Nueva epidemia amenaza a la humanidad

En los últimos años hemos visto, cada vez con mayor preocupación, el avance de distintas epidemias que, de propagarse por todo el planeta, habrían puesto en serio riesgo la supervivencia de la especie. Los laboratorios y los gobiernos, sin embargo, actuaron a tiempo y lograron contenerlas antes de que este escenario se concretara, salvando la vida de todos nosotros, cretinos que adquirimos cualquier germen de la forma más imprudente: manipulando chanchos, aves, pigs, cerdos, negros, comunistas, judíos, etc.

Sin embargo, este invierno no nos trajo, como de costumbre, una nueva gripe de origen asiático, centroamericano o similar; este año se presentó la mayor amenaza enfrentada hasta el presente por occidente y sus instituciones. La mortandad en este caso es del 100%, y por el momento no se ha descubierto un antídoto eficaz. Su nombre: La Muerte.

Enviados de El Pozo Escéptico abordaron, amordazaron y entrevistaron (previo retiro de la mordaza, y no necesariamente en ese orden) al Dr. Peter Hnahsysjsmdk, del Instituto Europeo para la Contención de Enfermedades Horrendas Generadas por el Comunismo, cuya sigla es casi igual, letra más, letra menos, al apellido del eminente académico.

– Díganos, doctor, ¿es cierto que esta epidemia reciente es más difícil de tratar que todas las anteriores, ya que ni siquiera sospechan con qué se come? (los lectores sabrán disculpar; enviamos al cadete a realizar la entrevista ya que era el único en la redacción capaz de reducir por medios físicos a cualquier potencial entrevistado)

– Así es… necesitamos toda la ayuda disponible, estamos amordazados por la situación…

– No se haga el listo y conteste…

– Bien. Desconocemos las causas de La Muerte, dado que sus síntomas son los mismos que los de otras tantas enfermedades. Puede comenzar con un dolor en la uña y chau, marchaste, o un ataque al hígado, cualquier cosa. Por esa razón resulta tan difícil lograr una vacuna, como en las anteriores ocasiones. Además, la mortandad de La Muerte es del 100% de los afectados, como dije antes.

– ¿Cómo se propaga La Muerte?

– No lo sabemos, lo que sí sabemos es que vino de Asia. O de África, pero posiblemente de Asia. A ellos los agarra antes, 40, 50 años. A nosotros nos alcanza más tarde. Pero nadie escapa.

– ¿A qué se atribuye, cuáles son las posibles causas?

– Como ya le dije, no lo sabemos, apenas tenemos algunas conjeturas. Por ejemplo, sabemos que cuanto más viva una persona, más posibilidades tiene de ser afectada por La Muerte. Eso quiere decir que tiene alguna relación con la vida, aunque no podemos establecer aún si es sólo una correlación empírica o una conexión causal. En eso estamos trabajando, justamente. Si lográramos aplazar la vida, evitar que el sujeto la consuma, quizá podríamos contener la epidemia.

– Pero la vida no es una actividad que las personas realicen. Incluso cuando no están haciendo nada, aunque estén escondidas en refugios aislados y en cuarentena, la vida sigue transcurriendo (el pendejo tuvo un ataque de lucidez) Ud. es un chanta.

– ¿Me quiere llevar a una discusión sobre fundamentos, sobre conceptos? Yo soy un científico, trabajo con evidencia factual, mi trabajo es evitar la enfermedad y entender sus causas. Las ideas cambian. En algún momento hubo evidencia suficiente para establecer que la Tierra era el centro del universo…

– Sí, pero esa hipótesis cayó al obtener mejor evidencia sobre cómo funciona el universo, y en el presente parece que entendemos bastante bien cómo funcionan los organismos vivos. Ud. no está diciendo nada nuevo, sólo está divagando. Según ud., el sol podría girar alrededor de la Tierra (mirá al guacho cómo le metió el gaucho)

– De hecho, yo lo creo.

– Dejate de joder…

Y así terminó la entrevista con el doctor Peter, a quien liberamos después de darle un par de cachetazos. Y fuimos en busca de Aníbal Gorostiaga, ambientalista neohippie y cheto de Pocitos sin instrucción académica alguna, que milita en la organización SLTPMTVVMTHPCARA (Salvemos a la Tierra y al Planeta y al Mundo y a las Tortugas y las Vallenas (sick!) de Valizas de Monsanto y de Todos los Hijos de Puta que Contaminan el Ambiente y los Recursos y el Agua)

– Aníbal, ¿qué opinás de esta nueva pandemia conocida como La Muerte, al servicio de quién está, qué intereses hay detrás de esto?

– Y, mirá… la cosa es así: según unos documentos clasificados del Departamento de Estado, revelados por Julian Ass-ange en Quickie-Licks, personal de Monsanto, que colaboraba, como sigue haciéndolo, con la CIA, estaba trabajando con el virus de La Muerte para introducirlo en Áfrika (escriben así los hippies) y se les escapó. Ahí empezó todo.

– ¿Pero ellos tienen una vacuna?

– ¡Por supuesto que la tienen! Pero no les conviene que se sepa porque de esa manera siguen vendiendo medicamentos y patentes que mantienen a las farmacéuticas multinazionales que contaminan el agua y matan a los koalas y practican la megaminería a gran escala.

– ‘Ta, cortala. Si es verdad que tienen la vacuna, entonces ¿por qué mueren los CEO de las farmacéuticas y los presidentes de los Estados Unidos?

– No mueren, mutan. Siempre es el mismo precidente, por eso ay guerra y contaminación del agua y sacan petrolio con el tracking que alcansa las napas de más abajo, ¿viste? ¿Vos de qué medios sos, por sierto?

– Del multimedios El Pozo Escéptico.

– A vos te paga Monsanto y Aratirí y el neoliveralismo y los que matan vallenas en Valizas, por eso no decís la berdad…

– Bueno, tenemos un anuncio de la lancha artesanal de Ramoncito. No sé qué pesca, no creo que haya ballenas en Valizas.

– ¡No hay porque las mataron a todas, el neoliveralismo, Monsanto, la soja, Aratirí!

– Ay, dios…

Y así terminó la segunda entrevista. Nos quedamos con las mismas dudas que teníamos al principio, las certezas siguen ocultas en alguna parte, lejos de las instituciones europeas y de los militantes ambientalistas que las cuestionan. La única certeza, mientras tanto, es que La Muerte sigue recabando afiliados sin hacer campaña, cual AFAP en el gobierno de Sanguinetti.

El ruido y la furia

Roberto se sienta frente al televisor, cómodo, con una bebida fría en la mano, que apoya sin reparar en el gesto sobre una mesita ratona ubicada junto al sillón. Enciende el aparato, quizá ya parcialmente alienado, sin pensar en nada, con la intención de distraerse. Su vida no es fácil, como tampoco lo es la operación que está realizando en este momento, puesto que Roberto es sordo. Del aparato surgen imágenes, como siempre, aunque distintas a otras que ha visto antes; sin embargo, el audio sí conserva la regularidad de otras experiencias, la misma de todas sus experiencias, mejor dicho, ya que, como dijimos antes, Roberto no oye. En la pantalla hay sonrisas vacías de contenido, aunque, pensándolo mejor, quizá lo tengan, pero el caso es que Roberto no consigue descifrarlas. El contenido debe estar codificado en las palabras, y para traducirlas se necesita tener la clave para acceder a ellas, que en este caso consiste en ciertas ondas físicas que están en el medio circundante pero que su oído es incapaz de capturar. Los muchachos y muchachas ríen, disfrutan, comparten de un modo al que Roberto es ajeno y del que no puede, ni podrá, participar jamás. Jamás, palabra contundente que se dice a sí mismo pero no pronuncia porque no tiene caso hacerlo, dado que tampoco puede escuchar su voz, como sí lo hacen esos imbéciles de la televisión, que se burlan de su discapacidad tocándose las orejas, haciendo gestos propios de zoquetes que se conectan unos con otros a través del habla. Toma un trago, se irrita, odia cada vez más a los cretinos que parecen burlarse abiertamente de su problema, y piensa que si él pudiera intervenir en ese comercial de mierda no hablaría, claro que no, gritaría, gritaría con fuerza dentro de la cavidad auditiva de cada uno de esos pedazos de basura felices que lo ignoran. Él los ignora a ellos pero por otra razón, porque no puede hacer otra cosa que verlos desde la distancia, verlos como figuras repulsivas que bailan y cantan y cantan y hablan y la puta madre que los parió. Ahora tiene la certeza de que no es una publicidad cualquiera, es un comercial dirigido a los de su condición, a quienes carecen de la capacidad de oír, ya que todo lo que hacen involucra de alguna manera esos artefactos que se desprenden ominosamente a cada lado de la cabeza, esos conos inútiles que rodean al orificio, embudos por los que se escabulle el discurso, todo aquello que merece la pena ser retenido por toda persona normal, esos que no son como él, esos Robertos enteros, sin fallas, salidos quién sabe de dónde, de padres iguales a ellos, con seguridad. Padres con tímpanos, con yunques, con todo el equipamiento, con el apartamento amueblado y listo para habitar. Él no tiene baño individual ni vista al mar, es un monoambiente en pleno Bronx donde vive un dealer que se enfrenta a tiros a la policía y a otros traficantes para mantener el dominio de su barrio, y para ello necesita, le es imprescindible, un oído afinado que lo ponga en alerta ante cualquier riesgo. Y puntería, y armas de calibre absurdo para disuadir a los polizontes que pretenden quedarse con su negocio luego de haberlo exprimido durante años con sobornos que ya no consigue pagar. Pero para todo ello es fundamental oír lo que ocurre, justamente lo que Roberto no puede hacer, y por eso no aspira a convertirse en un líder mafioso, ni siquiera en el triste botón que lo extorsiona y comparte los frutos del comercio ilegal, paradójicamente, gracias al amparo que le procura la ley. Mientras tanto, en el emisor de mentiras silenciosas se agrupan los guampudos danzarines con las manos colocadas detrás de las putas orejas de Bambi, o Dumbo o quien puta sea. Roberto no es un puto elefante, no escucha una mierda, le pueden tirar una bruta bomba de hidrógeno en la mismísima jeta que no la va a escuchar explotar aunque la radiación lo haga desaparecer al instante. Le encantaría imaginar que si un general hijo de puta («la bomba, Dimitri») toma la decisión de lanzar una bomba nuclear justo en su living al menos va a tener el consuelo final de escucharla detonar, pero sabe que eso no es cierto. ¡Ni la puta bomba va a escuchar Roberto, ¿entendés?! Ni el piff que hace al caer de doscientos mil kilómetros de altura a trescientos mil kilómetros por segundo; un hueco repleto de radiación y a la mierda Roberto, como si lo atómico estuviera sobre lo jurídico, frase memorable pronunciada por algún desafortunado mandatario afecto a la acumulación personal de poder por medio del populismo de manual. Manual parece ser ese aparatito que manejan los soretes de la televisión, que se lo meten en el oído (cuando bien podrían metérselo en el orto, piensa Robert con furia) como si quisieran demostrar que ellos tienen tal don de la audición que pueden incluso escuchar sonidos tan próximos a su cerebro que dejarían a cualquier otro ser humano en un estado de… de Roberto, sí, es lo único que falta que digan en la propaganda, es tal el desprecio que muestran por él que sólo falta que lo señalen y divulguen sus datos personales; nombre: Roberto; cédula de identidad: tal y tal; enfermedades, disfunciones, etc.: sí, sordo de nacimiento, sordo como una tapia, sordo como la Suprema Corte frente al reclamo de justicia, no tienen vergüenza, culorrotos, defienden a los milicos manteniendo este paraíso de impunidad, traigan un camión de neonazis y métanselos de a uno en el ojete, cavila Roberto, que ahora ya tiene problemas con el estado de derecho y, además, se cree en todo su derecho de tenerlos. Los pajeros dejan de burlarse en la pantalla; Roberto se para, caliente, y cuando gira para alejarse se pierde de ver el producto promocionado por Teleshopping, el Listen Up!, audífono que podría haber solucionado sin más sus inconvenientes auditivos. Pero no hay peor sordo que el que no quiere oír.

Héroes del socialismo real. Hoy: Federico Aguirrezábal, «el bolche».

En nuestra sociedad hiperconectada, redsocializada, internetizada, no logramos formarnos una idea clara de cómo funcionaban los fenómenos comunicativos antes de la irrupción de estas tecnologías. Sin embargo, es evidente que el predomino de los vínculos personales afectaba profundamente a estos fenómenos, al punto de que los mismos se estructuraban en torno al contacto entre los individuos. Y volvemos, como es habitual en este espacio, a la San Petersburgo de 1917, a los agitados días y meses que van de febrero a octubre de ese año. Hijo de un diplomático uruguayo que desarrollaba su tarea en Rusia, Federico, un oligarca puto con todas las letras, se convirtió en un héroe del bolchevismo por accidente, o, en su desmañado español rioplatense, «de puro pedo». Federico no se interesaba por las cuestiones políticas que sucedían a su alrededor, aunque, es bueno precisarlo, tampoco su padre lo hacía, ya que su misión en la tierra de los zares consistía, básicamente, en vender carne. La guerra favorecía los tratos comerciales, de modo que nada perturbaba los canales normales por los que transcurre este tipo de negociaciones y, en tanto la mondiola encontrara salida en el ejército de Kerensky, ninguno de los Aguirrezábal se ocupaba del asunto. Kerensky y el gobierno provisional, por su parte, se interesaban aún menos por el emisario subtropical y su vicioso retoño. Pero Federico se aburría mucho en el mundo de los cortes especiales y la entraña con sorpresa, razón que lo impulsaba a las calles para tratar de conseguir un pucho loco luego de agotada su provisión de viaje. Claro que, para un bruto como él, que apenas balbuceaba en su idioma natal, y encima en la variante arrabalera del lunfardo, no resultaba fácil entablar conversación con los rudos obreros locales. Armado con estas precarias armas, comenzó a llamar a los transeúntes de la avenida Nevsky de la manera que le era más natural: «Bo, che…» Estas palabras resonaban en el alma revolucionaria de aquellos toscos hombres, que escuchaban en ellas el llamado a la acción del partido bolchevique, o «bolche» en la jerga coloquial. Pronto corrió el rumor de que la cancillería de un ignoto país sudamericano apoyaba la disolución de la Duma, y que este apoyo había sido transmitido de manera subrepticia por el hijo del embajador, que no se cansaba de repetir la consigna «bo, che» a cada persona que se cruzaba en su camino. Cierto día, el Fede vio una gran aglomeración en la barriada de Vyborg y no dudó en acercarse, ya que, según su experiencia, donde había mucha gente, había sustancias raras. Sobre un estrado improvisado vio al orador que se dirigía a las masas; calvo, de estatura mediana y barba prolijamente recortada, el hombre lograba la atención de los asistentes solamente con la entonación de su metálica voz. «Es éste», se dijo, pensando que alguien de tal predicamento debía ser el que encanutaba aquello que tanto ansiaba. Y se mandó. No encontró oposición para llegar hasta Lenin y, una vez allí, gritó en el micrófono: «¡Bo, che!», obteniendo una ovación inmediata. Illich retomó la alocución en su lengua indescifrable, y nadie en la embajada uruguaya se enteró de que el líder bolchevique, y luego Pravda, habían llamado a los obreros, soldados y campesinos bolcheviques a transferir todo el poder a los soviets fundado en la arenga del hijo del embajador. Federico, desconsolado, se dirigió entonces a la Central Teléfonica, cuartel general de los junkers, a la que tenía acceso ilimitado por los contactos de su padre. Levantó un teléfono poseído por el síndrome de abstinencia, y gritó con toda la furia «¡Bo, che…!» para que le habilitaran algo. Todos los que oyeron aquel mensaje interpretaron que la central había caído en manos de los revolucionarios, y procedieron en consecuencia. Este héroe del socialismo real, pues, oligarca puto ligado a los sectores más reaccionarios del latifundio oriental, la Asociación Rural, demostró magistralmente la tesis hegeliana de la astucia histórica de la Razón, al obrar en contra de los intereses de su clase y provocar la caída de ese mismo gobierno provisional al que se padre suministraba corned beef espurio.

Yo fui al contra acto

Ayer, para cambiar la tradición de los anteriores 1 de mayo, decidí asistir al casi mítico y escasamente divulgado contra acto, ese en donde, según dicen, se oyen las insensateces más grandes y escasea en sentido común, el menos común(ista) de los sentidos.

Así que iba preparado para encontrarme con proclamas absurdas, discursos anacrónicos, habladores que no representan a nadie, en fin, un mundo bizarro dentro del sindicalismo ortodoxo. Y lo peor es que mis expectativas no  fueron defraudadas, todo lo contrario.

Entre los primeros oradores, me gustó ese que tuvo la osadía de sugerir que el salario mínimo debería elevarse hasta alcanzar los diez mil pesos, más o menos la cuarta parte de la canasta básica, lo que, supongo, ya que no lo dijo explícitamente, conduciría a una crisis de la rentabilidad del capital, y de ahí al socialismo, como quien dice, no hay más que un paso. Muy bien. Insistió con otras demandas anticapitalistas, como la ley de 8 horas para los trabajadores rurales y el baño para los mismos, y como vi que se trataba de un intransigente que en cualquier momento empezaba a fustigar la privatización de AFE, la salud, el cierre de PLUNA y eso, me fui a buscar una torta frita.

Cuando volví estaba atacando la política de desindustrialización y liberalización de la economía, la extranjerización de la tierra, el monocultivo, la exportación de bienes primarios, y me sentí tocado, esto es lo que vine a escuchar, carajo… en la década del ’90. Pero la culpa fue mía, no del orador incendiario, ya que supongo que esa fue la parte que me perdí mientras iba en busca del nutritivo pastel obrero. Al próximo se le salta la cadena, pensé, esto sí es un auténtico contra acto.

No puedo calcular cuánto tiempo me demandó dicha operación, pero estimo que fue bastante, puesto que me salteé por completo toda la parte dedicada a la crisis mundial, el derrumbe de la acumulación, la exportación de capitales especulativos en busca de la renta producida por las materias primas y el endeudamiento que conlleva mantener estable el peso para beneficiar a estos capitales. Pero es que, lo confieso, no sólo fui a comprar una torta frita, sino también un pastel de dulce de leche.

Como era de esperarse, el siguiente, que era el último, no tuvo ninguna contemplación al lanzar sus ataques. ¡Por este incluso habría sido justo cobrar entrada! Si habías ido allí, como yo, buscando lo contrario a tus ideas y prejuicios, el momento había llegado, por lo que si tu estómago aún no estaba satisfecho, más te valía ignorar sus lamentos y rugidos y abrir las esclusas del sistema auditivo.

¿El trabajo en el capitalismo es trabajo alienado que embrutece al obrero, obligado a vender su fuerza de trabajo al capitalista, que se apropia del excedente a cambio de un salario? Falso: «El problema es con los hábitos de trabajo, con altos índices de ausentismo, en algunos lugares con hasta un 30%».

¿Pensabas que la lucha en el sistema capitalista es justamente por quién se apropia los resultados del aumento de la productividad del trabajo, o sea, el descenso del tiempo necesario por unidad producida? Falso de nuevo: “No quiero atorrantes en mi sindicato, no quiero lúmpenes, eso es ser junta-voto. Quiero laburantes. El mejor sindicato no es el que más huelgas hace, es el que mejor laburantes tiene abajo.»

¿Pensabas que la reducción de la jornada laboral es una necesidad histórica y que el proletariado tiene derecho a acceder a la cultura y al ocio en lugar de regalar su vida, en forma de tiempo de trabajo excedente, para aumentar la ganancia del capital? Iluso: «Que haya valores de ausentismo como los que denuncia Read afectan la productividad y que un sindicato se pare a decir eso es muy fuerte. Con alto ausentismo disminuye la productividad. Creo que eso es lo que hay que resaltar”, dijo Loustanou a El País.

¿Creías, como dice Marx en los Grundrisse, que «el tiempo libre de una clase se crea convirtiendo en tiempo de trabajo toda la vida de las masas»? Andá a laburar, atorrante.

¿O que: «La gradual reducción de la jornada de trabajo y el aumento del tiempo libre de los trabajadores constituyen una de las condiciones más importantes para el tránsito al comunismo, a la sociedad en que la medida de la riqueza no será ya el tiempo de trabajo, sino el tiempo libre»? Andá a laburar, atorrante. Es más, ¿qué hacés leyendo a Marx cuando tendrías que estar laburando, eh? ¿Lo qué? ¿Primero de Mayo? Arrancá, acá no queremos vagos.

¿No habrá alguna relación entre ese 70% de sueldos de menos de 10.000 pesos, el empleo precario, de baja calificación, en los servicios y el sector productor de materias primas, con la desmoralización y la falta de incentivos, como se dice acá: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=167627? Nah, es que son vagos y lúmpenes, nomás.

Como yapa, si ud. tiene un estómago con consciencia de clase pero cayó en el engaño de consumir la torta frita y el pastelito, sepa que en algún momento va a sonar el himno. Sí, en serio, el himno en un acto de los trabajadores. Llévese la bolsita para lanzar porque no se consigue en la plaza. Si esto es lucha de clases, la patronal nos está haciendo calzón chino.