunda hostilidad hacia todos, los odio, no consigo relacionarme con ellos, creo que quieren matarme y exhibirme, no sé…
– ¿Qué le hace pensar eso?
– Su mirada, por ejemplo.
– ¿Se siente amenazada en este momento?
– A decir verdad, sí.
– Pero si tiene tan poco tiempo como dice, ¿por qué le preocupa tanto cómo la ven los demás?
– Porque quieren poseerme, ¿no lo entiende? ¿Cómo puedo pensar en otra cosa cuando a cada instante estoy a punto de ser sacrificada?
– ¿Y esa idea de dónde proviene, si se puede saber?
– He visto lo que hacen con las de mi tipo.
– Dejemos de lado esa idea por un momento. Fuera de eso, ¿cómo cree que va a ser el final?
– ¿El final? Yendo hacia una luz enorme, muy caliente, a la que no puedo resistirme.
– Aha. Como yo cuando imagino ser lanzado a un pozo repleto de lesbianas…
– ¿¡Eh!?
– Nada, nada, siga, por favor…
– Debería agregar, esto es interesante, que como plantas vírgenes.
– Vírgenes, eh. Muy bien. Igual no sé qué tiene que ver.
– No sé, ud. es el analista. Y lo de las lesbianas no tenía nada que ver.
– ¿Ahora es experta en psicoanálisis?
– No, es que…
– ¿Y entonces por qué cuestiona mis métodos?
– No los cuestiono, es que tengo poco tiempo y ud. no me está ayudando.
– Ud. es un gusano.
– ¿Cómo dice?
– Que ud. es un gusano.
– No me ofenda, por favor.
– No se ofenda, es lo que creo.
– Vine en busca de ayuda.
– Sólo le digo la verdad. Ese es mi diagnóstico.
– ¿Le dice a sus pacientes que son gusanos? ¿Eso es un diagnóstico?
– En su caso, es así. No tengo dudas.
– ¿No me encuentra atractiva, acaso?
– Mucho. Pero en el fondo es un gusano. No sé cómo no lo descubrió por sí misma.
– ¿O sea que mis ideas sobre la muerte, la brevedad de la vida, la luz cegadora, etc. se deben, básicamente, a que soy un gusano?
– Evidentemente.
– Pero, ¿qué hago?
– Reprodúzcase.
– ¿Que me reproduzca? ¿En tan poco tiempo?
– ¿Y qué más puede hacer?
– Disculpe la indiscreción, pero, ¿ud no se hace estas preguntas?
– No, porque no soy un gusano. Pienso en el foso de lesbianas, quizás.
– ¡No soy un gusano!
– ¿Sabe algo de la vida de Vladimir Nabokov?
– ¡No! ¡No tengo tiempo para eso!
– ¿Y qué hace aquí, entonces?
– Espero que ud. me diga algo.
– Ya se lo dije. Ud. es un gusano. Ahora vaya y reprodúzcase, es todo lo que puedo aconsejarle. Y tenga cuidado con la lámpara que está a su derecha.
– ¿Ud. viviría su vida de esa forma?
– Quien llegó aquí buscando ayuda fue ud. Pero si le interesa, en su lugar y con las ideas que tiene, saltaría a un pozo de lesbianas sin dudarlo.
– ¡Dale con eso!
– Ud. preguntó.
– ¿Quiere decir que si tuviera ideas diferentes quizás habría otra salida?
– No sé. ¿Qué tan convencida está de sus ideas?
– Totalmente, doctor.
– Entonces no hay nada que hacer. Fíjese que para hacer terapia cognitiva o encarar otro enfoque clínico necesitamos un largo tiempo. Ud. dice que no tiene tiempo, que va a morir, que la van a poseer, que no se lanzaría a una piscina repleta de lesbianas. Es imposible ayudarla. Además es un gusano. Eso es un hecho.
– Entiendo. Me retiro, entonces.
Mariposas. Todas iguales. No quieren creer que son un gusano.