Destapamos la olla de Master Chef

¡Ay de mí! Ya prepararás en daño mío indignos artificios

Eurípides, Las Bacantes

El popular programa de cocina Master Chef, presentado por el prestigioso master del cucharón de madera Sergio Puglia y dos tremendos turros más, fue objeto de un atentado terrorista durante la grabación del episodio a ser emitido el próximo lunes.

Todo transcurría con normalidad (excepto por el malestar gástrico que afectaba al conductor desde el comienzo de la grabación y que tendría consecuencias posteriores) cuando un mercenario del tuco, un sedicioso del wok pegoteado, irrumpió en el estudio exigiendo ser admitido en el concurso bajo amenaza de liberar un gas letal… fruto de un guiso guerrillero acometido en el almuerzo horas antes, en la olla popular del sindicato del metal. Tras una breve reflexión por parte del jurado, se lo aceptó, considerando que la ejecución de la amenaza suponía un riesgo mayor que la presencia del intruso en la cocina.

Mientras los muchachos procedían a guisar sus platos como de costumbre para presentarlos al jurado, la producción seguía con atención los movimientos del invitado, y Puglia expelía una plétora de gases por todos los orificios de su cuerpo, que intentaba disimular sin éxito con un improvisado beat box nada sutil.

El desafío propuesto consistía en cocinar un pulpo subacuático (único tipo que se conoce, por otra parte) del mar del Norte (estado de conservación reservado) en una salsa de arándanos rechazados por Corea del Norte por entender que no se ajustaban a las normas elementales de higiene (reclamo completamente legítimo de acuerdo a los informes bromatológicos encargados por el compañero Jong Un) con una guarnición de polenta Puritas vencida.

En tanto los participantes desplegaban todas sus habilidades culinarias cual pulpo subacuático, si se me permite la burda comparación, para complacer el refinado paladar de los jueces, el maoista empeñaba todos sus recursos en algo que nadie conseguía comprender con qué se comía, si se me permite esta poco inspirada concesión al refranero popular.

Cumplido el plazo fijado por la organización, todos, incluido el montonero, entregaron sus trabajos; los jurados comenzaron a deliberar, mientras la indisposición de Puglia crecía cual soufflé excedido de polvo de hornear.

El estanciero de Tacuarembosta naufragó: su ignorancia de los productos del mar le jugó una mala pasada y sufrió una justa repulsa; el milico fue condenado por un crimen que sí cometió, comerse, al menos, cuatro tentáculos crudos de la criatura (no nos referimos al pulpo, ojo); la chica de los tatuajes también fue reprobada, en este caso por extraer la tinta del pulpo para dibujarse un Puglia búdico por demás irrespetuoso; y así hasta llegar al barbado, que emergió de unos arbustos con una vianda bastante sospechosa. El franchute y la turra delegaron la responsabilidad en la inflexiva crítica del maestro pizzero, que a estas alturas estaba sometido a una crisis gástrica brutal, a la que poco iba a contribuir el artefacto diseñado por el subversivo.

Puglia sumergió su cuchara en el ensopado, la alzó, llevándola lentamente, con cautela, hacia su boca, y probó, si así puede llamársele a la fugaz acción efectuada, el preparado servido por el intruso. Se descompuso de inmediato, víctima de una diarrea instantánea que, honrado es decirlo, se sumó al antecedente ya mencionado. En ese momento el participante anónimo, seguro ya del éxito de su misión, reveló su identidad: el infame «Chef» Guevara, jefe de cocina del no menos infame Marx Donalds.

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