Santurrón idiota

La idea de predicar valores que la sociedad, o una parte de ella, considera estimables a través de un santurrón idiota, no es nueva; es más, puede argüirse que toda transmisión de valores que aseguren la cohesión de una sociedad fragmentada necesariamente debe asumir esta forma, ya que de lo se trata es de inculcar la obediencia de manera que parezca razonable y natural a su víctima.

Por eso, todas las sociedades han producido santurrones idiotas para sancionar sus prácticas de ordenamiento interno, no obstante el uso del eficaz mamporro en última instancia, puesto que con la hegemonía ideológica se obtiene un consentimiento que ningún palo puede ofrecer.

En los últimos días se ha podido ver al futbolista Diego Forlán desempeñando este papel, que no le queda nada mal, la verdad sea dicha, en una campaña en contra del consumo de tabaco. En la misma, Forlán, aparentemente, se dirige a los niños incitándolos, en un tono cómplice y a la vez severo, a no probar el cigarro, a no dejarse manipular por los poderes que quieren adueñarse de sus cuerpos para convertirlos en consumidores de una sustancia letal.

El mecanismo es sencillo, y parece funcionar: un jugador reconocido, exitoso, que defiende a su país dentro de la cancha y lo representa fuera de ella, enseña que él no necesitó de esos estímulos para conseguir sus logros, y en consecuencia nadie los necesita; cualquiera puede convertirse en un maestro en el arte de impulsar el balón con el pie y juntarla en carretilla sin la asistencia de las drogas, legales o no. Un santurrón idiota a la derecha, por favor.

De inmediato se presentan los problemas; estoy seguro de que el lector atento ya habrá advertido las dificultades desde el momento de la enunciación. En primer lugar, el niño al que está dirigido el mensaje debe reunir algunos requisitos, además del indispensable aparato cognitivo funcionando con normalidad (sea lo que sea que esto signifique); por ejemplo, debe ser un aficionado al deporte, o sea que debe compartir previamente los valores que se asocian a ese juego; luego, debe tener alguna inclinación nacionalista, o sea que debe estar convencido de la importancia que la tarea lúdica del player tiene para el conjunto de la sociedad; también debe asignar a Forlán un lugar de privilegio dentro de esa escala, y creer que los medios que éste utiliza para alcanzar sus objetivos son válidos. Todo esto puede parecer muy cuestionable, pero convengamos que cualquier seguidor de este juego sostiene ideas parecidas a las del niño, de modo que podemos asumir sin más que un niño nacido en este territorio es un probable portador de las mismas.

Pero los inconvenientes recién empiezan: ¿Cuál es exactamente el mensaje que se pretende transmitir? ¿Que el tabaco es la única sustancia que se interpone en el desarrollo óptimo de la actividad? Eso no es cierto: el propio Forlán ha demostrado que el afán de lucro, una vida privada disipada, el exceso de abdominales, etc. pueden derivar en el remate de penales débiles y sin dirección. ¿Que las drogas son antagónicas con la práctica del deporte? También es falso: la mayoría de los ídolos las consume, como Maradona, cuyas habilidades son muy superiores a las oriental.

Por otra parte, para que el niño adhiera a la consigna es menester que deje en suspenso, que no relacione entre sí lo que sabe sobre Forlán, a quien con seguridad también ha visto en publicidades de bebidas con alto contenido de azúcar, choclos transgénicos, entidades crediticias de dudosa trayectoria, empresas de telefonía, distintos piratas transnacionales, etc. En todas ellas ha promovido valores contrarios a los que pregona, o dice pregonar, la pauta abstencionista: el consumo inmoderado, el acceso rápido a los bienes a través del endeudamiento, la felicidad espuria procurada por diversas porquerías, el individualismo, el inmediatismo, la apatía, la indiferencia por el interés colectivo, etc. Más aún: ha sido cómplice, por lealtad al grupo, de distintas situaciones de racismo, actos de violencia, desprecio chovinista, exaltación emocional y otros por el estilo.

Pero el peligro que encierra el comercial es otro, y se dirige justamente contra quienes auspician estas modalidades de propagar ideología alegremente. ¿Qué sucedería si el niño, en cuya falta de un sistema conceptual adecuado se confía, ejerce de pronto su capacidad crítica y se pregunta, por ejemplo, por qué se lo manipula por medio de un comercial para evitar que sea manipulado por otros intereses? ¿Qué pasa si el gurí pone entre paréntesis el enunciado explícito de Forlán y lo contrasta con sus consecuencias metadiscursivas? ¿Qué tal si concluye que Forlán y sus patrocinadores quieren convertirlo en un servil, pasivo, acrítico agente del mercado, un consumidor que sólo responde a los estímulos de la publicidad, que los supuestos valores positivos que están detrás de esa maquinaria son en realidad los del egoísmo extremo, la despersonalización y el aislamiento social, que cada gol de Diego es un gol del capitalismo desregulado, de la flexibilización laboral, del estado mínimo, de las finanzas globales y el capital especulativo, del lavado de dinero, el narcotráfico y las mafias que se benefician de la laxitud impositiva del fútbol? ¿Qué tal si el niño manda a Forlán, a Suárez, a «Paco» Casal, a la selección, a Mujica y Pedro, al biopoder y a la patria a la puta que los parió, se compra una buena caja de cigarros cancerígenos, se arma un faso y se hace comunista como respuesta a este spot bien intencionado, eh?